VIOLENCIA SEXUAL. Capítulo. Prof. Lic. Virginia Martínez Verdier
Cultura y versión II. Ensayos de Investigación. Bajo el control de la Violencia. Sujetos sociales, hechos y proyecciones. ENIGMA EDICIONES – Buenos Aires, Argentina. Septiembre 2017 - pag. 67
Presentación:
En nuestra época los medios de comunicación nos tienen al tanto cotidianamente de situaciones ligadas a la sexualidad y a la violencia, así como a otros temas que no forman parte de estas conceptualizaciones. Los comentarios sobre la sexualidad suelen estar teñidos de erotismo, de consumismo, de enseñanzas, de prejuicios, de falsas creencias, de discriminación. Puede resultar difícil para el ciudadano común diferenciar los aspectos positivos de los negativos de la sexualidad. En el caso de la violencia sexual su aspecto destructivo es evidente ¿Cómo es posible que ambos conceptos se unan, cuando la sexualidad se refiere intrínsicamente a la vida?
En este trabajo desarrollaremos primeramente ambos conceptos, la sexualidad y la violencia para luego ligarlos en su comprensión y análisis.
Sexualidad humana:
La sexualidad es una energía vital, que nos acompaña a lo largo de toda la vida, expresándose de diferentes maneras en cada etapa evolutiva. Se desarrolla a través de dimensiones biológicas, psicológicas, sociales, culturales y espirituales interrelacionándose constantemente entre ellas. Estas dimensiones se integran en un todo particular y único en cada persona:
En el momento de la concepción de un sujeto podemos considerar la existencia de un sexo cromosómico o genético (XX determina sexo femenino y XY, masculino). Existen variantes cromosómicas que pueden alterar al sexo biológico.
El sexo gonadal corresponde a los óvulos (mujer) y los espermatozoides (varón).
El sexo morfológico se refiere a las características que tienen los genitales externos femeninos y masculinos, así como las características sexuales secundarias de cada sexo.
El sexo psicológico está íntimamente relacionado con la identidad sexual, es decir, sentirse varón, mujer o ambigüo.
El sexo legal es el que se atribuye en el momento del nacimiento y figura en los documentos del sujeto.
El sexo socio-cultural es el asignado por la familia y la cultura, en relación a los roles y comportamientos que deben cumplir los varones y las mujeres.
Todas estas dimensiones que se articulan en cada persona pueden coincidir entre sí o no; dependerá de diversas cuestiones hormonales durante el embarazo o el desarrollo postnatal y de la crianza recibida el que una persona pueda o no hacer coincidir plenamente su identidad sexual con cada una de esas dimensiones.
La sexualidad humana -a diferencia de la sexualidad animal- cumple con dos funciones básicas, una reproductiva y otra placentera. Como la hembra humana no atraviesa períodos de celo, la única manera que tiene la naturaleza de asegurar la continuidad de la especie es incluyendo el placer concomitante a la reproducción. En los seres vivos la sexualidad tiende a la conservación de la especie, en los seres humanos la sexualidad también tiende a la preservación del individuo en sus dimensiones emocionales, culturales y espirituales. En este sentido, no somos sexuales para preservarnos biológicamente, ya que no morimos si no ejercemos nuestra sexo-genitalidad, como sí sucede si no desarrollamos las demás funciones fisiológicas básicas (alimentarnos, dormir, respirar, entre otras).
La genitalidad, el placer obtenido por la estimulación de los genitales, forma parte de la sexualidad pero no la abarca totalmente.
La sexualidad es parte de nuestra personalidad; es la calidad con que cada persona vive su condición de hombre o mujer en relación con los demás. Cada uno de nosotros tenemos una manera particular de manifestar y vivir nuestra sexualidad.
A lo largo de la vida vamos aprendiendo a ser sexuales y vamos expresando nuestra sexualidad de modos diferentes en cada momento evolutivo y en relación a lo ya vivido en otros momentos evolutivos. Es por esto que el modo de acercamiento a nuestros hijos o pareja manifiesta aspectos de nuestra sexualidad que comenzaron a gestarse en nuestra infancia.
