Aulas digitales: repensar la educación con tecnología
«Resolvemos la fracción y avanzamos de nivel», me contó un chico en una escuela de la Ciudad. Esa mañana de recorridas me encontré con un paisaje que me llevó a escribir este artículo: alumnos aprendiendo matemática con un juego en las netbooks de Plan Sarmiento. Además de que siempre es un orgullo ver en acción las políticas que llevamos a cabo, es emocionante ver que los docentes se entusiasman y planifican actividades para que sus alumnos utilicen la tecnología para aprender. De eso vamos a hablar en estas líneas, de la tecnología educativa.
Es sabido que el mundo está atravesado por la globalización y la revolución tecnológica, y que la educación no es ajena a este nuevo contexto: cambian las exigencias, las competencias que deben incorporar los estudiantes (por ejemplo, las analíticas, las digitales y las de interpretación) y las propias metodologías de enseñanza. Frente a la constancia de los cambios, debemos responder, de base, con aulas multidisciplinarias e invertidas, lo que requiere herramientas y pensamiento tecnológico.
En este plano, para lograrlo, precisamos incorporar la tecnología educativa que no es ni más ni menos que un área que desarrolla y aplica herramientas que mejoren la educación. ¿Qué herramientas? Todas: software, hardware, procesos didácticos, entre otros. Al hablar de herramientas digitales necesitamos hablar directamente de procesos que enseñen también cómo usarlos de manera segura y correcta. En este sentido, hacer referencia a la tecnología educativa implica crear políticas públicas que impacten de manera tangible (por ejemplo, el acceso a computadoras) pero también en aquello intangible (como lo son las nuevas prácticas pedagógicas), sin embargo, ambas tendrán resultados en el mundo real.
La tecnología en las aulas se presenta ante nosotros, por un lado, asegurando la democratización del acceso a ella y, por el otro, como la posibilidad para transformar la educación adaptándose a los diferentes contextos que se dan en las aulas. Esto último significa que debemos tener en cuenta, al momento de pensar proyectos educativos, que estos ámbitos están atravesados fuertemente por los contextos sociales y por la interrelación que existe entre la tecnología y la sociedad misma, y que, en consecuencia, la educación como acto social no puede diseñarse ni concebirse de manera descontextualizada sino abarcando tanto los contextos formales como los informales.
De este modo, considerando los contextos y las posibilidades existentes en las aulas, veremos que hay distintos tipos de tecnologías que se adaptan las necesidades educativas: tecnologías adaptativas (vinculadas con los nuevos sistemas de e-learning que hacen foco en las nuevas demandas de la sociedad y en las habilidades que complementan las nuevas tecnologías); tecnologías abiertas (hace referencia al uso de recursos que buscan promover competencias asociadas a la producción, búsqueda, difusión e integración en las prácticas educativas); tecnologías disruptivas (por ejemplo, el uso de realidad virtual y aumentada con fines didácticos); tecnologías en la nube; tecnologías inteligentes y de «big data»; y pedagogías tecnológicas (hace hincapié en el vínculo entre lo pedagógico y lo tecnológico, vínculo que posibilita la adaptación a las distintas asignaturas).
Ahora bien, volviendo a la escena que les contaba en el primer párrafo, esa manera de enseñar matemática no hubiera sido posible sin una docente que se lo propuso. La tecnología se aplica en las aulas gracias a los docentes que la incorporan en sus clases, por eso, necesitamos también trabajar en su formación continua como parte de este proceso de hacer una educación con estudiantes activos y protagonistas de un mundo tecnológico. Solo de este modo, con un proyecto integral, impulsaremos a que los chicos desde el presente puedan prepararse de la mejor manera para los desafíos que enfrentarán en el mañana. Después de todo, como suele decirse, el futuro es hoy.