Vivir el invierno en un pueblo pequeño como Bagüés
Nuevas historias de dos neorrurales.

Vivir el invierno en un pueblo pequeño como Bagüés

Se suele decir que el invierno en un pueblo pequeño es muy duro. No hay gente, no hay nada que hacer, el frío y la soledad lo llenan todo… Y suele ser la prueba de fuego para los neorrurales como nosotros. Si pasas el primer invierno, se puede decir que tus raíces ya están bien ancladas.

Aunque el otoño hace ya unos dos meses que comenzó (estamos escribiendo esto a 28 de noviembre), hasta hace un par de semanas un clima bastante anómalo, con altas temperaturas y un tiempo primaveral o casi veraniego, no nos había dejado darnos cuenta de que se acercaba el invierno. Pero a mediados de este mes de noviembre un brusco cambio de tiempo y, sobre todo, el paso al horario invernal con el anochecer sobre las seis de la tarde, nos ha metido en el invierno de sopetón.

Cuando no tenemos huéspedes, que en esta época del año solo suelen venir los fines de semana, ¿qué podemos hacer?

¿Cómo pasar los meses de invierno en un pueblo pequeño?

El secreto para no agobiarse cuando llega el invierno en un pueblo pequeño es reorganizar tus horarios. Olvidarte de lo que hacías en Zaragoza (o en la ciudad donde vivías antes) y adaptarte a las horas de luz que tienes, aprovechar las horas de menos frío para salir a la calle y hacer alguna tarea de mantenimiento que necesite la casa o, simplemente, darte una vuelta para descubrir algún rincón chulo en los alrededores que puedas recomendar a los clientes. Y, muy importante, buscarte algo que hacer para cuando hay que recogerse.

¿Cómo nos estamos organizando nosotros? Lo primero de todo, no madrugamos si no hay necesidad. Entre que es de noche y que no hay clientes que atender la mayor parte de los días, no tiene mucho sentido levantarte a las siete de la cama para ponerte a ver la televisión, ¿no? Así que hasta las ocho y media o las nueve, en la cama que se está donde mejor.

Por las mañanas aprovechamos para ir a hacer compras a Jaca o trabajar en las pequeñas labores que siempre necesita una casa: que si ponemos un burlete a una ventana, que si le damos una vuelta al huerto (que ya tiene borrajas, acelgas y ajos que progresan adecuadamente), que si le damos un repaso al polvo y los suelos de la casa para que estén impecables cuando lleguen los clientes el viernes, que si salimos a ver si hay setas (eso más en otoño, ahora hay ya más bien pocas)… Ese tipo de cosas.

Por la tarde, poco se puede hacer que requiera luz solar, porque a las cinco o cinco y media el sol se pone por los montes que rodean el pueblo y a las seis empieza a anochecer rápidamente. Así que es el momento del ordenador, el trabajo y la formación online, que de las dos cosas hacemos y recibimos, y de buenas partidas de cartas delante de la chimenea. También de experimentar en la cocina, de probar guisos y postres nuevos para las cenas, de ver si somos capaces de hacer un buen brownie de chocolate o de darle una vuelta a las carrilleras para pensar en un emplatado que “mole”.

Lo de ver la televisión es el último recurso, que con la mierda (y perdón, pero no hay palabra que la defina mejor) de programación que ponen acabaríamos de siesta desde las tres hasta las nueve. Alguna película que merezca la pena, muchas veces de nuestros DVD, o alguna serie de HBO o similar.

¿Quieres leer el post completo? Sigue este enlace hasta la web de El hortal de Bruno (clic aquí).

Laureano López Pizarro

Brand Storyteller - Copywriter

7 años

Bonita historia de cómo lanzarse a cumplir un sueño, no solo profesional sino como forma de vida. Mucho éxito con El hortal de Bruno.

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