A través de nuestra modalidad sexual manifestamos afecto, nos comunicamos, reafirmamos nuestra identidad y nuestra autoestima, pero también podemos manifestar frustraciones, angustias, luchas conyugales, agresión, venganzas, conveniencias económicas.
El desarrollo sano de la sexualidad permite estructurar una identidad coherente, dar y recibir afecto, elevar la autoestima y sentirse perteneciente a un grupo social.
La capacidad de sentir placer implica la articulación funcional entre los impulsos eróticos y la conciencia acompañada por el respeto, la responsabilidad, el cuidado del otro y el autocuidado. El aprendizaje de esta articulación se realiza a lo largo de toda la vida, sin embargo, las experiencias de la niñez y la adolescencia dejan marcas fundamentales en la estructuración de la salud sexual personal y social. La Organización Mundial de la Salud, en 1974 manifestó "Salud sexual es la integración de los aspectos afectivos, somáticos e intelectuales del ser sexuado, de modo tal que de ella derive el enriquecimiento y el desarrollo de la persona humana, la comunicación y el amor."
La sexualidad es un motor de nuestras acciones, actitudes, sentimientos y de nuestros vínculos con los demás; por ello, saber sobre sexualidad es saber sobre nosotros mismos.
Mapa del amor:
Sigmund Freud estudió hace más de 100 años, la sexualidad infantil. Revolucionario para su época, declaró que los niños son sexuales y expresan su sexualidad de diversas maneras a lo largo de su infancia. Mencionó así las zonas erógenas (boca, ano y genitales), las cuales definen fases estimuladas por la energía sexual (libido), que evoluciona hacia la integración de la identidad sexual personal, sana o enferma y la estructuración del aparato psíquico.
John Money desde hace 50 años se dedicó a profundizar cómo se constituye la identidad sexual. Partió del estudio de variantes sexuales no habituales e hizo hincapié en el papel que juega la cultura durante los primeros 8 años de vida en la constitución de una identidad equilibrada o no, normal o perversa. Conceptualizó el Mapa del amor como un esquema mental que construye cada persona -durante sus primeros 8 años de vida- y que indica cómo deben ser sus vínculos de amor, su amante idealizado y las modalidades sensoriales y amatorias satisfactorias para ese sujeto a lo largo de su vida.
Los juegos sexuales durante la infancia y los ensayos de cortejo promueven el desarrollo del esquema corporal y facilitan la afirmación de los mapas del amor. Los juegos sexuales entre pares son habituales y forman parte del aprendizaje del ser varón o ser mujer en la formación de la identidad Es necesario diferenciar entre los juegos sexuales de los chicos de edades similares y las conductas sexuales estimuladas en ellos por personas que tienen más de 5 años de edad que estos niños. La disparidad y el forzamiento a situaciones sexuales que no son acordes a la edad de los chicos -aunque ellos no se opongan manifiestamente- violenta, hiere y destruye el crecimiento sano.
Nuestra sexualidad adulta está regida por la constitución saludable o no de nuestro mapa del amor constituido en nuestra infancia.
Sistema de valores sexuales:
En sexualidad no hay una norma universal. Cada sociedad según cada momento histórico y cada estrato social utiliza diferentes pautas para establecer qué es lo normal en los modos de expresión de la sexualidad. Por lo tanto, las manifestaciones de la sexualidad también deben ser consideradas en un contexto social.
Distintas épocas y distintas localizaciones geográficas pueden determinar que la misma conducta sexual sea catalogada de saludable o de aberrante.
Cada medio cultural normatiza los rasgos característicos del comportamiento sexual de su comunidad. Valores, costumbres, tradiciones y hábitos sexuales determinan la política sexual imperante.
