Lo impensable

Lo impensable

Dice la RAE que lo impensable es aquello que no se ajusta al pensamiento racional, aquello que no puede ser pensado desde la razón. Sin embargo, paradojas y curiosidades del ser humano, solamente hablamos de lo impensable justamente cuando ha dejado de serlo, cuando ha sido pensado o cuando eso que no fue pensado ha sucedido. Lo impensable es en sí mismo una irrealidad puesto que cuando algo no es pensado, es algo que no existe para nosotros, y cuando ese algo se califica como impensable, al ser nombrado, supone que ya ha sido pensado y ha dejado de ser impensable.

Este pequeño galimatías que aparentemente conduce a ningún lado nos indica algo meridano y claro, y es que todo puede ser pensado desde la razón, desde lo más bondadoso a lo más vil puede ser ajustado a un pensamiento racionalLo que para nosotros es impensable, es pensable para otra persona con otras circunstancias distintas y diferentes a las nuestras. La razón no es más, ni tampoco menos, que nuestra facultad de discurrir, de argumentar, de mostrar método ante algo, y nada de eso tiene que ver con lo que está bien o lo que está mal, con la verdad o la mentira, con la virtud o con el vicio.

El ser humano ha de convivir con lo impensable, aunque en realidad sea algo inexistente, porque no puede pensar de todo ni por cualidad ni por cantidad. Ante esa incapacidad, califica de impensable lo que escapa a su ámbito más próximo y así se libera de la carga de intentar abarcar más de lo posible y caer presa de una ansiedad invivible. Nuestro problema no es habitar con esa irrealidad que es lo impensable, sino precisamente creer que lo impensable es algo real, que hay cosas que no pueden ser pensadas y que nunca lo van a ser, y que por tanto jamás van a suceder. Cuanto más nos dotamos de control sobre nuestras acciones y sobre nuestro futuro y porvenir, cuanta más centralidad nos concedemos como especie y más acompañamos esa centralidad de tecnología y ciencia, más tendemos lógicamente a incrementar el número de impensables. El aumento del conocimiento, los avances técnicos, científicos, sociales y humanísticos engrosan la cuenta corriente de los impensables. Cada vez oímos más sentencias como “no puedo creer que esté sucediendo esto en estos tiempos que corren” que nos revelan precisamente ese crecimiento de impensables.

Es esta otra de nuestras grandes paradojas, que cuanto más avanzamos socialmente, cuanto más respetuosos y concienciados nos hacemos con determinados aspectos de nuestra existencia, más abrimos las puertas a esos impensables, más desactivamos nuestras retaguardias, más nos confiamos y dejamos de pensar en ello, porque la razón imperante en ese momento ya no puede pensar que puedan suceder determinadas cosas. Pero el mundo es amplio, disperso y diverso, y muchos impensables continúan siendo pensados en otros lugares, por otras personas.

Estos tiempos, si por algo se han caracterizado en los últimos años, son por lo impensable, por el surgimiento de acontecimientos que jamás creímos que pudieran suceder, que no se ajustaban al pensamiento racional, que no podían ser pensados desde la razón. Lo impensable refleja la confianza en el sistema que nos hemos creado, y cuantos más impensables aparecen, más se revela ese incremento de la confianza que tenemos en dicho sistema. Pero también recoge nuestra ceguera a entender que lo que es impensable aquí, es pensable allá, que lo que pensamos que jamás podría ocurrir, en otros lugares se está pensando que ocurra. Confundimos a menudo la confianza en nuestros avances y en nuestros sistemas con nuestra naturaleza como especie, que es oscilante entre la bondad y la maldad. Y en esa confusión un tanto altiva vamos acumulando impensables que relajan nuestras barreras y nuestros contrapesos, y permiten que alteren profundamente nuestras existencias cuando suceden.

Hemos de acostumbrarnos a interpretar lo impensable no como algo de improbable o imposible ocurrencia, sino como algo que es susceptible de ocurrir, solo que aún no ha sido pensado suficientemente o no se ha llevado a la práctica. Porque nada hay que la razón no pueda pensar y a lo que no pueda dotar de lógica, por más ilógico que resulte para la mayoría de los mortales.   

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