CATALINA DE ARAGÓN, LA REINA CLEMENTE QUE REMENDÓ SUS VESTIDOS Y RACIONÓ SU COMIDA A PESAR DE SER CATALINA I DE INGLATERRA
Nada hacía presagiar que aquella cruda noche del 16 de diciembre de 1485 nacería en Alcalá de Henares la última hija de los Reyes Católicos y una de las reinas más queridas por el pueblo inglés.
De piel muy blanca, ojos azules casi grises y pelo cobrizo, era físicamente muy parecida a su madre, el tiempo pondría en valor que lo fue más si cabe en carácter.
El nacimiento llenó de júbilo a sus padres y no tanto a la corte, que esperaba que hubiera sido varón, pues ya contaban los reyes con tres hijas más, Isabel, María y Juana y sólo con un hijo, Juan.
Pronto empezaron las conjeturas en palacio de cuál sería el matrimonio más conveniente para Catalina que proporcionara fructíferas alianzas a la Corona, y en este orden de cosas se decidió que lo mejor era prometer a la infanta, que en esos momentos contaba con tres años de edad, con Arturo el hijo primogénito del rey Enrique VII, de dos años, lo que unía a la Casa Trastámara con la Tudor y garantizaba un pacto entre España e Inglaterra contra el enemigo francés, y a tal efecto se plasmó el acuerdo en lo que se conoció como el “Tratado de Medina del Campo”.
La reina Isabel, consciente del futuro que debería afrontar su hija, se tomó especialmente en serio su educación y le procuró una esmerada formación en literatura, aritmética e historia, también en filosofía, derecho, teología geografía y heráldica esta última ciencia para saber reconocer las distintas dinastías con las que habría de tratar en tiempos venideros. Tomó también clases de equitación, cetrería y caza, así como de flamenco y latín. Todos estos conocimientos la convertían en una de las infantas más cultas y formadas de Europa.
Se cierra la alianza definitiva en Tortosa, en octubre de 1496, en el conocido como “Tratado de Londres” que establecía el compromiso y próximo matrimonio entre la infanta Catalina de Aragón y el príncipe de Gales Arturo Tudor, fijando Fernando padre de la novia una dote de doscientos mil ducados de oro, estableciéndose además que la infanta mantuviera sus derechos sucesorios aun después de celebrada la boda.
Se casaron los novios por poderes en 1499 por lo que el embajador español De Puebla se desplazó hasta Londres con el fin de encarnar el papel de la novia, lo que provocó la ridícula escena de verse el príncipe de Gales cogido de la mano derecha por el emisario que hubo además de meter una pierna de manera simbólica en el lecho nupcial. A partir de ese momento Catalina pasaba a convertirse en princesa de Galés.
El viaje a tierras inglesas para materializar el matrimonio se produjo en septiembre de 1501 sin imaginar la infanta que esta era la despedida definitiva de sus padres y de su tierra, no volvería a ver a ninguno.
Llegó la futura reina a Richmond el 2 de Octubre y fue recibida por un impaciente Arturo que quedó fascinado con su princesa, no así ella pues el príncipe le pareció poco agraciado y de aspecto enclenque y enfermizo pero sus dotes para la diplomacia consiguieron que solventara el primer encuentro sin que Arturo notase su desagrado.
El 12 de noviembre hizo su entrada triunfal en Londres una emocionada princesa de Gales ante la pompa y el boato de una ciudad engalanada para tan célebre ocasión. Iba acompañada por el duque de York, Enrique hermano pequeño de Arturo que en aquel momento contaba con diez años de edad, y a pesar de la tristeza de su corazón por haber dejado tierras españolas sintió que el flemático pueblo británico se mostraba jubiloso ante su llegada.
La boda real se celebró dos días después en la Catedral de San Pablo y tras más de tres horas de ceremonia salió Catalina del brazo de su príncipe, siendo aclamados por un público enfervorizado que no sospechaba que ese matrimonio iba a ser efímero.
No hubo consumación marital, Arturo no se vio capaz de cumplir con sus deberes conyugales y aun así Catalina supo ser paciente y condescendiente.
Él se mostraba frágil y torpe en público y sin embargo ella destacó rápidamente por su gracilidad, su encanto y su enorme facilidad para los bailes y las danzas de palacio. Todo iba más o menos bien, pero la dote de la novia todavía no había sido depositada en las arcas monarcales por lo que el rey Enrique empezó a perder la paciencia ante la indolencia de su consuegro y a fijar su atención en las joyas que lucía la princesa de Gales, llegando a plantearle a su nuera que se cobraría con ellas lo no pagado por el rey Fernando.
Empezó una batalla entre los avaros y tercos monarcas que perjudicaría gravemente a Catalina, las cosas comenzaron pronto a torcerse y para colmo de males el rey Arturo enfermó por culpa del esfuerzo sexual, dijeron, al que era sometido todas las noches. Nada más lejos de la realidad.
Con la llegada de la primavera se propagó una epidemia de “sudor inglés”, enfermedad letal y altamente contagiosa que infectó a los príncipes de Gales provocando la muerte de Arturo el 2 de abril de 1502 después de una terrible agonía.
