Alejados
Uno de los anhelos fundamentales del ser humano es el de explicar y explicarse. Este ejercicio puramente racional nos lleva al intento estéril de reducir los fenómenos y las circunstancias que nos rodean, a constreñirlas en conceptos y abstracciones que permitan precisamente eso, explicar y explicarnos. Se trata de lograr que un poco explique mucho, que ese todo inabarcable pueda caber en fórmulas y en palabras. Precisamente, de esa pulsión nace el título de este artículo. Una pulsión que busca una palabra que defina un estado general de nuestro mundo actual, de nuestra sociedad contemporánea. Un vocablo que describa nuestra manera de estar y de ser hoy, y que pueda verse refrendada en buena parte de los ámbitos en los que discurre nuestra existencia.
Y la cosa, al fin, no resulta demasiado alambicada ni complicada. Simplemente un término brota casi automáticamente en mi cabeza, y ese no es otro que el de alejados. Si hubiéramos de buscarle un término comercial, de esos para portada de libro, igual habría de llamarse la sociedad del alejamiento o un mundo lejano. Tengo para mí que hoy nos domina una sensación de lejanía, de distanciamiento con respecto a todo, inclusive a nosotros mismos, o más bien, sobre todo con nosotros mismos. Como individuos individualizados (no es redundancia), hemos adoptado una mirada de tercera persona. Observamos y vivimos todo como si fuéramos un ente ajeno, a una media distancia que nos permite enterarnos relativamente de los acontecimientos, pero preservándonos de ellos, evitando su roce, su riesgo, su incertidumbre y su sorpresa. Ese acercamiento de baja implicación define nuestra posición en el mundo. Nos mantenemos alejados y todo sucede a medias. Comprendemos a medias, estamos a medias, nos relacionamos a medias, somos, en definitiva, a medias.
Pero, paradójicamente, como reacción a esa tibieza de presencia profunda en el mundo, de estar y de ser, nos afectamos de conductas agresivas, rudas, contundentes, ásperas e inamovibles. Una parafernalia de formas que se convierte en nuestra manera de relacionarnos, y que pretende únicamente despistar la realidad que nos asola, que no es otra que la de habernos distanciado de todo, habernos hecho tibios. La tibieza profunda que mostramos ante las cosas la sustituimos por el exabrupto en el parlamento, por el tweet encendido, por la imagen idealizada en un paraje que no comprendemos. De esta manera, nueva paradoja, el remedio formal que usamos para despistar ese malestar de un vivir alejados de todo, provoca todavía más alejamiento.
En estos tiempos todo parece (y digo parece, porque todo es apariencia) irreconciliable. Todo se simplifica en bandos, en trazos gruesos, en brocha gorda y colores planos sin matices. Un conmigo o sin mí domina nuestro día a día en el mundo social, mientras que nuestro acercamiento a lo natural se produce empaquetado, mercantilizado, digitalizado. En un mundo entregado a la fascinación de lo digital, se ha interpuesto una pantalla entre lo que está allí y lo que percibimos, y eso marca de forma implacable nuestra percepción y acercamiento a las cosas. Ya no podemos, aunque queramos, acercarnos a determinadas cosas si no es a través de una pantalla que media. Pero el ser humano no necesita, más bien todo lo contrario, mediadores que interpongan más artificio con la realidad que le rodea. Miren si no la listas de whastapp, chats de colección de monólogos, aparente cercanía donde todo el mundo está en su mundo, cada uno suelta lo suyo y se ausenta. Diálogos trastocados en hiper monólogos. ¿Qué es eso más que un alejamiento, que un sucedáneo de la conversación en presencia del otro, bien sea en físico o a través de la voz?
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En esta época que se promociona tanto la experiencia, ninguna experiencia será significativa mientras nos domine la tibieza y la vida a media distancia. Solo con la implicación surge la significatividad, la memoria y el recuerdo que abraza y consuela. En la sociedad del alejamiento apenas se construyen recuerdos, porque estamos lejos de todo.
El futuro prometido que aseguraba recortar distancias, no las ha recortado, más bien nos ha colocado en una suerte de limbo en el que no estamos ni lejos ni cerca, lo suficiente para no sentir, lo suficiente para no vivir. Hay que reducir esa distancia, hemos de tener un aquí y un allí, un cerca y un lejos, un origen y una llegada, para vivir significativamente.