Opinión | La espiral de la libreta
Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

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Hacia una paz precaria en Ucrania

Zelenski parece haber asumido que tendrá que aceptar concesiones territoriales en la mesa de diálogo. Pero habrá que garantizar algún tipo de seguridad para Kiev, que a buen seguro sufragará la UE

Trump se reúne con Zelenski en el Elíseo, en un encuentro organizado por Macron

Trump se reúne con Zelenski en el Elíseo, en un encuentro organizado por Macron

Tiempo en suspenso, con toses por doquier, Fluimucil y cautela gatuna. En estos primeros días de enero viene amaneciendo con niebla, como un presagio de los meses confusos que tocará atravesar. Un amigo me manda un WhatsApp de felicitación muy acorde con 'l’air du temps': un meme del dictador de Corea del Norte, Kim Jong Un, muy sonriente él, y con un pie de foto que dice: «Feliz año. Podría ser el último»; de fondo, a sus espaldas, se observa un inquietante submarino atómico que flota en el mar azul acero. Desde luego, el inicio del ciclo invita a la tentación del pesimismo. La sensación de zozobra viene agravada por el hecho de que nadie domina el timón de la nave en esta época de descabalgaduras imperiales: el soviético da sus últimos (y sangrientos) coletazos, Estados Unidos está en franco declive y China aspira a ocupar su lugar. Una nueva guerra fría.

Las fichas del dominó global se revuelven bocabajo sobre el mármol a la espera del relevo en la Casa Blanca, el 20 de enero. El impredecible Donald Trump prometió «poner fin a la guerra en un solo día»; nadie en sus cabales asume que la paz llegará con un chasquido de los dedos, pero es probable que el año 2025 consume en el medio plazo un cese de las hostilidades en Ucrania después de mil días de combates. Estados Unidos ya ha otorgado a Kiev más de 60.000 millones de dólares en asistencia militar, y Trump no está dispuesto a seguir prestando su ayuda incondicional. El Kremlin lo sabe; Volodímir Zelenski, también. Ya no promete en sus discursos recuperar hasta la última versta de territorio ocupado, sino que ha incluido el concepto «mesa de negociaciones». Su rostro tampoco es el mismo. Parece haber asumido la inevitabilidad, el hecho de que Ucrania tendrá que aceptar «concesiones territoriales». Por eso el Kremlin ha apretado el acelerador en los últimos meses, avanzando casi 4.000 kilómetros cuadrados en Ucrania (siete veces más que en 2023). A Zelenski no le ha salido bien la jugada de ocupar Kursk, en territorio ruso, con vistas a tener un as en la manga en una eventual mesa de diálogo, la de canjear «territorios por territorios». Rusia controla el 20% del suelo ucraniano, y no está dispuesta a ceder ni un ápice: aparte de la península de Crimea, anexionada en 2014, las regiones del Donbás —que incluye las provincias rusohablantes de Donetsk y Lugansk—, en el este, y Jersón y Zaporiyia, en el sur. Tampoco Vladímir Putin aceptará bajo ningún concepto el ingreso de Ucrania en la OTAN. Y entonces, ¿qué?

Aun a riesgo de comerme los vaticinios con patatas, cuyo precio, por cierto, se ha incrementado el 65% en Rusia, es posible que Moscú exija un estatus de neutralidad en la Carta Magna de Kiev, pero habrá que garantizar algún tipo de seguridad para los ucranianos, un sistema avalado por la UE, con el eje franco-alemán en horas bajas. Nos tocará a los europeos rascarnos el bolsillo, porque Tío Sam estará a otras cosas. Todo esto en el mejor de los casos y para regresar al punto de partida. Un maldito viaje con las alforjas llenas de cadáveres, más de 200.000.

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