Apple Vision Pro: ¿hacia dónde estamos yendo?

Apple Vision Pro: ¿hacia dónde estamos yendo?

Esta semana vimos llegar al futuro. Salieron los Apple Vision Pro y las primeras imágenes son lo más cercano a Black Mirror que hemos visto hasta ahora. Gente aplaudiendo al primer comprador del dispositivo. Gente usándolo en la calle, incluso manejando. Para algunos estos acontecimientos significarán un paso más de la humanidad hacia una tecno utopía y para otros será una cuestión de ciencia ficción difícil de creer que esté sucediendo. Creemos que nuestros lectores que más nos conocen ya sabrán de qué lado estamos más cerca, pero antes de llegar a eso queremos desarrollar el tema a través de una simple pregunta: ¿hacia dónde estamos yendo?

Para responder a la pregunta es necesario entender primero de dónde venimos y hoy que les hablo yo, Nati, me voy a poner un poco personal. Tengo 31 años y crecí en los 90s. Mi infancia la recuerdo como un mix entre juegos que podríamos llamar tradicionales (la mancha, el elástico, las escondidas, etc) y las primeras consolas de videojuegos (la Gameboy y la Nintendo 64 por siempre en mi corazón). El concepto de streaming claramente no existía y tenía que esperar al día y horario correspondiente para ver mis dibujos animados favoritos en Cartoon Network o Nickelodeon. Pude vivir la primera movida de animé con los que hoy son clásicos como Dragon Ball, Pokemon, Los caballeros del zodíaco, entre otros, que pasaban por el canal Magic Kids. Algo que los niños de hoy nunca entenderán, será la frustración que nos causaba que, sin previo aviso, el canal volvía a empezar la serie desde el principio y a uno no le quedaba otra que volver a ver los capítulos una y otra vez para poder ver cómo terminaba la historia. Buenos tiempos aquellos. 

Tuve cuenta en mi primera red social en el 2004, a mis 11 años, y esa red social era Fotolog, un espacio digital en donde podías subir una foto al día y podías tener solo 10 comentarios por foto (algo completamente ridículo tan solo 20 años después). Tener la casilla de comentarios llena era un símbolo de status y popularidad porque Fotolog se usaba entre amigos, quizás algún amigo de un amigo, pero nada más. Un círculo cercano. Los que lograban que 10 personas comenten la foto del día eran los cool kids. También en esa época me comunicaba con mis amigos por MSN, un sistema de chat. Allí los preadolescentes y adolescentes plasmábamos un poco de nuestra personalidad a través de nicks, emojis y frases de canciones cursis. También se usaba mucho la táctica de desconectarse y volverse a conectar inmediatamente para llamarle la atención a la persona que te gustaba (quien haya vivido esa época y diga que nunca lo hizo, miente). Un Tinder primitivo, de las cavernas. 

Toda esta época la recuerdo con, por supuesto, mucha nostalgia. Lo más romántico de todo era que estos primeros espacios digitales eran una parte de mi vida, pero no tenía una presencia constante. Para usar Fotolog, el MSN, mirar videos en Youtube, jugar en línea en lugares como minijuegos.com (¿pueden creer que sigue existiendo?), entrar a foros de debate sobre Harry Potter (la mejor obra literaria infanto-juvenil de la historia si me lo permiten) o hacer lo que sea en internet tenía que volver a mi casa, prender la PC y entrar a la red. Fuera de mi casa (o del cyber, dios mío soy tan vintage) internet no existía y no recuerdo que sea algo que deseara. Probablemente ni me imaginaba que algún día iba a ser posible, pero lo fue.

Pero no nos adelantemos. Vayamos al 2008 con una Nati quinceañera y en plena adolescencia. Ese fue el año que vi por primera vez Facebook y lo recuerdo bastante bien. Recuerdo que me pareció algo extraño pero curioso. Unos meses después ya tenía mi usuario armado. En esta época todavía usábamos cámara digital, y para subir contenido a Facebook, era necesario descargar las fotos a la computadora y subirlas desde ahí. Todo un laburo. Ya había salido el primer Iphone pero era algo muy primermundista. Acá en la bella Latinoamérica, el celular era solamente para sacar fotos de una pésima calidad y mandar SMS a amigos cuidando de no pasarse de los caracteres correspondientes. 

