Cambiar de método.
Por Daniel Pérez Pérez
Una frase que se ha repetido mucho a lo largo de este confinamiento es que <<Vamos a volver diferentes>>. Casi todas las veces cuando se ha dicho esta frase contiene un halo de esperanza, de positivismo si se quiere. Muchos con sus tiempos ahora trastocados y sus rutinas nuevas, han destinado momentos y espacios para reflexionar y sentenciar que ya no seremos iguales, que este virus nos ha cambiado.
Tengo muchas evidencias de que estas ideaciones están lejos de la realidad. A lo sumo, pienso yo, esta pandemia ha logrado revelar las posiciones de muchos. Pero no cambiarlas. Hemos encontrado entonces que hay unos que hacen trampitas a las normas, otros que pelean por todo, otros que son muy espirituales, otros que comen mucho, otros que hacen mucho deporte. Yo sostengo que aquellos y los demás, siempre han sido así y que la pandemia y el confinamiento sólo han hecho que se evidencien sus estructuras y sus preferencias. Nada nuevo, solamente que ahora es evidente.
Yo sigo leyendo. Pero siempre lo he hecho: si tengo miedo, leo; si tengo ansiedad, leo; si estoy triste leo y si estoy feliz o celebrando, leo. Leo y releo. Son placeres a los que siempre les he destinado tiempo y ahora con la feliz reclusión he encontrado más espacios. Dentro de mis lecturas llegué a revisar nuevamente las Cosmicómicas de Italo Calvino. Y encontré una que me puso a pensar: La implosión. Más allá de la anécdota o de las metáforas (que siempre son maravillosas la una y las otras) hay una reflexión que se hace Qfwfq: Explosionar o implosionar, ese es el problema. Y creo que, después de 120 días de confinamiento, hemos llegado al punto en el que vale la pena hacerse esa pregunta.
A muchos vemos a diario explotando: Periodistas, políticos, hombres y mujeres del común. Las personas han venido explosionando, estallando, en redes sociales, en periódicos, en televisión, en videos y en escritos; y cuando estallan, emiten rayos y centellas y proyectan esos miedos, ese dolor, esa tristeza contenida, esa rabia, su bilis, su oscuridad, sobre los demás cuerpos, sobre las otras conciencias, sobre el todo y pareciera entonces que descansan. Pero lo cierto es que no hay descanso tras la explosión, sólo extenuación.
Por definición es más fácil estar en contra de algo. Es mucho más fácil exponer los argumentos para criticar alguna posición o para sancionar moralmente un hecho, que en verdad esgrimir razones a favor de lo uno o de lo otro. Tal vez por eso ahora encontramos en todos lados un comportamiento compulsivo, masivo, casi de inercia, en el que se opone todo y se critica todo, por principio. Este comportamiento viene haciendo carrera desde hace algún tiempo y con el confinamiento se ha exacerbado. Cada día nos despertamos y nos vamos a dormir con zumbido antiguo de indignaciones, reclamos, críticas, ataques y heridas, producidos todos por un accionar independiente (queremos seguir pensando así) pero sincronizado aunado, de todos en contra de todo.
El afán o la necesidad, o la estrategia personal si se quiere, de explotar en contra de casi todo, ha hecho que las discusiones y el paisaje de la actualidad se llene de contradicciones y resultados casi ridículos en los que ahora hay corrupción de izquierda y corrupción de derecha; encontramos fiestas de izquierda y fiestas de derecha; paladines solitarios que salen a esgrimir acusaciones y señalamientos en unos casos justificando que lo malo no fue el hecho sino quien lo cometió.
Es más cómodo hablar de los inconvenientes de haber implementado alguna medida. Es más fácil ponderar la genialidad de acciones que nunca se llevarán a cabo porque ya pasó el tiempo. Y claro, es un terreno más tranquilo caminar sobre la honra de los que se atrevieron a hacer y a ejecutar y pensar que sobre sus ruinas se construye la fama y el orgullo de los que sólo se dedican a criticar y a hablar de lo nunca hecho y nunca demostrado.
El punto entonces, es que los caminos que hemos encontrado para brillar y para encontrar reposo y desahogo a tantas presiones, es un camino cómodo, poco retador, nada formador y muy peligroso. Ese camino de explotar en cualquier momento con la excusa de que estamos hartos o estamos colmados o estamos justos, es un camino que aunque seduce por lo fácil, conduce a un agotamiento, como el que viene justo después de una explosión. Y aunque todos explotamos en algún momento, lo que no debiéramos hacer es justificarlo. Cuando nos toca el papel de espectadores encontramos el panorama aterrador porque lo que vemos son las explosiones de cado uno y de todos haciendo eco y dibujando nuestro paisaje que se torna ahora de guerra entonces (por la metáfora de las explosiones, claro).
Cambiemos las explosiones por implosiones. Qué pasa si toda la fuerza, toda la ira, todo el miedo, todos los sentimientos, no los echamos afuera en una explosión sino que nos volcamos al interior y nos contenemos? Busquemos otras formas más sanas de sacar adelante las crisis. ¿Qué pasa si nos miramos al interior y ante las explosiones y los ataques nos contenemos, nos guardamos, nos hacemos invisibles, nos reservamos? La implosión es también una forma de canalizar la energía. También la transforma. Y si al implosionar, al contenernos, no buscamos las oposiciones a todo, sino que utilizamos esa energía para encontrar lo bueno, las propuestas, las acciones, los caminos nuevos, la colaboración?
<<“Cuánto tiempo hace que ninguno de vosotros sabe ya imaginar la fuerza vital sino en forma de explosión?>> fue el llamado de Qfwfq.
Propietaria en Alicia de Duque diseños
4 añosDe acuerdo. Algunos haremos cambios positivos en nuestras vidas y otros seguirán igual o peor.