Una pequeña huella en la eternidad.
Me disculpo de antemano por mi selfie estilo "Papá".

Una pequeña huella en la eternidad.

Cuando era niño, recuerdo una ocasión en la que mis papás nos sorprendieron con una noticia muy emocionante. Habría de tener yo si acaso algunos ocho o diez años, no estoy del todo seguro, pero un día nos avisaron que nos iban a llevar a un gran espectáculo que estaba por presentarse en Monclova.

No era muy frecuente que asistiéramos a este tipo de eventos, ya salir juntos nos emocionaba mucho de por sí, pero esta ocasión era especial. Se iba a presentar un espectáculo de tigres en la ciudad, y nosotros íbamos a estar ahí.

Creo que anteriormente ya habíamos ido a uno que otro circo, pero ver un espectáculo especializado de estos enormes felinos me ilusionaba de sobremanera. Llegado el día, recuerdo que asistimos a una gran explanada con un escenario que se levantaba al frente. No era la típica distribución con el foro al centro donde normalmente te presentaban estos eventos, pero eso era lo de menos, yo sentía mi estómago revolotear con una mezcla de emociones por ver a estos poderosos animales tan cerca.

Era de noche, estábamos al aire libre y se percibía este ambiente de alegría en el lugar. De pronto, se encendieron las luces que anunciaban el inicio del espectáculo. La música empezó a sonar. Papá estaba feliz. Yo no cabía en mí de tanta expectativa. Y ahí estaban, ya frente a mí, Los incansables Tigres del Norte...

Si pudiera describir con palabras aquella escena. Papá estaba que moría de risa. Yo estaba muy confundido y no entendía que pasaba. Quiero decir, yo realmente esperaba ver a tigres y domadores, y por lo visto había vivido engañado todo ese tiempo. Obviamente no me quedó otra más que reírme también de mi error y aventarme todo el concierto. Aunque al menos, al día de hoy, puedo sentirme orgulloso de haber visto a Los Tigres del Norte en vivo. Y esta historia, como algunas otras, ahora forma parte del archivo de anécdotas divertidas familiares.

Y en ese mismo sentido, este pasado fin de semana, aprovechando que los niños no tenían clase en viernes, nos fuimos a visitar Tequisquiapan. Muy bonito lugar. Ya en esta etapa de su vida, nos queda poco tiempo en el que tengamos tanta jerarquía, como familia, en las islas de recuerdos de Sofi. En pocos años tomarán ya más peso sus amigos, su propia identidad, como es el caso de Santiago ahora. Y aunque a la muchacha no le guste caminar y tengamos que obligarla incluso cuando vamos a Costco, ella no sabe que cuando tenga mi edad valorará tanto esos pequeños momentos y, teniendo estos como referencia, le tocará construir a ella y a los suyos, momentos propios.

Llegamos el Viernes directo a comer y conocer la plaza principal, pero la ubicación del estacionamiento que habíamos puesto como destino, nos llevaba a una calle cerrada y donde no había nada, por lo que tocó salir en reversa; para nuestra fortuna, Gera Tequis, un lugareño que andaba en bicicleta cazando turistas perdidos, nos rescató y nos ayudó a llegar a un estacionamiento a pasos de la plaza. Durante nuestra estancia en el lugar, en varias ocasiones vimos a Gera rondando en su bici y llegamos a la conclusión de que posiblemente él mismo puso esa ubicación falsa ahí para provocarse trabajo, gran estrategia.

De ahí nos movimos a instalarnos en el Airbnb donde nos recibió un señor ya grande y muy amable, que cabe mencionar se llama Rodolfo Vázquez, igual que un muy buen amigo mío, y su papá era de Monclova, de esas raras coincidencias. De ahí nos desplazamos a Querétaro, específicamente a HEB, como buen norteño, para abastecernos de víveres que uno extraña cuando vives en CDMX y alrededores.

El sábado nos salimos tempranito a desayunar y a recorrer la plaza ya con detenimiento. En eso andábamos, cuando vimos a lo lejos unas señoras ya grandes y muy alegres bailando en una esquina de la plaza; Linda, obviamente bromeando, nos dice: ¡Han de ser de Monclova! Pues nos habrán de creer que ya cuando nos acercamos, traían ropa de Coahuila y las abordamos para preguntarles de dónde venían. Y sí, en efecto, venían también de Monclova a un evento de bailes folklóricos o algo por el estilo.

Conocimos el viñedo de Freixenet, con un proceso muy interesante de producción y añejamiento. Fuimos a Bernal, donde se me cumplió mi antojo de gorditas, y al final rematamos con una deliciosa cata de vinos y quesos. Y ya por la noche nos aventamos el recorrido de leyendas en Tequis, donde la llorona se robó a Sofi y a mí me pusieron a asaltar peregrinos. Cenamos unas muy buenas pizzas y se le cumplió el deseo a Santiago de recorrer por la noche un pueblo mágico, que ahora mientras lo escribo recuerdo que ya lo habíamos hecho en Santiago, Nuevo León y en Metepec.

En resumen, fue un gran fin de semana, y esto que voy a escribir a continuación es para mi yo de 60 años. Para recordarme el porqué estamos haciendo esto.

Al igual que seguramente yo no hubiera querido ir a ese concierto de Los Tigres del Norte en mi infancia, tampoco Sofi quería ir a Tequis. Pero ambos momentos los construimos tanto mi papá como yo en dos sentidos, el primero era para regalarles buenos recuerdos de su infancia a nuestros hijos, a los que pudieran acudir con nostalgia cuando vivan los suyos; y el segundo y más importante, para regalárnoslos a nosotros como padres.

Porque con estas experiencias estamos dejando pequeñas huellas en nuestras memorias, y a mis 60 espero estar por ahí en algún hermoso lugar conversando con Linda, en una nueva etapa de nuestra vida, y en un momento de nostalgia, respecto a las grandes aventuras que vivimos con nuestros hijos. No hay momentos presentes perfectos, o al menos desafortunadamente no los vemos así, hasta que acudimos a ellos como recuerdos. Y este momento en Tequis, cuando esté releyendo esto, será perfecto.

Y sé que entonces, mis hijos estarán viviendo en algún lugar del mundo sus propios proyectos de vida, y seguramente si el universo me lo permite, los estaré viendo una o dos veces al año. Y yo estaré bien con eso. Porque aunque obviamente voy a desear verlos más, también sé, que ellos estarán haciendo eso que ahora hago yo, aprovechar, cuidar y construir una relación con su familia. Y esa una o dos veces, que seguramente no serán días perfectos, los voy a disfrutar al máximo porque serán nuevamente huellas que estaremos dejando en nuestro camino cada vez más próximo a la eternidad.


"Los mejores regalos que puedes darle a tus hijos, son las raíces de la responsabilidad y las alas de la independencia".

Denis Waitley.

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