Una vida de lecciones y lesiones
La conciencia, en su esencia, es un acto de creación. Aquí, cada instante es una pincelada en el lienzo de nuestra alma que añade colores y matices a nuestra propia percepción y que, con el tiempo, a través de la reflexión, la introspección y la imaginación, construye narrativas que dan sentido a nuestra experiencia humana.
Cada experiencia, aprendizaje y relaciones establecidas van conformando una compleja red neuronal que da forma a nuestros pensamientos, emociones y comportamientos. Allí, el tiempo no solo suma, también resta. Los recuerdos se desvanecen, las heridas cicatrizan y las perspectivas evolucionan. Es en esta constante tensión entre lo que fue, lo que es y lo que será donde reside la riqueza y la complejidad de nuestra recordada “Memento morí”
La necesidad de tiempo para que la conciencia se desarrolle plenamente no es una limitación. Por el contrario, es una condición de posibilidad porque es en la lentitud, en la pausa, en la contemplación donde encontramos el espacio necesario para reflexionar sobre nosotros y el mundo que nos rodea. En el mismo contexto, la prisa, la inmediatez y la búsqueda constante de novedades entorpecen el proceso de maduración interior, ralentizando el alcanzar una comprensión más profunda de nosotros mismos y de los demás.
Al final, el tiempo no solo es escultor, también es un sanador porque con su paso, las heridas se curan, los traumas se superan y las pérdidas se integran. El tiempo nos permite ganar perspectiva y comprender que incluso los eventos más dolorosos son parte de la idea acerca de que el pasado nos proporciona lo necesario para construir nuestro presente, mientras que el futuro nos ofrece un horizonte hacia el cual dirigir nuestro aliento.
Un día a la vez, porque la conciencia, en su esencia, es un acto de creación