Las culturas que permiten y alientan la expresión de la sexualidad son culturas sexofílicas y aquellas que reprimen y desalientan las expresiones sexuales son culturas sexofóbicas.
En ese sentido, las religiones judeocristianas han considerado a la sexualidad como negativa, como “un mal necesario” para la reproducción. En cambio, las religiones orientales (Hinduismo tántrico, Budismo tántrico y Taoismo) incluyeron a la sexualidad como inherente a la vida espiritual, cuya expresión conduce hacia el Medio Divino (a través de la Iluminación).
En la actualidad no es fácil definir una cultura como sexofílica o sexofóbica, sino que en cada contexto podremos encontrar actitudes de ambos tipos.
La cultura hispanomericana tiene fuertemente marcado el sesgo de la visión judeocristiana de la sexualidad, si bien ya en el siglo XXI, se produjeron cambios en el modo de relación de los jóvenes así como los adultos también se fueron adaptando a las nuevas realidades vinculares.
Por ejemplo, hasta hace relativamente pocos años (50 o 60 años), el goce sexual de la mujer no era tomado en cuenta como necesario. Varios sucesos sociales fueron modificando esta idea:
· Con la segunda Guerra Mundial, muchas mujeres salieron de su ámbito privado para pasar a ocupar lugares de trabajo hasta ese momento restringidos a los varones.
· El desarrollo del feminismo como búsqueda de reconocimiento social del lugar de las mujeres.
· El descubrimiento de la penicilina permitió curar las infecciones que hasta ese momento llevaban a la muerte, entre ellas las enfermedades transmisibles sexualmente.
· El descubrimiento de la pastilla anticonceptiva que le permitió a la mujer hacerse dueña de su cuerpo y de su decisión de procrear.
Aunque estemos transitando el siglo XXI, y la mayor permisividad y exposición de expresiones sexuales a través de los medios de comunicación, hagan pensar que la mayor liberación de costumbres sexuales es generalizada, la realidad cotidiana de las personas nos muestra un amplio abanico de situaciones.
En sexualidad, como en muchos otros temas, es importante no generalizar, ni considerar que "lo común" es lo que nos pasa a nosotros (o a los otros). Toda sociedad está conformada por diversos sectores humanos que se manifiestan con costumbres y conductas totalmente diferentes y hasta opuestas. Es así que, entre las minorías sexuales que están saliendo a la luz y los "liberados sexuales" también hoy persisten personas con ideas y actitudes que podemos considerar habituales de otras épocas histórico-sociales.
Las diversas maneras que tenemos los seres humanos de manifestarnos sexualmente no son sencillas de comprender. Cada caso es único porque -además de la inserción sociocultural- depende de la personalidad, la historia, las experiencias vividas, las creencias, los prejuicios de cada uno y de la relación general de la pareja.
Lo aceptable y lo inaceptable:
Si cada cultura y época histórica construyen, implícita o explícitamente sus valores y normas relacionados con la sexualidad es difícil determinar qué es lo normal y aceptable en sexualidad.
Pensemos en algunos ejemplos habituales en nuestro tiempo:
Aún hoy continúan realizándose rituales de extirpación del clítoris en las niñas de diversas regiones africanas. ¿Es esto normal? En Occidente estos hechos nos parecen un horror, sin embargo para las culturas que los efectúan es totalmente normal, no practicarlo es un horror.
Las conductas sexuales que compartimos con el resto de los mamíferos, como la masturbación o las relaciones homosexuales, ¿las normaliza para los humanos o nos hace más “animales”?
En nuestro país el matrimonio de personas del mismo sexo es un logro reciente. Esto significa que ahora es “normal” y antes no lo era.
El mismo criterio podemos esgrimir acerca del cambio de nombre de las personas transexuales, con la nueva Ley de Identidad de Género en nuestro país.
La poligamia es legal en los países islámicos y no lo es en occidente. Según desde dónde miremos, una de las dos opciones sería anormal.
