¿Cómo has dicho que te llamas?

¿Cómo has dicho que te llamas?

Te veo de reojo, en la esquina de mi mente. No te conozco del todo, pero me pareces familiar.

Apareces cuando menos te lo esperas, cuando todo parece en calma. Te acercas, a veces con sutileza, otras veces con la fuerza de un vendaval. Me haces preguntas que me incomodan, que despiertan algo en mí.

Tu presencia es un murmullo que se convierte en eco.

Un eco que resuena en lo más profundo de mi ser. Me obligas a mirar hacia adentro, a buscar respuestas que no sabía que necesitaba. Me llevas al límite, allí donde las excusas se desvanecen, donde solo queda la verdad desnuda.

¿Quién eres, que tienes el poder de sacudir mi tranquilidad?

Me pones frente a un espejo que distorsiona, que revela partes de mí que he tratado de ocultar. Haces que cuestione mis límites, que desafíe mis creencias. Me confrontas con mis miedos, esos que he evitado enfrentar.

¿Es tu nombre una invitación o una provocación?

A veces me pregunto si eres un amigo o un enemigo. Pero, en el fondo, sé que eres ambas cosas. Me empujas a crecer, a cambiar, a mejorar. Pero también eres el que me muestra mis fallas, mis debilidades, mis inseguridades. Eres ese susurro insistente que me dice que puedo más, que debo ir más allá de lo que creo posible.

Me haces dudar, me haces temer, pero también me das esperanza.

Porque cada vez que apareces, traes contigo una promesa: la promesa de que, si te enfrento, si acepto tu presencia, saldré transformado. Más fuerte, más sabio, más consciente de lo que soy capaz.

Y así, en esta conversación interna que tengo contigo, me doy cuenta de algo. No eres simplemente una presencia en mi vida, eres mucho más. Eres el combustible que enciende mi voluntad, el motor que impulsa mis decisiones, la chispa que enciende mi creatividad.

Fuiste un compañero en cada momento crucial, en cada encrucijada. Has sido mi guía, aunque a veces te he visto como un obstáculo. Pero ahora entiendo que no eres ni lo uno ni lo otro.

Eres el catalizador, el que me obliga a dar lo mejor de mí mismo, a ir más allá de lo conocido.

Y ahora, finalmente, te reconozco. Has revelado tu verdadero nombre: eres mis retos. No te sentiré como un peso que deba soportar ni un tormento que me azote. Te conviertes en la chispa que enciende mi espíritu, la puerta que se abre hacia lo incierto, el susurro que me invita a explorar los confines de mi propia alma. No serás un obstáculo y si la promesa de un nuevo amanecer, un llamado profundo a descubrir el vasto potencial que duerme en mí. Contigo, el miedo se convierte en fuerza, y la incertidumbre en esperanza. Un eco constante que me recuerda que en cada reto se oculta la grandeza de lo que puedo llegar a ser.

Aunque a veces me aterras, sé que sin ti, no habría avance, no habría crecimiento, no habría vida. Miguel Alemany


Sigo perplejo de la sincronía de cómo «el mensaje» te llega sólo cuando lo puedes entender. Intentaba racionalizar mi vacío y sin sentido pero me di cuenta que le di más herramientas a mi mente para evitar el cambio de frecuencia que mi cuerpo, mi historia de vida y mis circunstancias actuales. Tantos años, tanto tiempo, dedicación, esfuerzo para que hoy en día mis certezas estén tambaleando y me hagan dudar de todo y de todos. No creo ya en discursos totalitarios, sí creo en el camino propio de mi intuición que aparece ahora como el RETO de cumplir la voluntad de Dios y no la de mis deseos un tanto torcidos. Ahora desde un Dios que está dentro de mí y que me da confianza para romper con todo lo que me tenía crucificado (culpa, vergüenza) para resucitar. Con fe no hay miedo y el miedo es un mero constructo racional que me atrapaba pero que ahora solo me pone en alerta. Gracias por ayudarme a ponerme nombre a eso que me incomoda: la reto de comenzar de nuevo y dar a mi vida esa novedad que nos da la Conciencia Infinita.

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