Vientos de cambio en la nueva economía
Recientemente, Mark Zuckerberg publicó en el Wall Street Journal un artículo en el que intenta explicar para qué usa Facebook los datos que obtiene de los usuarios: el modelo de negocios de la mayor red social del mundo (para colmo, integrada con Instagram y WhatsApp) propone gratuidad en el acceso a la plataforma, pero comercializa espacios publicitarios.
Considerando -explica Zuckerberg- que los usuarios demuestran preferencia por contenidos y avisos publicitarios relevantes, Facebook desarrolló, para quienes realizan campañas publicitarias, un tablero de control extraordinariamente preciso en cuanto a la segmentación del target.
Según Mark, para eso usa los datos la plataforma. Para ofrecer a pequeños comerciantes, profesionales y emprendedores, la posibilidad de llevar a cabo campañas publicitarias exitosas a bajo costo, mientras que los usuarios sólo reciben en sus muros contenidos relevantes, afines a sus intereses o conductas digitales. Nada de vender los datos, aclara Mark.
No obstante, es importante considerar dos objeciones al respecto. Una, es la que formuló Brian Acton, fundador de WhatsApp, quien declaró que, si bien no se arrepiente de haberle vendido hace cinco años su empresa a Zuckerberg en 19 mil millones de dólares, hoy considera que Facebook ha evolucionado con un claro interés lucrativo y ambicioso, por fuera de lo que él considera ético.
Acton hace referencia a la fusión de Facebook con la red que él le vendió, más Instagram, pero intentando que las publicidades lleguen a los potenciales clientes en forma invasiva, sin respetar la privacidad de los datos personales de los usuarios. Y, por elevación, también alude al escándalo judicial de Cambridge Analytica.
Además de dicha crítica, muchos congresales norteamericanos señalan que el Estado debió haber impedido la fusión de Facebook con WhatsApp e Instagram, porque ello va contra la ley de defensa de la competencia. En definitiva, hoy plantean que el enorme monopolio tecnológico debería desmembrarse.
Lo cierto es que, por otro lado, las plataformas, junto con las redes sociales, aparecen como motores centrales de la economía de este siglo. El desarrollo de más y mejores servicios por parte de Facebook, integrando canales, funciones y contenidos (basta pensar en las múltiples formas de mensajería, y los videos en vivo, por ejemplo) son herramientas que impulsan, entre otras actividades, la búsqueda de empleo y el desarrollo de nuevos trabajos.
En este sentido, la economía digital ha arribado a un nuevo concepto: gig economy, o economía del concierto, en el sentido del encuentro, por un período corto y determinado, de la oferta y la demanda de empleo.
Las estadísticas publicadas en diferentes medios globales, señalan que el nuevo paradigma del trabajo avanza en el sentido de utilizar el tiempo como oportunidad, lejos del puesto de trabajo tradicionalmente entendido.
De eso se tratan Uber, Rappi, Glovo, pero también miles de startups que se crean en estos días en India, por citar sólo un ejemplo. En Argentina, Facebook contribuye sustancialmente al encuentro entre oferentes de oficios como plomería, electricidad, reparación de electrodomésticos, albañilería, y muchos etcéteras, con quienes necesitan de esos servicios.
Ahora bien. Las claves de la gig economy resultan de la confiabilidad de la plataforma, que representa al mercado en un entorno virtual. Así, el modo en que puede ser verificada y refrendada la información de cada usuario, la veracidad de los perfiles, el ranking, las recomendaciones, y toda la información que rodea al vínculo entre partes, es lo que sostiene el vigor de la actividad.
En ciertos casos, como el de Task Rabbit, se verifican denuncias de usuarios prestadores de servicios, que sostienen que las plataformas no son equitativas: a los oferentes se les exige cumplir con gran cantidad de requisitos, y a los clientes, muy poco. Eso deviene en situaciones de abuso, desigualdad y estafa.
En Argentina, es cada vez más frecuente ver escraches en Facebook: la inmensa cantidad de grupos de compra y venta -tanto de productos nuevos como de usados- además de la oferta de servicios por doquier, hacen de la red un instrumento más que útil para paliar la crisis actual, pero desnudan la incapacidad de regular una inmensa cantidad de desajustes en la relación oferta – demanda.
De allí, y dado el silencio de la plataforma al respecto, surge la desagradable y poco plausible modalidad de publicar la foto de un usuario y denunciar públicamente sus supuestas conductas reñidas con la ética. En esta lógica, jamás el público termina de saber quién miente y quién dice la verdad.
En definitiva, mientras el mundo del trabajo se modifica radicalmente y a gran velocidad, los políticos tienen por delante el desafío de regular las expresiones de la nueva economía, mientras que los desarrolladores deberían intentar mejorar sus propuestas, adaptando las plataformas a la necesidad de los usuarios.
Después de todo, la parte que le toca al mercado consiste en generar competencia en igualdad de condiciones, cosa que, en el caso de Facebook, está lejos de ser posible.