El aborto es legal en muchos países, ¿eso lo convierte en anormal ya que en el nuestro no lo es?
Para analizarlo, Pommeroy, un investigador de la sexualidad, considera diversos tipos de criterios Estadísticos, Filogenéticos, Morales, Legales y Sociales. Según se consideren unos u otros, determinadas conductas serán “anormales” o “normales”.
¿Lo anormal es lo antinatural, lo inmoral, lo ilegal, lo estadísticamente minoritario, lo que no se hace habitualmente en determinado grupo social? Aquí nos encontramos con las pautas fijadas por cada sociedad en cada momento histórico. Lo anormal de ayer puede ser lo normal de hoy. Lo anormal en un país o región puede ser lo normal en otro, aún coincidiendo en el tiempo social.
¿Cuál es el límite entre lo normal y lo patológico? Para acercar una respuesta que nos aclare, que permita consenso, que trascienda los tiempos y que no se esconda tras el “relativismo cultural” que puede llegar a justificar aún lo injustificable, podemos concluir que dado que la palabra “normal” es tramposa es conveniente reemplazarla por el término “aceptable”.
Lo aceptable sexualmente tanto individual como socialmente es toda conducta que sea acordada entre adultos, que no produzca daño físico ni psíquico y que no incluya menores de edad. En este sentido, hasta una simple caricia, cuando es impuesta sin el consentimiento del otro, implica un abuso, una violación de la intimidad.
Agresión sana y Agresión patológica:
La agresión no es negativa en sí misma. Forma parte de nuestro aparato psíquico desde su constitución. La agresión sana es una energía necesaria para el mantenimiento de la vida individual y de la especie.
Al comer necesitamos indispensablemente destruir el alimento para incorporarlo a nuestro organismo.
El oposicionismo es necesario para la reafirmación de nuestra identidad e implica la agresión.
Para ir hacia los otros sin temor de que nos dañen porque sabemos defendernos del mundo externo necesitamos movilizar nuestra agresión.
En todas las especies animales los impulsos agresivos y sexuales se entrecruzan en variadas proporciones. Por ejemplo en la rivalidad y en los celos.
En cuanto a la agresión sana, para la consecución del placer es necesaria su relación con la sexualidad y no implica deseo de hacer daño. Fisiológicamente existen semejanzas entre la manifestación agresiva y la sexual. El acto sexual habitual está matizado por un componente agresivo en su desarrollo, necesario para su consumación, por ejemplo en la posesión física que hace el varón de la mujer. También podemos observarlo durante el juego sexual, cuando aumenta la tensión de las caricias y los besos. Sin este aumento de tensión el placer no se produce. La desinhibición de la agresión lúdica libera la excitación sexual, la cual luego del climax va neutralizando progresivamente el componente hostil. Las fantasías sexuales y las conductas expresadas durante el encuentro sexual suelen tener elementos agresivos que estimulan el erotismo. Por ejemplo, el uso de determinadas palabras que, en ese momento resultan estimulantes, y que fuera de la situación de intimidad pueden resultar francamente ofensivas.
En un círculo vicioso, la inhibición de la agresión sana inhibe diferentes áreas de la conducta. En la sexualidad, la inhibición de fantasías y conductas suele conducir a perturbaciones sexuales. Estas pueden manifestarse de diversas formas: dificultades para cortejar o entablar relación con otra persona, expresar un miedo irracional al contacto (fobias sexuales), aparición de disfunciones sexuales (anorgasmia, impotencia, eyaculación precoz, aneyaculación, vaginismo, etc.)
Así mismo, las personas con dificultades sexuales, que no lograron canalizar su agresión sana, suelen mantener una relación huraña y rencorosa con los otros y consigo mismas. En estos casos, manifiestan su agresión pero desde el plano de la insatisfacción.
La agresión patológica o violencia propiamente dicha, corresponde al impulso relacionado con la muerte; es una energía apremiante y repetitiva, que exalta el odio y la crueldad y cuyo objetivo es el placer de la destrucción.
