Una visita a la catedral de los peces
Hacía tiempo que lo mantenía convenientemente apartado, pues, por su reconocida ironía, suele ser considerado como socialmente incorrecto. Me refiero al escritor norteamericano, Ambrose Bierce -cuya desaparición durante la revolución mexicana de Pancho Villa, continúa siendo un gran misterio a día de hoy- y a esa breve enciclopedia de críticas hirientes, que es, en el fondo, su conocido ‘Diccionario del Diablo’.
Acudo, no obstante, hoy a él, con la intención de invitarles a acompañarme a un viaje, que, lejos de los grandes paquetes turísticos, así como también de los esmerados circuitos tradicionales que ofrecen destinos alternativos, hay todavía lugares que podrían enmarcarse, no sólo en lo que el poeta libertino francés, François Villon, imaginaba que era el limbo a donde iban a parar las nieves de antaño, sino también, como aquello que Bierce utilizaba como adrenalina objetiva contra la hipocresía: en otras palabras, el olvido.
Entre las numerosas referencias que éste ofrecía en su diccionario, destaca, sobre todo, esa memorable sentencia, en la que afirma que el olvido no es otra cosa, excepto ese don que Dios concede a los deudores en compensación por su carencia de conciencia; definición, que, de alguna forma se adapta a la perfección a una parte importante de desdichados pueblos, que, a mediados de los años cincuenta, se vieron irremediablemente expulsados del censo demográfico activo, para terminar definitivamente sepultados en ese otro cementerio, que es, no les quepa ninguna duda, la poco conocida España sumergida.
Es el caso de lo que un día fue el próspero pueblecito cántabro de Villanueva, situado a escasos nueve kilómetros de Retortillo -lugar, junto a cuya iglesia románica de Santa María, se sitúan las ruinas de la célebre ciudad romana de Julióbriga- que, junto con otros pueblos vecinos, formaba parte del motor económico de la zona de Valdearroyo, basado, principalmente, en la minería, la industria del vidrio, la ganadería y la agricultura, siendo, además, lugar de parada inexcusable de la línea de ferrocarril -línea que todavía existe- que conectaba La Robla, en León, con Valmaseda y Bilbao.
Al inaugurarse el Embalse del Ebro, en el año 1952, Villanueva fue uno de los muchos pueblos afectados por el denominado Plan Hidrográfico del Ebro y totalmente cubierto por las aguas del embalse, a excepción de la torre de su iglesia, que, sobresaliendo como un fabuloso obelisco por encima de las aguas del embalse, ofrece mudo testimonio del lugar donde un día hubo un pueblo animado y con mucha vitalidad.
En tiempos modernos y posiblemente en previsión a un turismo, que, por otra parte, suele pasar de largo, generalmente, por desconocimiento, se acondicionó un acceso a la torre de la vieja iglesia -por sus características, debió de levantarse en los siglos XVI-XVII- y se montó un entramado de madera en su interior, que, en forma de escalera de caracol, accede a lo más alto, siendo los ventanales donde antaño las campanas llamaban a la oración a los fieles, espantando, de paso, con su sonido, a los seres elementales de la rica mitología de Cantabria, ocasionales miradores, donde obtener unas excelentes panorámicas del embalse y el entorno de alrededor.
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En algunos casos y dependiendo de las circunstancias, el descenso del nivel de las aguas, deja ver, con toda su crudeza, los restos de las casas y las fábricas de un pueblo, algunos de cuyos habitantes, cierto es, también, que optaron por recuperar parte de la piedra y sillería de sus viejos hogares e instalarse en un lugar más alto, que serían, ahora mismo, las escasas casas de aspecto antiguo y solariego por las que hay que pasar siguiendo un pequeño sendero, para llegar a la orilla del pantano.
El nombre de catedral de los peces, es un apodo romántico, emotivo y popular, que, sin embargo y por desgracia, no ha impedido que la barbarie se adueñe del lugar y la inconsecuencia, en forma de graffitis, se halle presente, tanto en el entramado como en las paredes de la vieja torre parroquial.
Es lugar, además, donde y a pesar de las prohibiciones, los jóvenes de los pueblos cercanos acuden a hacer acampadas y tomar unos refrescantes baños.
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