Los arreglos de Brian Wilson le agregaron una complejidad al rock que nadie había experimentado hasta ese momento, pero también expresaron un mensaje simple y poético: cuando eres joven, todas las experiencias te impactan como una orquesta. En una época en la que bandas como The Velvet Underground empezaban a usar el pop para explorar realidades inquietantes, Pet Sounds regresó al dulce exotismo de los años 30 y 50, los tiempos del viejo Hollywood y el comienzo de la televisión. Pese a que los climas del LP son místicos (Wilson llamó a Smile, su siguiente proyecto, “una sinfonía adolescente para Dios”), no resulta sorprendente que su coletrista, Tony Asher, fuera publicista. Además de sus ambiciones artísticas, Wilson sabía proyectar ideas universales. El legado más profundo de Pet Sounds es el concepto de que la música pop, que en esencia es accesible y extrovertida, tiene la capacidad de expresar universos trascendentes y esotéricos. Los experimentos de Wilson con el LSD no son obvios en este disco, pero trae a la superficie sentimientos escondidos de una forma fascinante.
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