La violencia surge en las personas como antídoto contra la monotonía, contra la falta de seguridad interna y externa, como manera de ser reconocido, aunque sea negativamente o como manifestación de venganza. Todas estas motivaciones son agujeros negros de la personalidad de esos sujetos que sufrieron severas frustraciones durante la infancia.
La violencia sexual es una forma de agresión patológica cuyo eje es la sexualidad patológica del victimario que invade peligrosamente a sus víctimas.
Aunque las actitudes violentas puedan entenderse desde la patología de la personalidad de quien la ejerce, no puede consentirse, ya que la persona sabe que hacer daño es un delito.
Violencia sexual:
La relación entre la sexualidad y la violencia o agresión patológica, nos lleva a reflexionar acerca de la estructuración del mapa erótico de cada persona.
Como adelantamos más arriba, los seres humanos, durante los primeros ocho años de vida construimos una estructura mental que representa al amante idealizado y a la actividad sexual y erótica involucrada en dicha circunstancia. Esta construcción se efectúa en relación a las experiencias vitales de esos primeros años.
Es así que la mayoría de las personas construyen un mapa de amor dentro de lo habitualmente esperado, que tiene similitudes con los de los demás y que busca el placer a través de diversas actividades eróticas no exclusivas para el logro de ese placer y que no implican deseo de daño propio ni a otros.
Un niño cuyo mapa del amor fue traumatizado a través del abuso, la violencia y el maltrato sexual, es una víctima que ya adulto victimizará a otros o a sí mismo, y que no podrá dejar de hacerlo. Sufrirá compulsivamente la necesidad de llevar a cabo determinadas conductas sexuales para lograr placer,
Cuando un niño vive situaciones sexuales traumáticas durante sus primeros ocho años, se distorsiona su mapa de amor, dando tres resultados posibles en su vida adulta:
Hipofilia: atenuación de la actividad sexual, generalmente se observa en las mujeres.
Hiperfilia: exasperación de la actividad sexual, adicciones sexuales. Generalmente observado en los varones.
Parafilia: necesidad de conductas diferentes, únicas y exclusivas para alcanzar el placer. Generalmente observado en los varones. Freud las llamó perversiones.
Las parafilias son variantes sexuales con prácticas poco habituales en las personas, en las cuales el individuo necesita de manera imperiosa y exclusiva realizar una conducta determinada para cumplir con una respuesta sexual satisfactoria. Estas variantes pueden ser sociales o asociales, inocuas para el sujeto o los demás (fetichismo) o perjudiciales para sí mismo o los otros (sadomasoquismo, paidofilia).
La parafilia no es una degeneración en el sentido de que el sujeto va degenerándose paulatinamente. Es efecto de un modelo mental o mapa del amor -construido durante la infancia- que en respuesta a la negligencia, supresión o traumatización de sus formaciones normales se ha desarrollado con distorsiones. De otra manera no se hubiera vandalizado. Por ello es que son muy difíciles de modificar.
El mapa del amor se vandaliza como respuesta a actitudes de los adultos relacionadas con la negligencia, la carencia, los castigos, las ofensas, la disciplina abusiva y la introducción precoz a la sexualidad adulta.
La parafilia tiene una doble existencia, una como fantasía y otra como fantasía llevada a la práctica; en este último caso se hace manifiesta la posibilidad de daño hacia sí mismo o hacia los otros, ya que se expresa como una compulsión a la cual el sujeto no puede dejar de obedecer.
El sujeto parafílico es víctima de un mapa de amor vandalizado. Como tal puede actuar como sometido o como sometedor para llevar a cabo su compulsión.
El fetichismo (necesidad de un objeto determinado), voyeurismo (placer por mirar situaciones sexuales), sadomasoquismo (placer al dar y recibir dolor), paidofilia (necesidad de niños), exhibicionismo (placer por mostrar los genitales a extraños) son algunas de estas variantes. Cada una de estas conductas es única e indispensable, y suele llevarse a cabo durante un estado alterado de conciencia. El afecto y el deseo están disociados.