Enviudaba Catalina a los dieciséis años y desde ese momento se convertía en la princesa viuda de Gales. Su padre volvía a “la carga” exigiendo esta vez al tacaño rey Enrique VII que le devolviera la mitad de la dote pagada y le asignara a su hija una pensión de viudedad con las rentas de Gales, Cornualles y Chester. Conocía bien el rey Fernando lo cicatero que era el monarca inglés, sabía que jamás le devolvería el dinero de la dote ni asignaría pensión alguna a su hija. Lo que tramaba el astuto rey era que Enrique VII buscara nuevo marido para Catalina, y quién mejor para ello que su hijo Enrique, nuevo príncipe de Gales y futuro rey de Inglaterra. Las pugnas entre los dos monarcas colocaron a la joven Catalina en una complicada situación financiera. Mientras que Fernando exigía al rey inglés que cuidara de su hija y la atendiera económicamente, Enrique VII no estaba dispuesto a devolverle al monarca español la mitad de la dote ni pagar a su nuera pensión alguna, por lo que la princesa viuda se vio obligada a remendar su ropa y racionar su comida, y aun así no claudicó en su afán de llegar a ser reina de Inglaterra, había sido educada para eso.
El 23 de junio de 1503, apenas un año después de la muerte del príncipe Arturo, el rey Enrique firma un nuevo acuerdo de matrimonio entre su hijo Enrique y la princesa Catalina, pero habría de esperar hasta que el joven príncipe cumpliera los catorce años, ella estaba a seis meses de cumplir los dieciocho. A cambio volvía a pedir a Fernando una dote de doscientos mil ducados de oro y la renuncia a los cien mil de la primera dote. Fernando aceptó la oferta, su mujer estaba muy enferma y necesitaba mantener la alianza con Inglaterra.
Muere la reina Isabel a finales de 1504 en Medina del Campo dejando como heredera de la Corona de Castilla en su testamento a la infanta Juana, y esta muerte y los desencuentros con su yerno Felipe de Habsburgo por el control de la Corona hacen que el rey se “olvide” del pago de la dote acordada, por lo que Catalina ve recortada su manutención sumiéndola este hecho en una pobreza vergonzosa e impropia de la futura reina de Inglaterra que habría de durar cinco largos años. En este tiempo su suegro, a la muerte de Felipe I, aspiró a casarse Juana de Castilla aflojando a ratos la tensa cuerda económica de Catalina, tensándola nuevamente y con más fuerza ante la negativa matrimonial de su hermana.
Muere repentinamente el rey Enrique VII en 1509 y a la semana de este imprevisto acontecimiento contraen matrimonio Catalina y Enrique él ya convertido en el rey Enrique VIII, lo que eleva al trono a Catalina que será conocida desde ese momento como la reina Katherine de Inglaterra.
Aunque no lo pareciera, fue un matrimonio por amor. Enrique era un joven pelirrojo, muy alto y apuesto, nada que ver con su hermano Arturo, que se había quedado prendado de la armónica y discreta belleza de Catalina desde el primer día. Compartían su gusto por el arte y la cetrería y ambos habían recibido una esmerada educación. Además, Enrique había encontrado en su esposa una magnífica asesora y brillante estratega, lo que provocó que fuera nombrada gobernadora de Inglaterra y contribuyó poderosamente a que los primeros años de esta unión fueran de esplendor para la Corona. Sin embargo, no todo fue felicidad entre ellos porque Catalina había sufrido varios abortos y empezaba a perder las esperanzas de poder dar un hijo varón al rey que asegurara la sucesión al trono.
El 18 de febrero de 1516 la reina Catalina, después de un arriesgado embarazo lleno de sobresaltos y un largo parto, da a luz en el Palacio de Greenwich a la primera hija del rey Enrique, un bebé sano al que pusieron por nombre María. Le habían ocultado hasta ese momento a la reina la muerte de su padre, que se había producido semanas atrás, por no perjudicar la recta final del embarazo. Sufriría la reina después de este alumbramiento algunos abortos más y el nacimiento de hijos muertos lo que la sumió en una crónica tristeza y pasó factura a su salud avejentándola físicamente y provocando con ello que el rey Enrique “buscase cobijo” en las jóvenes faldas de algunas damas de compañía de la reina, y entre ellas la elegida fue Elizabeth Blount, más conocida por Bessie, que en 1519 dio a luz un hijo varón al que llamaron Enrique y que llevó por apellido el de Fitzroy, “hijo del rey” en francés antiguo, propio de los bastardos reales. Había triunfado Bessie sin esfuerzo donde la reina no había podido, a pesar de sus muchos intentos, y el rey le otorgó a su nuevo vástago honores y títulos propios de un príncipe.
