Un mal momento

Soy consciente de que al escribir estas líneas corro el riesgo de caer en el sesgo de recencia, el cual nos lleva a sobrevalorar la complejidad de los eventos actuales al compararlos con el pasado. En pocas palabras, tendemos a recordar mejor lo último que vemos o escuchamos simplemente porque esos temas están más presentes y vívidos en nuestra memoria. Dicho esto, puedo afirmar con certeza que hoy es un mal momento para ser ciudadano de Nuevo León.

De hecho, podríamos argumentar que, en general, es un mal momento para ser mexicano. La inseguridad se desborda; la corrupción impacta directamente la inflación; el sistema de salud pública se desmorona; y lo más reciente: el chantaje del oficialismo, “ofreciendo” a los ministros de la SCJN mantener su derecho a pensión a cambio de su renuncia irrestricta. ¡Fuera máscaras!, como alguna vez expresó López Obrador.

Pero no, hoy no quiero hablar de lo que sucede a nivel nacional. Quiero enfocarme en la cada vez más difícil habitabilidad de nuestra ciudad. A menos de un mes de conmemorar el 428 aniversario de la fundación de la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, la conclusión es evidente: vivir aquí duele.

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Durante muchos años nos hemos contado la historia de que el “ciudadano de Nuevo León” es aquel que se sobrepuso a una tierra agreste, marcada por la falta de agua, escasa vegetación y terrenos difíciles. Que con ahorro, trabajo y determinación, hemos transformado nuestro entorno y prosperado, demostrando con ello nuestra capacidad de adaptación y resiliencia.

Sin embargo, lamento decirlo: esto es una mentira. Quizá no siempre lo fue, pero hoy lo es. ¿O acaso ser ciudadano de Nuevo León implica convertirnos en autómatas, actuando sin consciencia, solo para sobrevivir día tras día?

Respiramos veneno, apenas salimos a la calle; esperamos más de media hora bajo el implacable sol a que pase alguna de las pocas unidades de transporte público disponibles; y luego soportamos trayectos de al menos 90 minutos. Caminamos con temor por banquetas destrozadas, aferrándonos a nuestras pertenencias para evitar ser víctimas de un asalto o rezando para no ser arrollados. Y en las calurosas noches de nuestros veranos cada vez más intensos, aguardamos que un apagón interminable no arruine nuestro descanso.

Para quienes se desplazan en vehículo, las cosas no son mucho mejores. Las vialidades colapsadas, ahorcadas o destruidas, la obra pública abandonada y las calles llenas de obstáculos nos obligan a cuidar cada maniobra para no dañar nuestros vehículos. Como reveló EL NORTE el pasado domingo, manejamos en una mancha urbana con 80,582 accidentes al año, la cifra más alta del país, y tenemos 13 de los cruces viales más peligrosos de México. Un motivo de orgullo, sin duda (suspiro).

Quizá hubo momentos más difíciles, aunque me cuesta encontrar alguno en el que tantos problemas convergieran al mismo tiempo. Es probable que nuestros gobernantes tengan algún plan en la chistera, pero con frases como “venzamos cualquier obstáculo que se nos ponga en frente” (Jaime Rodríguez, julio de 2018) o “porque Nuevo León siempre jala y jala duro, porque Nuevo León siempre vence los obstáculos” (Samuel García, octubre de 2021), sin la compañía de planes de acción concretos, no llegaremos a ningún lado.

Lo que nuestra entidad necesita urgentemente no son solo palabras alentadoras, sino estrategias bien definidas, políticas públicas sólidas y una colaboración pragmática y efectiva entre gobierno, sector privado y sociedad civil. Sin embargo, nuestros gobernantes siguen enfrascados en sus pleitos políticos: la elección de Monterrey, el presupuesto estatal y, como adelantaron algunos medios, la nueva batalla por el control del Congreso y de la COCRI (Comisión de Coordinación y Régimen Interno) en la próxima legislatura.

Hoy en día, es un mal momento para ser ciudadano de Nuevo León.---

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