Existen parafilias individuales que no producen daño a otros, pero sí producen sufrimiento en quien la padece por la soledad de su necesidad imperativa, salvo que encuentre un compañero sexual adulto que lo complemente y consienta. Por ejemplo utilizar determinados objetos o ropas durante el encuentro sexual.
Cuando hablamos de violencia sexual nos estamos refiriendo a las Parafilias asociales, que intimidan, violan, abusan, acosan y dañan la intimidad psicológica o física de otros. Existen valores que deben ser inamovibles en todas las culturas, son los relacionados con conductas sexuales delictivas, que hacen daño a otro o a uno mismo. La violencia sexual, en todas sus formas, es parte de este aspecto inamovible.
La violencia sexual incluye en sus prácticas al abuso, el acoso, la violación y la explotación sexual. El abuso expresa conductas de acercamiento corporal con o sin penetración oral, anal o genital y suele ser sostenido sobre una misma víctima a lo largo del tiempo y realizada generalmente por un familiar, un vecino, un conocido o un amigo de la casa. Es la más grave de las conductas violentas. Los abusadores de menores, llamados paidófilos, son personas enfermas, ya que construyeron en su infancia un mapa erótico traumatizado por sus trágicas experiencias. En general, ellos también fueron víctimas, y en su edad adulta necesitan repetir sus situaciones traumáticas con un niño como lo fueron ellos. De otro modo no logran sentir placer. La mayoría son hombres, de todos los sectores sociales. Mendigos o profesionales, empresarios u obreros, clérigos o aparentes “buenos padres de familia”. Sin embargo, en su vida existe un lado oscuro generalmente desconocido.
El acoso es básicamente emocional, desde la insistencia y amenaza realizada por un conocido de mayor jerarquía que la víctima.
La violación incluye la penetración oral, anal o vaginal, puede producirse una única vez, realizada generalmente por un desconocido.
Se ha generado en el mundo un nuevo negocio globalizado: la explotación sexual infantil y la trata de mujeres. Se los esclaviza para la producción de pornografía a través de fotos, videos o internet y para la prostitución.
La Organización Mundial de la Salud define a la violencia sexual como “todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independientemente de la relación de ésta con la víctima, en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo. La violencia sexual abarca el sexo bajo coacción de cualquier tipo incluyendo el uso de fuerza física, las tentativas de obtener sexo bajo coacción, la agresión mediante órganos sexuales, el acoso sexual incluyendo la humillación sexual, el matrimonio o cohabitación forzados incluyendo el matrimonio de menores, la prostitución forzada y comercialización de mujeres, el aborto forzado, la denegación del derecho a hacer uso de la anticoncepción o a adoptar medidas de protección contra enfermedades, y los actos de violencia que afecten a la integridad sexual de las mujeres tales como la mutilación genital femenina y las inspecciones para comprobar la virginidad.
Puede existir violencia sexual entre miembros de una misma familia y personas de confianza, y entre conocidos y extraños. La violencia sexual puede tener lugar a lo largo de todo el ciclo vital, desde la infancia hasta la vejez, e incluye a mujeres y hombres, ambos como víctimas y agresores. Aunque afecta a ambos sexos, con más frecuencia es llevada a cabo por niños y hombres a niñas y mujeres”.
Violencia sexual institucional y social:
Ante la manifestación brutal de la violencia sexual recientemente descripta, pasa inadvertida otra forma de violencia que “sólo” daña psicológicamente. La violencia sexual también puede ejercerse implícitamente, a través de la imposición de valores e ideas que -como viejos o nuevos mandatos- perturben el desarrollo sano de las personas. Esto se observa con claridad en el estímulo del consumismo como vía para encontrar satisfacciones. Los medios de comunicación ofrecen alternativas sexuales como estrategia de venta de los más variados productos, vehículos, ropa interior, bebidas alcohólicas, perfumes, etc.. En nuestro tiempo y nuestra sociedad occidental, la sexualidad pasó a formar parte del consumismo, mecanizándose y comercializándose desligada de lo afectivo.
