Una de chiringuitos
Cuando yo era un niño, en La Barrosa había muchos menos chiringuitos de los que hay en la actualidad. En la bajada de la primera pista estaba ubicado El Azor, cuyo nombre hoy en día generaría gran polémica, y no era extraño estar comiendo mientras el agua del mar te refrescaba los pies cuando las mareas alcanzaban coeficientes máximos. Aunque yo era más del Azogue, donde además teníamos una de las antiguas casetas playeras.
Como es normal en el chiringuito, el pescaíto frito era el rey de la carta, con las entonces permitidas y exquisitas parpujas que los pescadores, ayudados de todo aquel que se acercaba a echar una mano arrastrando las redes hasta la orilla, mi padre y yo entre ellos, solían capturar bajo la actual ubicación del puesto principal de la Cruz Roja.
Para bien o para mal, los tiempos, y los gustos, han cambiado y los chiringuitos no han sido inmunes, obligados también por el auge de la gastronomía y la propia exigencia de la clientela, amén de las mejoras en materia sanitaria. Los gastro bar que inundan las calles de nuestras ciudades, algún día alguien me explicará el significado de gastro bar, tienen su reflejo junto a las playas en los nuevos chiringuitos que son, en muchos casos, más selectos, aunque eso no siempre signifique que sean de mayor calidad. Y por supuesto, socialmente no eres nadie si no has estado en uno de ellos viendo, copazo en mano, una puesta de sol.
En los chiringuitos de moda las cartas ya no son lo que eran. Imprescindible el atún rojo salvaje de almadraba (¿?), con cuota de captura limitada pero que abunda todo el año por cualquier rincón de la geografía española. Y aunque puedes pedirlo a la plancha, eso ya está pasado de moda. Ahora hay que probarlo crudo, con un puñado de algas al lado para darle más sabor de mar y salpicado de salsas orientales, y es que el sushi, el sashimi y el nigiri están haciendo mucho daño a la gastronomía patria, amén de otras especialidades que ni tan siquiera soy capaz de escribir correctamente. ¿El precio? Eso es lo de menos, quejarse es de tiesos, y cuantos más clavazos nos den, con más propiedad podremos hablar en las fiestas de blanco veraniegas.
Chiringuito Casa Joaquín, en la playa vejeriega de El Palmar.
Pero comer en un chiringuito de los de siempre, y a veces en alguno más moderno es, para mi, un auténtico lujo. Sentados a pie de alguna de las maravillosas playas de la provincia de Cádiz, degustando las delicias locales, es algo que hay que probar algún día de verano, y es que a veces los precios que marcan los empresarios hace que esa visita no pueda exceder de uno o dos dependiendo del presupuesto.
Yo, será que estoy en una etapa nostálgica, echo de menos los chiringuitos de mi niñez, pero también admiro el buen gusto que muchos de los actuales poseen, sin olvidar el avance experimentado en las garantías sanitarias. Por eso aún me escapo cuando puedo a alguna playa de la provincia en la que quedan lugares en los que el tinto de verano te lo sirven con la botella de Casera blanca por delante y no tienes que ir, valga la redundancia, vestido de blanco para no desentonar. Para eso ya tenemos los gastro bares de los nuevos gurús de la cocina. En cuestión de gastronomía España es una potencia, pero se pasó hace ya tiempo de la profesionalidad al espectáculo. Si no, díganme que es Master Chef...