Capítulo 4 - Las creencias de Ana
Ana se escondió detrás del sofá por temor a que José pudiese insultarla de nuevo, mientras las palabras de Eduardo ingresaron en su mente para quedarse. ¿Qué información podía tener Eduardo acerca de Gloria, si es una persona ajena a la familia? Intentó hacer el menor ruido posible, pero la rapidez de sus pasos presionaron tanto el suelo que José y Eduardo dirigieron la mirada hacia el sonido.
.- ¿Pará dónde crees que vas? Te encanta escuchar conversaciones ajenas, dijo José con un tono muy serio.
.- Esa conversación tiene que ver conmigo. Eduardo es mi amigo, yo lo invité para que me ayude con unas dudas que tengo sobre el celular, dijo nerviosa Ana.
.- Aquí estoy como quedamos, vine a resolver todas las dudas que tengas, dijo al mirar con firmeza a José.
.- ¡Vete de mi casa, Eduardo! Si no te vas por las buenas, te voy a sacar a golpes!, dijo José en tono de amenaza.
.- Ya veremos quién puede más, la fuerza física o la conciencia, pronunció Eduardo con seguridad.
.-Esto no es un ring de boxeo, así que deja a Eduardo tranquilo, José. Advirtió Ana.
José empujó a Eduardo con todas sus fuerzas y éste cayó en el suelo al perder el conocimiento producto del golpe en la cabeza. De inmediato, José cerró la puerta de su casa con llave e impidió que Ana, con los nervios de la situación, estuviera en la calle.
.- ¡Eres una bestia, no puedo creer hasta dónde has llegado por esas ideas locas que tienes!, gritó asustada Ana.
.- Lo hago por tu bien, hija. Eduardo es la clase de muchacho que ningún padre quiere: vago, sin futuro. Aseguró José, quien respira profundo luego de hacer tanta fuerza.
.- ¡Y tú el padre que ninguna hija merece! , gritó Ana con lágrimas en los ojos.
Ana corrió al subir las escaleras, siguió hasta su habitación, miró el suelo para buscar con la mirada unos zapatos para ponerse. Caminó hasta el armario y se puso lo primero que vio: unas sandalias blancas y un abrigo negro. Ana se asomó por la ventana y vio cómo la sangre corría por la frente de Eduardo. Impactada por la imagen, la chica abrió la ventana y se lanzó al suelo para ayudar a su amigo. No podía levantarse.
.- ¡Vamos, Ana! Haz un esfuerzo. Eduardo te necesita y tú también a él. Dijo Ana para darse ánimos y poder revivir a Eduardo, quien parecía estar inconsciente.
Ana contó hasta tres y se levantó del suelo a pesar del dolor de cadera que sintió luego de la caída. Ella se acercó a Eduardo, quien tenía los ojos cerrados y la sangre no se detenía en su frente. Miró los labios de su amigo y amor plátónico, tenía muchas ganas de acercarse a ellos. Ana temblaba, su corazón latía sin parar, pero si no aprovechaba la oportunidad no habría otra para demostrar cuánto le gustaba. Así Ana le dio un beso a Eduardo que nada más duró unos segundos. Segundos que parecían instantes eternos para una chica enamorada como Ana, quien no dejaba de contemplar el rostro de Eduardo. En ese momento llega Sebastián con su maletín de primeros auxilios, quien se nota preocupado al ver a su hermana y a Eduardo en el suelo.
.- ¿Qué pasó aquí, Ana? Tengo algo de alcohol para limpiarle la herida a Eduardo. Dijo, Sebastián apresurado.
.-José lo empujó porque no quiere que se acerque a mí, respondió Ana.
.- Casi lo mata. No entiendo por qué reacciona así cada vez que alguien se te acerca, Ana. Comentó Sebastián pensativo.
Luego de haber limpiado la herida con una gaza y un poco de alcohol, Sebastián se dispone a entrar a su casa y Eduardo comienza a reaccionar.
.- José es muy peligroso, Ana. Busca mi cargador y tu celular. Lo mejor es que busques un lugar más seguro para vivir. Dijo Eduardo adormecido.
.- ¡Me voy a vivir contigo! Fue lo único que se le ocurrió decir a Ana para poder abandonar a José, luego de su pelea con Eduardo.
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