Reafirmando aún más esa violencia, los medios recogen y amplifican las noticias escandalosas sobre la sexualidad, mientras que son escasas o nulas las acciones realizadas para la prevención primaria de conductas de riesgo vinculadas con la sexualidad: embarazos no deseados, enfermedades sexualmente transmisibles, violencia y abuso sexual.
La sociedad de consumo en la que vivimos promueve normas contradictorias, desde inhibidoras hasta mecanizantes de las conductas sexuales. En ambos casos la afectividad está ausente. Dentro de esta ambivalencia cultural, según dónde se pare la persona, será normal para una pauta pero anormal para otra.
La violencia sexual no se ejerce solamente de un individuo a otro. También es ejercida por la sociedad sobre el individuo, cuando no lo educa sexualmente para darle la oportunidad de elegir su propio sistema de valores sexuales, cuando no toma medidas de cuidado y prevención que impidan enfermedades transmisibles sexualmente, embarazos no deseados, abortos y situaciones de franco maltrato sexual.
En este sentido, para no ser víctima de los mandatos sociales destructivos, es necesario que cada persona vaya encontrando su propio Sistema de Valores Sexuales, su propia manera de sentir placer y satisfacción, que incluya de modo armónico las diversas dimensiones de la sexualidad: biológica, psicológica, social, cultural y espiritual. Es un desafío personal no naturalizar estos aspectos de una sexualidad disfuncional para nuestra salud mental.
La violencia sexual puede comenzar a prevenirse a través de una Educación sexual formal, instrumentada públicamente de manera conciente, voluntaria y metodológicamente explícita, sostenida, coherente y generalizada de todas las edades. Se hace imprescindible ejecutar Programas de Educación Sexual para profesionales, docentes y operadores sociales que permitan aprender a prevenir y detectar los riesgos violentos para derivarlos a una solución posible. En Argentina tenemos sancionadas y reglamentadas Leyes de Educación Sexual Integral (Nacional N° 26150/2006 y de CABA N° 2110/2006) que no se están cumpliendo. Esa también es otra forma de violencia.
Hablar de estos temas no es grato. Sin embargo, ponerle palabras al sufrimiento, saber que esa violación a la intimidad existe, poder pedir y ofrecer ayuda permite recuperar el camino hacia la vida, alivia y restablece la confianza y la dignidad.
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(*) M.N. 3304 - M. Prov. de Bs. As. 81709 – virmaver@gmail.com
Psicóloga y Profesora de Psicología – UBA. Psicoterapeuta, Sexóloga y Periodista científica. Dirige www.sexuar.com.ar. Asesora y Capacitadora para profesionales y docentes en instituciones nacionales e internacionales y a distancia. Autora de artículos publicados en medios académicos, científicos y de divulgación. Divulgadora en Medios de Comunicación gráficos, radiales y televisivos. Miembro individual de la Asociación Mundial de Sexología. Se desempeñó como Docente en la Facultad de Psicología de la Universidad de Bs. As. Coordinó el Equipo de los Talleres de Sexualidad y Género en Escuelas desde el Consejo de Derechos de niños, niñas y adolescentes de la Ciudad de Bs. As. Fue Consejera del Rector de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini -UBA. Miembro Fundador de la Asociación Latinoamericana de Psicólogos Sexólogos. Fue Secretaria de Asuntos Profesionales y Directora del Departamento de Sexología de la Asociación de Psicólogos de Bs. As. Fue Presidente y Secretaria General de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana y de Sexsalud. Fue Miembro del Comité de Nomenclatura Sexológica de la Federación Latinoamericana de Sexología. Fue Secretaria General de la Federación Sexológica Argentina.