Facebook también se usaba con nuestro círculo cercano. No había filtros ni demasiada preocupación por salir bien en las fotos. Era más una cuestión de diversión y se subían álbumes (qué viejazo) de 200 fotos sin ningún tipo de curaduría. No teníamos el concepto de aesthetic, ni coquette, ni nada de eso. Solo amigos divirtiéndose entre amigos en un espacio digital, aunque obviamente la competencia adolescente por la popularidad estaba siempre presente: quién tenía más amigos (¿se acuerdan cuando teníamos amigos y no seguidores?), quién subía foto con quién, quién salía al boliche más canchero pero, por lo menos yo, lo recuerdo como algo bastante inocente que no ponía demasiada presión social porque, de nuevo, lo digital era solo un casillero más de nuestra vida.

Damos un salto temporal al 2011, mi primer año de facultad y el año que me compré mi primer smartphone (bueno, en realidad me lo compraron mi mamá y mi papá). Un Nokia rosa con tecladito. Recuerdo haber instalado Whatsapp en el dispositivo y que me parezca una locura. Ahora podía hablar con mis amigos ilimitadamente desde un aparato que tenía todo el tiempo encima. Y acá es donde todo empieza a cambiar radicalmente.

Terminamos con el personalismo y volvemos a la programación habitual, pero nos parecía importante entablar cómo recordamos los primeros tiempos de internet y para qué y cómo lo usábamos, para entender cómo empezamos y cómo estamos hoy (Juan, para la próxima te toca a vos). Lo que queremos evidenciar con todo esto es que lo que realmente cambió nuestro modo de habitar el mundo, fue en parte la creación de la red de internet pero, por sobre todo, la creación del smartphone porque hizo que lo digital deje de ser una parte de nuestras vidas de la que nos ocupamos en ámbitos privados como nuestros hogares, para ser una constante al alcance de nuestras manos. 

Hoy dividir lo offline de lo online no tiene ningún sentido. Nosotros que somos docentes en distintas universidades vemos que en los programas académicos sigue dictándose como materia marketing digital cuando no tiene ningún sentido separarlo del marketing tradicional. Ya hace varios años que hemos fusionado la vida analógica con la vida digital en un mundo onlife, como la llama el autor italiano Davide Sisto en su libro Puercoespines digitales. En este libro, el autor cita el artículo The Internet, mon amour de la periodista Virginia Heffernan

y dice:

Hefferman menciona, en particular, su nostalgia personal de aquel tiempo, treinta años atrás, en que la dimensión online implicaba solamente un movimiento de ingreso. Internet era, tal como ella afirma, “una brecha en una existencia normal”, una especie de “fantasía” que no coincidía del todo con la existencia diaria: se accedía a su interior desde un lugar fijo exactamente del mismo modo en que, a través de un armario, los protagonistas de Crónicas de Narnia entraban a las tierras de Narnia (...). En consecuencia, la moderada distancia recíproca se alcanzaba a través del estímulo constante de la imaginación y de la fantasía, por medio de las cuales uno se relacionaba con una realidad online presente sólo de modo esporádico y, por lo tanto, en cierto modo, libre de cualquier compromiso. 

El autor sigue desarrollando este punto y habla de el smartphone como casa transportable. Dice: 

La conexión entre la casa y el concepto de transportabilidad aplicado al smartphone resulta posible desde, al menos, tres puntos de vista. El primero concierne específicamente a los objetos y explica la yuxtaposición del smartphone y el archivo (...). El segundo punto de vista se desprende de la interpretación del smartphone como un conjunto heterogéneo de salas, un conjunto que reproduce de manera digital, el mismo tipo de división de los espacios propios de las casas particulares. (...). En esas salas se pone plenamente en acción todo el repertorio de comportamientos y de interacciones posibles entre los seres humanos (...). Finalmente, el tercer punto de vista se refiere a una característica típica de una casa: el ser el espacio preparado para la organización espaciotemporal anticipada de las actividades, tanto laborales como lúdicas, y para la articulación, más o menos razonada, de los afectos mediante la selección de las personas con las cuales seguir en contacto. 

Si en la primera década del siglo nos hubieran hecho elegir entre una computadora y un celular, probablemente hubiésemos elegido la computadora porque el celular era algo secundario. Con la masividad del smartphone es completamente al revés. No podemos vivir sin smartphone y es una realidad que se conformó en solo unos pocos años. 

Ahora bien, ¿cómo entra acá el Apple Vision Pro? Bajo nuestra mirada, es el siguiente paso al smartphone y, quizás, en 15 años los dispositivos de realidad mixta sean lo que es hoy para nosotros el smartphone, algo imprescindible en nuestra vida cotidiana. Pasaremos de un aparato interactivo a uno inmersivo que, bajo una lógica tecnológica, sería el siguiente gran paso. ¿Es esto algo positivo? No lo sabemos, pero sí creemos necesario frenar un poco la pelota y entender al menos un poco más los tiempos que estamos viviendo porque los avances son demasiado rápidos, tanto que no somos conscientes del impacto que tienen en nuestro día a día. Si una persona que entró en coma en 2010 (perdón por el ejemplo trágico) se despertase hoy, no entendería nada y son tan solo 14 años, la nada misma en la historia de la humanidad. El mismo relato de Nati del principio puede llegar a sonar prehistórico, especialmente si es leído por alguien menor de 20 años, pero es una descripción de una realidad de hace sólo 3 décadas (no soy tan vieja, che). 

Lo cierto, es que los dispositivos de realidad mixta van a cambiar el modo de interacción que tenemos los humanos con la tecnología, tendiente a ser cada vez más una experiencia inmersiva. ¿Es esto un avance que hace unos años parecía de ciencia ficción? Sí. ¿Acaso Apple y otras empresas tecnológicas ganarán mucha plata? Por supuesto. Pero también tenemos que detenernos a pensar que las sociedades a nivel mundial sufren de una soledad, ansiedad y frustración crecientes (como hablamos acá y acá). Tenemos que tener en cuenta que las principales características de nuestra sociedades hoy es que son polarizadas, violentas, individualistas y consumistas. ¿Una exageración? Puede ser, pero hasta cierto punto. Por supuesto la bondad continúa existiendo y no es todo catastrófico, pero las cosas no van bien. 

Ya es sabido que en la realidad interactiva en la que vivimos (en la era del smartphone) fomenta la polarización y la violencia (cámaras de eco y sesgos algorítmicos), el individualismo (pueden ver lo que escribimos sobre el what about me effect) y el consumismo (puede ver la locura de los vasos Stanley en Estados Unidos por unos vasos que se hicieron virales en TikTok). Es muy probable que la realidad inmersiva que se viene con el lanzamiento del Apple Vision Pro intensifique todo esto. Imagínense si hoy es difícil mantener interacciones sin interrupciones de celulares o demás estímulos, cómo será cuando los dispositivos de realidad inmersiva no sean unos cascos, sino unos lentes. Es un tema complejo. 

Creemos que la realidad inmersiva llegará para quedarse y no hay mucho que hacer al respecto. Lo que sí podemos hacer es aprender a tener un vínculo sano con la tecnología para aminorar daños. Ya es un tema de conversación bastante extendido los Ipad Kids y la relación problemática que tienen los niños con la tecnología y, aunque es cierto que hay mucho clickbait alrededor del tema, también hay verdad. 

Bueno, sabemos que somos muy intensos así que lo vamos a dejar acá por hoy. Volveremos sobre el tema y reflexionaremos sobre cómo ingresan las marcas en esta realidad inmersiva, qué oportunidades existen y a qué hay que empezar a prestarle atención. Lejos de querer ser fatalistas, esperamos que la edición de hoy inspire a otras personas a parar la pelota y reflexionar hacia dónde vamos.


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