Ante la pasión del rey por el nacimiento de un hijo varón, se apresuró la reina a buscar marido para su hija, temiendo que el rey la repudiara, y pensó que el candidato ideal era su sobrino Carlos I porque además del gran cariño que sentía por él, este matrimonio elevaba a su hija al trono español. Accede Carlos al compromiso rompiéndolo poco después para casarse con su prima hermana Isabel de Portugal, hija de María de Aragón y de Manuel I de Portugal, lo que provoca un gran desconsuelo en la reina Catalina y un tremendo enojo del rey Enrique VIII que reacciona contra su mujer, a la que considera culpable del desaire, sometiéndola a la gran humillación de ver como un niño de seis años, su hijo Enrique de Fitzroy, recibe honores como una de las personas más influyentes y poderosas de Inglaterra, mientras ella y su hija son desterradas de Londres para abrir las puertas de palacio a una joven Ana Bolena, su nueva amante.
Empieza el rey a mover hilos para conseguir la anulación del matrimonio con Catalina y poder casarse con Ana y para ello argumenta que Dios lo estaba castigando sin un hijo varón legítimo por haberse casado con su cuñada, pero la soberana estaba dispuesta a luchar hasta el final para hacer valer su matrimonio y los derechos dinásticos de su hija. Comienza entre ambos monarcas una tremenda batalla en la que las grandes sufridoras iban a ser Catalina y su hija María, pero decidieron afrentar al rey y asumir el dolor y la humillación que ello conllevaba.
El soberano inglés ofreció a su todavía esposa mantener la dote y el rango de su hija, apeló a su condición de madre y buena cristiana, le hizo todo tipo de chantajes, la desterró y la sometió a la más absoluta de las pobrezas y a todo tipo de ultrajes demostrando con ello una tremenda crueldad, pero no consiguió moverla ni un ápice de su decisión de no acceder a la disolución del matrimonio. Mientras tanto para compensar a la afligida e impaciente Bolena concede dos condados a su padre y a ella el marquesado de Pembroke, siendo de esta manera la primera plebeya inglesa en convertirse en noble por derecho y no por herencia.
La Iglesia no acababa de dar la razón al rey, y Catalina esperaba ser ella la reconocida en su postura por la santa institución. El hecho de que Lady Ana estuviera embarazada ayudó a decidirse al monarca que optó por casarse en secreto con ella.
El 23 de mayo de ese mismo año, 1533, ante este último acontecimiento se reunió un tribunal en Dunstable y anuló el matrimonio de Catalina y Enrique y validó la unión entre el rey y Ana Bolena. La reina Katherine volvía a ser la princesa viuda de Gales hecho que le provocó una profunda decepción, pero se limitó a comentar al embajador español:
“Así que según la Iglesia de Enrique he pasado media vida como concubina del rey”
Reacciona la Iglesia Católica declarando ilegal el nuevo matrimonio y amenazando a Enrique con la excomunión, pero ya era tarde porque acababa de nacer la nueva hija del monarca proclamando su padre a los cuatro vientos su legitimidad y obligando a María a renunciar a su título de princesa de Gales que pasaba así a su nueva hermana, la recién nacida Isabel.
Mientras tanto Catalina había sido despojada de todas sus joyas, incluso las recibidas de sus padres, que cayeron en manos de Lady Ana y esta se encargó de lucirlas ostentosa e impúdicamente ante la estupefacta corte inglesa. Además la desposeída soberana fue recluida en Kimbolton rodeada únicamente de sus objetos religiosos, ya terriblemente enferma.
Murió la reina Katherine el 7 de Enero de 1536 con la misma dignidad con la que vivió, y fue enterrada sin pompa en una sencilla ceremonia celebrada en la Abadía de Peterborough. Ese mismo día Ana Bolena, que volvía a estar embarazada, sufrió el aborto de un hijo varón y sólo unos meses después fue decapitada en la Torre de Londres acusada de adulterio, alta traición e incesto.
No fue en vano la lucha de Catalina por mantener los derechos sucesorios de su hija. María Tudor fue coronada por derecho propio como María I de Inglaterra e Irlanda, y con ella y su matrimonio con su sobrino Felipe II, hijo de su primo hermano Carlos V, volvieron a establecerse lazos con la Corona española. No fue heredera, sin embargo, del carácter compasivo y clemente de su madre porque su intento de abolir la Reforma Anglicana que había comenzado durante el reinado de su padre, ocasionó que pasara a la posteridad con el inquietante sobrenombre de Bloody Mary, “María la sanguinaria”.
Aún a día de hoy no faltan flores en la tumba de su madre, en la que una sencilla placa recuerda al visitante que:
“Aquí yace la reina Katherine amada por el pueblo inglés por su lealtad, piedad, coraje y compasión».
Escritora en Gloria López de María
7moEstupendo relato histórico, como todos los tuyos. 👏👏👏
Graduada en Derecho y Máster en Derecho Nobiliario y Premial, Heráldica y Genealogía. Mediadora judicial.
7moUn beso Raquel, gracias por compartir.
Graduada en Derecho y Máster en Derecho Nobiliario y Premial, Heráldica y Genealogía. Mediadora judicial.
7moMuchas gracias Fernando por compartir, un abrazo.
Graduada en Derecho y Máster en Derecho Nobiliario y Premial, Heráldica y Genealogía. Mediadora judicial.
7moMuchas gracias María por compartir. Un abrazo.