Vivir del campo (16)
La empresa de la producción (2)
La empresa productiva puede encarar más de una actividad. Lo más común, en nuestra Pampa húmeda, es que convivan la agricultura y la ganadería en distintas proporciones, según la aptitud del campo.
La ganadería, que fue la empresa principal durante mis primeros 20 años de trabajo en el campo, también tiene dos negocios: la tenencia y la producción. En un país sin moneda dura como el nuestro, la tenencia de hacienda tiene un peso enorme en el negocio. Es un negocio financiero, más líquido y flexible que la tenencia de tierra. Uno puede comprar o vender hacienda para tomar ganancias, pero no puede vender y volver a comprar unos potreros de su campo como quien se pasa de dólares a acciones o bonos.
Muchos profesionales y prestadores de servicios suelen menospreciar al “tenedor de ganado”, sin entender dos cosas: que es un inversor en ganado, no un mero tenedor de stock, y que a veces maneja su capital mucho mejor que el “productor de ganado”.
También tiene mala prensa el tenedor de tierras. Parece que en nuestra sociedad ser capitalista es aceptable en la bolsa o en las finanzas, pero no en el campo. En el campo hay que ser “productor”, como si producir fuera una carga pública, no un negocio legítimo. Es un dato que no hay que olvidar.
A mí me costó mucho entender que: la base del negocio de la ganadería no es la producción sino la tenencia. Esto es así aquí y en Texas. No es que los argentinos seamos tradicionales o atrasados y que nos dediquemos a tener vacas sin ocuparnos de que produzcan terneros. Como en cualquier negocio, el capital es primordial. Lo primero que un buen empresario capitalista debe hacer es no sacarle la vista a su capital. No hay que pensar en kilos, hay que pensar en capital.
La tenencia no es el único negocio, pero es el primero. El capital en ganado no se mide en cabezas sino en dinero. No es el inventario de animales sino el inventario de capital dedicado a la ganadería. A veces, como decía un avezado invernador en la terrible década del 80, “mis novillos engordan más en el banco que en el campo”: Llamo terrible a esa década por sus grandes y súbitos altibajos en los precios relativos y por las licuaciones de la moneda. Uno tenía que ser mejor en la especulación financiera que en la producción, algo doblemente difícil: primero, no es el negocio de uno, y segundo, la ganadería no permite entrar y salir con la rapidez con que se compran y venden activos financieros. En esa época florecían los “revoleadores” de hacienda, pero a la larga muy pocos de ellos sobrevivieron. Ni siquiera ese invernador cuyo capital pastoreaba rotativamente entre el campo y el banco, que en algún momento quedó entrampado en un “corralito”.
El “productor de punta”, que trabaja “a piñón fijo”, siempre para adelante, no se da cuenta de que también es un inversor financiero pasivo, como ese vecino que tiene el campo lleno de vacas flacas que le rompen los alambrados linderos. Ya he mencionado el caso de una gran empresa ganadera, que pese a producir 1000 kg/ha en menos de un año había perdido dinero porque los terneros habían ingresado con el precio más alto de la década y habían egresado mucho más baratos. “Un modelo productivo altamente eficiente que salió mal por una mala decisión empresaria”, dijeron los técnicos, muy orondos, obviamente porque el capital perdido no era de ellos. Yo diría: “un pésimo modelo productivo porque su ecuación omitió el riesgo de pérdida de capital, que era bastante previsible”. Algo similar le sucedió a otra gran empresa, que liquidó la ganadería en el peor momento de los últimos años, semanas antes de que los precios dieran uno de los saltos más notables que yo recuerde. En cuestión de meses, el capital invertido por el comprador se triplicó con creces. A mí mismo me pasó en el invierno de1989, seco e hiperinflacionario. Tenía un vecino muy “arrastrado” (el peor insulto en el campo) que cuando se quedó sin campo sacó su rodeo a la calle, y se pasó el invierno acampando en las banquinas, sobre todo la nuestra, que es bastante generosa. Nosotros hicimos “la lógica”: achicamos stock y compramos títulos. Cuando llegó la primavera, el hombre nos había dado una lección que nunca olvidaré, porque su capital se había conservado mucho mejor en vacas flacas que el nuestro en papeles públicos defaulteados.
Con esto no quiero decir que el campo es solamente un negocio de stocks, es decir, de acopiar tierra o hacienda. Es también un negocio de flujos, es decir, producción. Pero es un negocio de stocks. Mientras se llena la cabeza de planes productivos, uno sigue siendo un inversor de largo, mediano y corto plazo con el capital que tiene metido en la producción. El hecho de que en la mayoría de los casos sea un inversor pasivo (como quien tiene dinero en una caja de ahorros) no quita que sea un inversor. En el caso de los activos productivos, como la hacienda, la mentalidad de productor puede convertir al empresario en un especulador financiero inconsciente, como el personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa. El ganadero que retiene cuando los precios suben y liquida cuando bajan quizás piense que se está comportando como un capitalista racional, pero está especulando, o como se dice, “apostando” a que lo que sube seguirá subiendo y lo que baja seguirá bajando, cuando en general sucede lo contrario. Lo mismo sucede en la producción agrícola, donde las coberturas en los mercados de futuros se consideran “especulación”, y muchos productores se sientan sobre sus cosechas pensando que así no especulan, cuando eso es lo que están haciendo.
No digo que esté mal sentarse sobre las existencias, como me enseñó mi vecino “arrastrado”, que teniendo muchos años más que yo, se pasó ese invierno interminable en una carpa con su “secretario”, cuidando lo suyo. Como diría Clinton, “es el capital, estúpido”.
Quizás los lectores entiendan ahora por qué me costó tanto tiempo y esfuerzo redondear esta breve nota.
Ing. Agrónomo. Especialista Agtech.
4 añosHola Marcos, muy interesante la nota! Es un placer leerte. El marco que le das al planteo es muy bueno. El análisis sería también muy rico si los productores nos abrimos a pensar en productos/servicios que no siempre dependan del capital.