Bienvenidos a la distopía

Edumburgo, 31 de diciembre de 2019. 16h.

Carol sale a hacer las últimas compras para la fiesta que celebra esta noche en su casa con toda su familia, amigos y compañeros de trabajo. 2019 ha sido un año increíble y se merece una despedida a lo grande. 

Camina mientras repasa mentalmente la lista de la compra y, de repente, algo le llama la atención al final de la calle. ¿Una valla de seguridad? Sí, y unas personas con chalecos en las que pone "Staff" en la espalda.

—Disculpad —les dice. Le cuesta hacerse oír porque hablan entre ellos y por los pinganillos de sus orejas. Da unos golpecitos en la espalda a uno de ellos—. ¿Qué pasa? ¿Qué estáis haciendo?

El chico, que no tendrá más de 25 años, se gira con el ceño fruncido.

—Cortamos la calle, señora. Para la fiesta.

—¿Qué fiesta?

El muchacho la mira igual que si la hubiera visto bajar de un OVNI. 

—La de fin de año. Fuegos artificiales, música en directo… Todo lo que se celebra en la calle. 

—Ah, vale. Entonces es por seguridad.

—No, señora. Control de acceso. Pasa quien tiene una entrada. 

Carol empieza a ponerse nerviosa.

—¿Me estás diciendo que he de pagar para entrar en mi calle? ¿A mi propia casa?

—No, no. Si vive aquí puede sacarse un pase. 

—¿Y para mi familia?

—Sí, sí, también. Hasta seis.

—¿Seis? Pero si celebro una fiesta en mi casa, ¡necesito más!

El muchacho se encoje de hombros, y mira a su alrededor. Otra chica de la organización se acerca. 

—No se preocupe, señora —le dice a Carol en un claro intento de calmar los ánimos—. Puede pedirle más a Underbelly. 

Carol respira aliviada. Durante un segundo había pensado que igual debía cancelar la fiesta. Va a despedirse pero la chica continúa hablando.

—Pero solo emitiremos un número razonable de pases de acceso adicionales. Por seguridad, ¿sabe? Y porque, bueno, no querrá que la gente disfrute de nuestra fiesta desde su casa sin pagar, ¿no?

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Vivimos en una distopía y aún no queremos darnos cuenta.