Universidades: Más allá de un título, una Esperanza
Confieso que mi postura sobre la creación de nuevas universidades en Perú ha evolucionado con el tiempo. Antes compartía la visión crítica: más universidades significaban dispersar recursos, reducir la calidad educativa y generar un gasto innecesario para el Estado.
Sin embargo, mi perspectiva cambió cuando comprendí una realidad fundamental: esperar a que surjan instituciones o proyectos innovadores perfectos para cerrar las brechas de inserción laboral y mejorar la calidad de vida podría tomar demasiado tiempo. Esta reflexión me llevó a reconsiderar mi postura. ¿Por qué no aprovechar las instituciones y herramientas que ya tenemos? Si bien tienen limitaciones, pueden contribuir significativamente a reducir estas brechas. A veces, lo perfecto puede ser enemigo de lo bueno, y en el contexto actual, estas universidades, aun con sus deficiencias, representan una oportunidad real de transformación social.
Los argumentos de colegas y amigos merecen una reflexión profunda. “¿Cómo vamos a crear 21 universidades más si ni siquiera podemos sostener las 49 existentes?”, cuestionan con preocupación legítima. Sus críticas se sustentan en desafíos concretos: la ausencia de infraestructura adecuada, la compleja tarea de contratar docentes calificados, y los rigurosos procesos de licenciamiento ante la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (SUNEDU), que pueden extenderse hasta siete años. Frente a este escenario, se han planteado alternativas: establecer filiales universitarias en provincias, desarrollar sistemas de movilidad estudiantil, crear residencias universitarias, y ampliar programas de becas para facilitar el acceso a las universidades ya existentes. Sin embargo, cada una de estas propuestas, aunque valiosas en teoría, enfrenta sus propios desafíos de implementación y sostenibilidad en el contexto peruano.
La creación de universidades trasciende la mera construcción de instituciones; representa la transformación radical de destinos humanos. Imaginemos a un joven de un distrito remoto del Perú, donde el horizonte más prometedor consistía en migrar a la capital provincial o regional para trabajar como lustrabotas. Ahora, con una universidad en su territorio, ese mismo joven puede aspirar a ser profesional, abriéndose ante él un abanico de posibilidades que antes parecían inalcanzables.
Una universidad es mucho más que concreto y ladrillos; es un espacio donde la dignidad humana florece y se reafirma. El impacto va más allá de un título profesional: es la construcción de una nueva autoestima, el despertar del orgullo familiar, la materialización de sueños que antes parecían imposibles. Cuando un estudiante puede proclamar “soy profesional” sin desarraigarse de su comunidad, se produce una transformación profunda que reverbera en todo su entorno social.
Soy consciente de los riesgos y desafíos. La calidad educativa no surge espontáneamente, requiere un compromiso sostenido y recursos significativos. Sin embargo, todo cambio trascendental comienza con una oportunidad. Y es precisamente esa oportunidad la que debemos ofrecer: la posibilidad de que cada joven peruano, independientemente de su origen geográfico, pueda forjar su propio destino en su tierra natal.
Además, en el caso de ofrecer becas estudiantiles el desarraigo es real. Lo vemos con programas como Beca 18, donde jóvenes arrancados de sus territorios sufren depresión, sienten soledad y la deserción es alta. Una universidad local evita ese dolor, ese desprendimiento traumático.
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Yendo aún más allá, con una mirada a mediano y largo plazo, estamos hablando de frenar el despoblamiento del país. Una universidad en un distrito alejado es un ancla para la comunidad. Es decir: “Aquí hay futuro. Aquí puedes crecer”. Recordemos que el Perú se está despoblando cuál árbol en otoño la población la diezmando y matricula estudiantil va menguando año a año. Las causas, la tasa de reposición poblacional es baja y la migración de los jóvenes a capitales de región es alta. Un dato, solo en Paruro (Cusco) la matrícula estudiantil en educación básica se reduce en 150 por año.
La necesidad de ampliar el acceso universitario en Perú se hace evidente al comparar nuestra realidad con otros países. Mientras Estados Unidos cuenta con 2,300 universidades -una por cada 86,000 habitantes-, en Perú la proporción es drásticamente diferente: una universidad por cada 634,000 habitantes. Esta brecha no solo refleja un déficit en infraestructura educativa, sino que representa una barrera significativa para el desarrollo y el progreso social. Al mantener esta limitada oferta universitaria, estamos restringiendo las oportunidades de movilidad social y desarrollo profesional de miles de jóvenes peruanos, perpetuando así ciclos de desigualdad que obstaculizan el avance del país. La expansión universitaria no es un lujo, es una necesidad imperativa para garantizar un futuro más equitativo y próspero.
Un tema que merece una discusión aparte es quién debe financiarlas. Estamos siendo testigos de una tendencia a nivel mundial al desfinanciamiento de la educación superior. Por lo que debemos ser creativos y migrar a fórmulas publico-privadas o privadas innovadoras como la Universidad del Pueblo fundada por Shai Reshef, que hace poco recibió el Premio Yidan. Esta universidad siendo privada sin fines de lucro, solo cobra 70 dólares de matricula como único pago y ya tiene más de 100,000 estudiantes con una educación de calidad.
También entiendo que detrás de la crítica está una suspicacia natural frente a aquellos que los promueven. Soy consciente que muchos son congresistas que lo hacen para quedar bien con su provincia. Pero más allá de quién lo promueva hacerlo es necesario.
En efecto, no será fácil la implementación exitosa de las mismas. Requerirá compromiso de gobiernos regionales, de la sociedad civil, de todos para poder implementarla en el menor tiempo posible con los recursos y garantías de calidad necesaria. Pero la alternativa — seguir concentrando todo en las grandes ciudades — ya conocemos sus consecuencias. La educación superior no debería ser un privilegio de pocos, sino un derecho de muchos.
La decisión de expandir el número de universidades en Perú no debe tomarse a la ligera. Requiere un compromiso firme con la mejora continua de la calidad y la eficiencia. Más allá de los desafíos, esta expansión ofrece una oportunidad única para repensar y revitalizar el sistema de educación superior en Perú, apoyando tanto el desarrollo personal de los estudiantes como el progreso socioeconómico del país. Esta es una oportunidad para innovar y adaptarse a las necesidades cambiantes de nuestra sociedad, asegurando que la educación superior sea un verdadero motor de cambio y desarrollo.
Mi conclusión es simple: Sí a más universidades de calidad. Sí a más oportunidades. Sí a creer que cada joven merece soñar desde su propio territorio. Porque al final, de lo que hablamos no es de universidades. Es de esperanza. ¿Quieres construir un país? Comienza dándole a un joven la posibilidad de imaginar su futuro.
Profesor
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