Al borde de la vereda

Con un cigarrillo entre los labios, el profesor de vocación cavilaba al borde de la vereda sobre su vocación de profesor. Rumiaba la idea si la educación seguía siendo la trinchera desde la que podía luchar por un cambio. Un romántico, sin duda, con las expectativas mermadas.

Su divagación golpeaba más que el humo en su cabeza. La naturaleza humana seguía siendo un misterio que ningún libro y, peor, ninguna experiencia, podían esclarecer. La falta de empatía, el cinismo, el egoísmo práctico, la búsqueda de una alegría pasajera y superficial a costas de los sentimientos de los demás lo abrumaban. ¿Cómo se aprende eso? Imposible no pensar en Rousseau. Felizmente, como consuelo, la cajetilla estaba llena.

Por eso, el profesor de vocación cavilaba sobre su vocación de profesor. De pronto, una niñita menuda en edad preescolar lo sacó a medias de su ensimismamiento con su mano extendida hacia él.

– Dinero no tengo. Te invito un pan. – Pero la niña seguía con la mano extendida. El profesor de vocación cayó en cuenta, espantado, que la pequeña mendiga quería el cigarrillo.

– ¿Cómo? ¡No! – En respuesta, la furia en los ojos de la criatura y un improperio pésimamente pronunciado.

El profesor de vocación quedó desolado al borde de la vereda viendo a la pequeña irse sin voltear siquiera. El cigarrillo se extinguió sin terminar de fumarse en su mano derecha. Sintió que así debía extinguirse todo. Giró sobre sus talones y caminó hacia el ascensor.

«Hacen falta muchísimas trincheras, pero una batalla a la vez».

19/06/2018

Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Otros usuarios han visto

Ver temas