Audiolibros, palabras y sonidos que encienden la imaginación

Audiolibros, palabras y sonidos que encienden la imaginación

Cuando leemos un libro impreso, la voz interior que nos acompaña siempre tiene la capacidad de mutar. Se transforma en muchas voces. Al  narrador y a los personajes les damos una música que los identifica, a partir de la cual toman forma los rostros, los gestos y los cuerpos que imaginamos. Los ojos decodifican las letras del papel y las traen a la vida en forma de sonidos cuya resonancia enciende nuestra imaginación.

Un audiolibro tiene un efecto similar. La voz de quien lee es ajena, pero está entrenada para acentuar la expresión. En el audiolibro, los susurros estremecen, las exclamaciones sobrecogen, los personajes están caracterizados con tonos potentes, acentos exacerbados e inflexiones que definen su carácter. Los cimientos de la atmósfera y los escenarios están conformados por un repertorio de efectos sonoros que envuelven al lector-oyente.

Por eso, no es extraño que en tiempos de procrastinación inevitable, de toneladas de información fluyendo en las redes y mil fuentes de distracción enviando sus notificaciones a los dispositivos, los audiolibros se hayan convertido en un bastión para quienes disfrutan sumergirse en las historias y ejercen la lectura de los modos diversos que permiten las tecnologías emergentes.

En mercados editoriales maduros como el europeo o el estadounidense, el consumo de audiolibros ha tenido un crecimiento exponencial en los últimos años. En una investigación realizada por la Asociación de Editores de Audiolibros de Estados Unidos —APA por sus siglas en inglés— se revela que entre los lectores-oyentes el promedio de audiolibros escuchados en 2018 fue de 15 por persona y que la mayoría de personas que compran audiolibros es menor de 45 años. El negocio genera cerca de 2.800 millones de dólares anuales en ese país.

Más allá de las cifras comerciales, los reportes revelan algunas de las razones que hacen que el audiolibro viva un auge especial. Los encuestados dicen, por ejemplo, que es más fácil terminar un libro en este formato. Y si bien el argumento de la facilidad puede ser rechazado por lectores consumados, se debe reconocer que hay libros que amedrentan. Un audiolibro puede ser el empujón de valentía para enfrentarse al millar de páginas del Ulises o a los siete tomos de la obra de Proust. Obras que parecen difíciles por su antigüedad o complejidad se revelan cercanas, despojadas de cualquier pedestal, en un audiolibro. A mí me pasó con las cartas de Séneca, cuyas versiones en Youtube están narradas con el tono íntimo, el de un confidente amigo, en que el filósofo romano las escribió.

También se reconoce el poder relajante de los audiolibros, sus cualidades benéficas para la salud mental. En horas trajinadas en las que el alboroto de una ciudad ataca los sentidos, un audiolibro puede arroparnos, hacer más placentero un trayecto en metro o transformar en un parpadeo los extensos minutos de espera en la fila de un banco. Aunque los mismos estudios demuestran que los lectores-oyentes de audiolibros prefieren las noches para incursionar en el paisaje sonoro de las historias que eligen, quizás el audiolibro en ese caso funciona como un atajo para ingresar triunfal al mundo de los sueños.

Fan de los audiolibros y de los podcasts!

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