Carta de un adolescente adicto a la tecnología

Carta de un adolescente adicto a la tecnología

Un día quise tener un móvil sin saber muy bien por qué. La mayor parte de mis amigos decían que era muy chulo. Debía serlo porque mis padres lo tenían y estaban siempre pendiente de lo que allí pasaba. Les veía reír en ocasiones y comentaban cosas que otras personas les decían. Incluso, a veces jugaban a juegos para “desconectar” (eso me explicaban). Comencé a insistir para que me lo compraran. Mis padres me prometieron que si sacaba buenas notas, sería el regalo del fin de curso porque ya iba a empezar al año siguiente primero de la ESO.

¿Por qué tenía que esperar yo a esto mientras que la mayor parte de mis amigos lo tenían desde hacía dos años? Claro, la mayoría lo tuvo como regalo de la Comunión. Mis padres prefirieron regalarme una Tablet, que también estaba muy bien, pero no podía comunicarme por whatsapp con ellos, ni ver las tareas que se tenían que hacer. Yo no era “guay” y comenzaron a dejarme un poco de lado.

Llegó el momento y mis padres cumplieron con su palabra. Por fin tenía mi esperado móvil. Como era verano y mis notas habían sido muy buenas, mis padres me dijeron que podía utilizarlo como quisiera. ¡Era un sueño para mí! Así que sin darme cuenta se convirtió en una parte más de mí mismo. Me lo llevaba a todos los sitios, tuve Instagram, donde podía subir fotos a todas horas, comencé a jugar con mis amigos y amigas todos conectados, incluso al parchís que ya no me parecía un juego de niños pequeños. Pasó el verano y sin darnos cuenta comencé el curso.

Mis padres me dijeron que a partir de ese momento debía de tener un tiempo para tener el móvil. Yo no entendía por qué y les dije que era necesario tenerlo para saber las tareas y estar pendiente de que no se me olvidara nada, hacer los trabajos en grupo. Les prometí que seguiría sacando buenas notas. Mis padres me dieron la oportunidad.

Al comenzar esa nueva etapa, mis amigos además del móvil hablaban todo el tiempo de juegos de la play que parecían muy chulos. Eran de guerra y estrategia. Ellos jugaban todos los días y lo hacían en línea. Yo no. Me esforcé en los primeros exámenes y convencí a mis padres para que me dejaran jugar un rato a esos juegos a diario. Mis padres también accedieron.

Sin darme cuenta, fue pasando el tiempo y mi cabeza solo me pedía tener el móvil cerca, mirarlo en todo momento, pensar en jugar a esos juegos. No sé cómo pasó pero dejé de concentrarme y ya no me interesaba lo demás. Yo lo intentaba, pero terminaba todo lo rápido posible y me ponía a jugar. A veces mis padres no se daban cuenta porque estaban ocupados con mi hermana o alguno tenía que trabajar. Hasta ahora yo había ido siempre bien y en clase no se dieron cuenta de nada porque mi comportamiento era bueno…

Pero cuando llegaron las notas del segundo trimestre, me quedaron cuatro asignaturas. Mis padres se enfadaron mucho y me dijeron que se acabó la tecnología. Nada de jugar por las tardes. Solo los fines de semana y nada de móvil. Yo no sé lo que me pasó. Me dio un ataque de rabia y grité mucho. Sin darme cuenta, cuando mi madre quiso quitarme el móvil de la mano la pegué, la insulté. Me sentía enfurecido. Mi madre se quedó perpleja. No podía creerse esto. Se asustó. Llegó mi padre y cuando se lo contó, me castigaron dos semanas sin nada. Yo me puse muy nervioso y grité, lloré. Les dije que no iba a estudiar nada, que iba a suspenderlo todo si no me dejaban el móvil o jugar. Mis padres no se lo creyeron al principio. Pero yo estaba decidido a conseguirlo. Entonces les llamaron del instituto y les dijeron que no hacía nada. Que había cambiado. Mis amigos me dejaron de lado porque me decían que era un “pringado” porque ya no podía jugar con ellos en línea ni conectarme por el móvil. Ellos hablaban más de la play que del móvil y yo no podía seguir el juego. Me quedé aislado. Un día le rogué a mi madre que al menos me dejara un poco jugar porque estaba solo, ya no tenía amigos. A mis padres esto les dio pena y me dijeron que jugaría un poco si hacía la tarea. Me volví a animar, pero algo me pasaba. Me dejaban media hora ¿Sólo media hora? Eso no era nada… Cuando estaba en lo mejor, me decían que me tenía que quitar. Yo les decía, un poco más, un poco más… Y un día mi padre, me la desenchufó (mi madre no se atrevió). Me volví loco. Grité, tiré cosas, les insulté. Mi madre lloraba y mi padre se quedó tan paralizado de mi reacción, que solo pudo mandarme al cuarto agarrándome del brazo. Les dije que me mataría y que ellos tendrían la culpa. Que no me querían, que solo querían a mi hermana. Mi hermana lloraba…

Entonces me trajeron a ti. Han pasado tres semanas y me siento muy mal. Mis padres se han llevado la play. El teléfono no quiero cogerlo. Me da miedo. Prefiero que me lo deje mi madre o mi padre si necesito algo.

¿Tú querías venir? (le pregunté) Sí. Yo no sé que me ha pasado. Me da mucho miedo recordar cómo me he puesto. Estoy algo más tranquilo, pero me siento solo y triste. