Asumo que soy un cíborg, antropológicamente hablando
Sin tecnología me costaría mucho ser un humano feliz. Ya lo he asumido naturalmente.

Asumo que soy un cíborg, antropológicamente hablando

No tengo ningún implante tecnológico en el cuerpo pero ya me siento cíborg. Todas las cosas que hago desde que me despierto hasta que me duermo están relacionadas con la tecnología. Puede que técnicamente sea todavía un ser humano 100% natural pero si observo mi propio comportamiento en estado consciente, en el día a día, no es difícil confirmar que ya dependo de la tecnología casi al 100% para poder seguir operando como humano. Soy un ciudadano de Madrid pero creo que el resto de los humanos no deben distar mucho de mi caso. Ya somos cíborgs. Sólo nos falta asumirlo naturalmente.

“Ya no sé vivir sin tecnología”

Me despierto con una alarma electrónica. Me ducho con agua caliente procedente de un termostato eléctrico, mientras el iPad sintoniza una radio online que conecta por wifi. Chequeo mi Smartphone, miro el tiempo previsto y contesto a las notificaciones más urgentes en mi calentita casa. Desayuno café de una máquina eléctrica, caliento la leche en el microondas, meto pan en la tostadora y saco mantequilla de la nevera. Mientras desayuno leo los mensajes de los distintos grupos de whatsapp y accedo a las noticias de diarios online desde mi móvil. También miro las notificaciones en redes sociales. Puede ocurrir que haga una llamada de teléfono. Una segunda alarma me avisa de que me tengo que poner operativo. No encuentro mis llaves y suspiro con tener una cerradura inteligente que pueda operar desde mi móvil. No he salido de mi casa y me doy cuenta que casi todas las decisiones de mis primeros 30 minutos, cada día, dependen al 100% de mi acceso a la tecnología.

Comprendo la importancia tan vital de la tecnología en mi vida desde el momento en que reflexiono conscientemente y concluyo que no habría sabido ni cómo despertarme, ni sé hacer fuego, ni habría sabido la previsión meteorológica, ni habría tenido acceso a ningún tipo de información desde el exterior ni habría podido comunicarme con nadie. La diferencia entre tener acceso a la tecnología y no tenerlo habría afectado enormemente la primera hora de todos mis días. Imagino no tener acceso a ninguna tecnología. Suponiendo que desarrollase el talento de poder despertarme yo solo a la hora deseada, en plena oscuridad, mis duchas serían con agua fría y mi desayuno sería con comida conservada. Mi ropa no estaría en tan buen estado porque ya no podría contar con una lavadora, una secadora y una plancha, y posiblemente estuviera tendida después de un buen lavado a mano con agua fría. Si la ropa estuviera medio húmeda siempre puedo calentarla con la vela que ahora me alumbra frente a la oscuridad total que invade el resto de mi casa. El hecho de que sea enero no ayuda a que me sienta mejor. El frío invade mi cuerpo, pero no porque sea real sino porque ya, de manera consciente, asumo que si no tuviera acceso a la tecnología mi día a día sería terrible. Creo que no lo soportaría.

“Yo asumo que soy un cíborg feliz y que, probablemente, tú también, aunque no lo veas”

Llevo tanto tiempo bromeando con que soy un cíborg y tanto tiempo justificando que viviremos dentro de pocos años en una sociedad robotizada, que resulta lógico que observe en primera persona la importancia de la tecnología. Desde hace tiempo ya asumo que la alternativa al acceso a la tecnología siempre es peor y siempre me haría más infeliz. De manera realista, prefiero tener acceso a la tecnología y ya asumo que eso es lo que me permite el acceso a la felicidad porque va a responder a mis demandas inmediatamente y me va a facilitar tomar decisiones cotidianas.

Cuando bromeo que yo ya soy cíborg suelo recibir todo tipo de reacciones. Desde las más contrariadas, que reafirman su naturaleza pura de ser humano y niegan su dependencia de la tecnología, hasta las más graciosas, donde seres humanos emiten ruidos de robot para comunicarse conmigo. Siempre me fijo y mis detractores suelen tener un móvil en la mano, con el cual han estado interactuando sin parar en los últimos 30 minutos. Siempre insisten en su naturaleza humana y se apenan de mi dependencia tecnológica. Desde su desdén humano no observan que yo, desde que asumo que soy cíborg, soy más feliz porque soy más coherente.

Intento imaginar un mundo sin Internet y sin electricidad y visualizo un mundo bloqueado. La progresiva robotización y el acceso a mejores tecnologías es lo que precisamente me permite más tiempo para mí y organizarme en las actividades que yo deseo desempeñar.  Eso sí, si me olvido el móvil, me siento perdido. Probablemente esté realmente perdido, porque si hay un cambio de planes ya sin móvil no tengo la capacidad de enterarme.

Asumámoslo naturalmente. Nuestra dependencia de la tecnología es tal que ya la necesitamos hasta para sentirnos humanos, o por lo menos humanos felices. La necesitamos para sentir mayor seguridad, mayor libertad, mayor empatía, mayor conexión y mayor transparencia. Sin acceso a la tecnología viviríamos semi aislados en un mundo más oscuro, más frío, y probablemente más inseguro en el día a día.

“La tecnología puede que no nos de la felicidad pero sí nos permite poder acceder a ella. Nuestra relación con la tecnología ya es tan natural que una persona privada de su Smartphone siente aislamiento, incomunicación y se siente más vulnerable, y cuando lo encuentra, siente alivio, felicidad y siente mayor seguridad”

El móvil se ha convertido en un quasi apéndice corporal que afecta directamente a nuestras emociones y su pérdida puede llegar a generarnos dolor. Internet se ha convertido en la autopista natural de nuestras comunicaciones y si nos falta ya no sabríamos comunicarnos igual. Hasta soy dependiente de una lavadora que siempre tiene los mismos programas. Yo asumo ya que mis hábitos y comportamientos están directamente relacionados con la tecnología. Puede que las tecnologías no estén físicamente integradas dentro de mi cuerpo pero mi cuerpo ya no sabría vivir sin ellas. Ya convivo naturalmente con ellas.

Los cíborgs nos preguntamos qué es ahora la realidad y cómo la interpretamos. Si damos por válida una conversación por teléfono o llegamos a acuerdos a través de aplicaciones móviles, en breve deberemos aceptar que a la realidad real se deberán sumar la virtual, la aumentada, la asíncrona, la online, los hologramas, etc. Los cíborgs pensamos que la realidad humana ya no es lo que era.

PD. Aprovecho para defenderme. Se me suele acusar de insistir demasiado en el concepto de la felicidad como fin social. Pues bien, en el último número de la revista “The Economist”, titulada “The World in 2018”, el cuadernillo central está dedicado a la felicidad. Explican que la crisis financiera global generó demasiada miseria pero llevó a un boom en el análisis sobre la felicidad. Detallan por qué en el año 2018 el mundo llorará una situación de felicidad que considerará perdida en el pasado. Finalizan explicando que será la felicidad lo que genere y mantenga los negocios. Bhutan es el pionero, país en el que consideran que aquellos negocios que no hagan felices a sus clientes simplemente desaparecerán. Yo pienso igual.


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