Acuerdo Estados Unidos-Talibán, no es para hacer fiestas
El anuncio del presidente Donald Trump de que su gobierno logró un acuerdo de paz con las guerrillas Talibán en Afganistán, tiene tanto de ancho como de largo, mas sombras que luces y deja más preguntas que respuestas.
Después de más de doce meses de conversaciones en varios lugares, pero sobre todo en Doha Qatar, el acuerdo parecería ser el principio del fin de la guerra más prolongada en la historia de Estados Unidos, pero quedan muchos obstáculos por superar.
Para nadie es un secreto, que este anuncio refleja clara intención política del presidente Trump para obtener réditos electorales, al ser presentado como el corolario de una larga jornada de conversaciones dirigidas por su administración, aunque las acciones armadas y decisiones estratégicas de la guerra contra el terror de la Casa Blanca en los dos últimos años, parecerían demostrar lo contrario.
Antes de dejar la presidencia de Estados Unidos, Barack Obama había reducido sustancialmente las tropas estadounidenses de 100.000 a 8000, con el calculado efecto político de catapultar a Hillary Clinton como su sucesora.
Pero Trump no se quedó atrás e inclusive adujo en múltiples escenarios que ese era un costoso problema para su país que debería ser resuelto por los afganos y que en consecuencia, llevaría todos los soldados de regreso a casa. No obstante, debido al accionar terrorista talibán, Trump fue forzado a aumentar de nuevo el pie de fuerza en Afganistán, para apoyar a las fuerzas de seguridad locales en la guerra contra los talibán.
En términos generales esa guerra ha costado dos trillones de dólares a los contribuyentes estadounidenses. En ella han perecido 2400 soldados del Tío Sam y 1150 de la Otán. Además de 23000 soldados heridos integrantes de las fuerzas de coalición, y, 50.000 soldados o policías afganos muertos y 80.000 heridos, sumados de 150.000 civiles muertos.
Y en contraste con la “intención negociadora” de los diplomáticos estadounidenses y los jefes terroristas talibán, tan publicitada durante el último año por Washington, los yihadistas realizaron 8204 ataques contra civiles y militares o policías afganos, cifra que es superior a lo que ocurría en 2005 ó 2007 cuando se presentaron los mas sangrientos combates en suelo afgano.
Por su parte las fuerzas de coalición han realizado 7423 ataques con bombas aéreas o misiles, cifra similar a la de 2006. Dichos datos indicarían que hay un desfase entre el deseo y la realidad.
El problema comienza porque mientras Trump y sus negociadores anunciaban emocionados que llegó la paz, los talibán se declaran a la expectativa, dudosos y exteriorizan triunfalismos que naturalmente, la contraparte no va aceptar. A esto se suma que aún no se ha concretado ningún acuerdo entre el gobierno afgano que es quien quedará con el peso del problema, y los cabecillas talibán, que no han cambiado nada ni han movido una coma a su visión terrorífica de gobierno salafista sunita, que limita a cero los derechos de las mujeres, pretende revivir formas culturales del medioevo, y creen ser los verdaderos y únicos salvadores del mundo islámico con extensión al resto de la humanidad.
Dentro del mismo contexto, los talibán no aceptan que se les denomine terroristas, ni mucho menos que ellos apoyan o cobijan el terrorismo, lo cual es contrario a la verdad. Tampoco dejan de considerar a Estados Unidos y la OTAN como invasores representantes del demonio, y exigen que el gobierno legítimo afgano acepte todas sus imposiciones totalitarias y extremistas.
La respuesta del gobierno Trump es que este acuerdo solo es un intento para ver cómo evolucionan los acontecimientos, y que si no funcionan, las cosas volverán a su estado inicial. Visto y dicho de otra forma, no ha habido nada concreto, ni se visualiza nada concreto al respecto.
En el orden geopolítico, el reto para Estados Unidos es no abandonar a su único aliado en el Asia Central. Basta ver un mapa de esa región, para comprender que Afganistán limita con Rusia y China, las dos superpotencias en pugna por el control planetario con Estados Unidos y que están metiendo baza con armas, comercio e infraestructura en territorio afgano.
Igualmente, Afganistán limita con Pakistán régimen sunita ampliamente relacionado con terroristas sunitas de Isis, Al Qaeda y los Talibán, pero a la vez “socio” de Estados Unidos, que en contraste ha promovido y cobijado a quienes cometen acciones terroristas en Afganistán y otros países del mundo.
Prueba de ello es que Osama Bin Laden vivía a cuerpo de rey en Pakistán, protegido por los servicios de seguridad de ese país, que además tiene arsenal nuclear y amenaza permanentemente a India, aliado histórico de Estados Unidos y la Unión Europea.
Al occidente de Afganistán está situado Irán, cabeza de los musulmanes chiitas en el mundo, cuyo gobierno teocrático considera a Estados Unidos el “gran satán” y a menudo no solo apoya a los chiitas residentes en Afganistán, sino que ejerce presiones violentas contra el flujo de la yugular del petróleo en el Medio Oriente, y lanza amenazas latentes contra Israel y Estados Unidos.
En síntesis, además de aparentar un logro de la diplomacia de Estados Unidos encaminado a fortalecer la imagen reelectoral de Trump, y retirar el foco de la actividad demócrata que con sus actuaciones se desprestigia sola, la verdad parecería ser que este acuerdo será el comienzo de un camino lleno de abrojos, dificultades y muy poca probabilidad de soluciones o pacificación, en un país caracterizado por los gobiernos tribales, sometido a los arbitrios de los señores de la guerra, con muchas personas involucradas en el narcotráfico de opio, con fuerzas de seguridad insuficientemente dotadas e infiltradas por los talibán, con una mentalidad medieval de dirigentes políticos religiosos y no, que de remate está en la mira comercial de China, la imposición militarista de Rusia y la intención iraní de torpedear todo lo que haga Estados Unidos en esa región.
Conclusión: El publicitado acuerdo Estados Unidos-talibán para “aclimatar la paz”, demanda mesura y no es para hacer fiestas.
Coronel Luis Alberto Villamarín Pulido
Autor de 36 libros de geopolítica, defensa nacional y estrategia