Tu cerebro no es para pensar
Bienvenidos al primer artículo del ciclo «8 mitos acerca de tu cerebro».
El comienzo de siglo ha traído consigo una revolución paradigmática de las neurociencias y las ciencias de la mente ¿Qué quiero decir con «paradigmático»? Que la forma de percibir los fenómenos mentales y neuronales, en sus supuestos más fundamentales, ha cambiado de manera irreconciliable respecto de los supuestos del paradigma del siglo pasado. Quizás, justamente, por este aspecto desafiante a los conocimientos imperantes no se hayan divulgado todavía de manera masiva. Este es uno de los propósitos de este ciclo de artículos: divulgar información que a nivel científico hoy está siendo una certeza, pero que pudo no habernos llegado a la mayoría de nosotros. Dicen que todo conocimiento 'verdadero' es liberador. De este decir, nuestro segundo propósito: mostrar cómo las creencias del viejo paradigma nos llevan, casi mecánicamente, a ser de una manera determinada y, por la reconceptualización del nuevo paradigma, nos habilitan nuevas formas de ser y hacer, que antes, quizás, no teníamos tan disponibles.
Una última advertencia: puede que lo que digamos aquí te genere cierta resistencia. No es nuestra inquietud. Es lo que suele suceder cuando desafiamos nuestro sentido común. ¿Emprendemos el viaje?
"Tu cerebro no es para pensar"
Antes de comenzar, dos aclaraciones que creemos pertinentes…
La primera tiene que ver con el significado de lo que solemos llamar pensar. Cuando utilizamos este verbo solemos aludir a acciones como resolver problemas, razonar, tomar decisiones, leer algo complejo o realizar cualquier trabajo mental que nos requiera cierto esfuerzo.
La segunda tiene que ver con teleología de esta cuestión, o sea, con la ‘ciencia’ que estudia las finalidades de las cosas. Los propósitos o finalidades son interpretaciones que hacemos los seres humanos. Creemos que para que algo tenga una función o finalidad, debe haber un ser humano que previamente se la haya asignado. Y esto hace que cualquier ser humano pueda crear o asignar propósitos y podamos discrepar sobre los mismos, ya que se tratan de interpretaciones. Ahora, la validez de estos, y por tanto su aceptación, estará dada por la evidencia fáctica que nutran su interpretación. Para comenzar a reflexionar sobre el tema, pregúntate cuales son las evidencias que posees para decir que tu cerebro sirve para pensar.
Mientras, te invitamos a realizar un experimento. Toma un grupo de amigos o compañeros de trabajo y pregúntales: «¿para qué sirve el cerebro?».
Con altísima frecuencia te dirán al unísono y casi mofándote de ti: «¡para pensar!».
Que lo hagan de esa manera nos habla de que se trata de un supuesto de nuestro sentido común: 1) la respuesta automática (¡sin pensar! 🤣), 2) el alto porcentaje de respuestas; y 3) la corporalidad de los respondedores ante ‘tamaña obviedad’.
¡Probemos que no es tan así!
La primera evidencia es anatómica. Nuestro sistema nervioso central recibe millones de fibras aferentes (que le llevan impulsos eléctricos) y emite un mismo orden numérico de fibras eferentes (que llevan impulsos eléctricos) hacia todo el cuerpo.
¿Para qué necesitaría un cerebro, que tiene por función pensar, estar conectado bidireccionalmente con cada estructura de tu cuerpo? ¡¿Para avisarle al cuerpo lo que piensa?!
Estas estructuras nos indicarían que el cerebro cumple una función más relacionada con sentir y accionar que con pensar. ¡Y el sentir y accionar también son funciones cerebrales! Podemos darnos cuenta, y los científicos han encontrado muchísima evidencia al respecto, que estas estructuras sirven para captar información de la periferia, integrarla y analizarla para, finalmente, ejecutar acciones en función de la información recabada.
La segunda evidencia es funcional. Comparado con tu capacidad para sentir y accionar, pensar es lento, esforzado e incierto. “Pensemos” por un instante:
- Si comparásemos la función pensar con la de ver, nos daremos cuenta de que para ver sólo necesitamos abrir los ojos. No nos decimos “ahora voy a ver” y, para conseguirlo, no necesitamos “conocer” los pasos que nos llevarán a hacerlo. Simplemente lo hacemos al instante. Ahora, para resolver un problema o tomar una decisión ‘importante’ nuestro cerebro pensante requiere de un tiempo muchísimo mayor.
- Si seguimos comparando las funciones ver/pensar, para ver no tienes que intentar o concentrarte, incluso puedes hacer otras cosas mientras lo haces. Al pensar en cambio, te esfuerzas y sueles necesitar no sufrir interrupciones para mantener la ‘concentración’.
- Finalmente, al abrir los ojos -y si estas sano de la visión- ves, logras el resultado que esperabas al hacerlo. Ves lo que ves de manera exitosa. Solemos no tener problemas o errores en el funcionamiento de nuestra visión. En cambio, pensar es incierto. Embarcados en esa tarea, zarpamos hacia un resultado y la deriva del pensar puede llevarnos a cualquier parte, incluso puede llevarnos a ninguna parte.
Por supuesto, que tu cerebro piensa, siente, imagina y realiza cientos de otras actividades, como permitirte leer y comprender este artículo. Pero todas estas capacidades mentales son accesorias y contribuyen a una misión central que es mantenerte vivo y administrando eficientemente tu presupuesto energético (alostasis).
"El ser humano es un ser racional"
El supuesto de que el humano se distingue de todos los otros seres vivos por su capacidad de pensar tiene más de 2500 años, al menos en el mundo occidental. Este supuesto nos ha permitido encumbrarnos por encima de todas las otras especies vivas del planeta. Por que pensamos, podemos comernos a todas las otras especies y porque pensamos, podemos depletar las reservas del planeta y contaminarlo. Y si lo piensas un momento, esto no sólo ocurre con las ‘otras especies’. Nuestros sistemas de movilidad social han estado basados en nuestra habilidad para pensar y conocer.
¿Qué nos pasaría como especie si honestamente comprendiéramos que no estamos diseñados para pensar, que raramente lo hacemos y mucho menos, lo hacemos efectivamente?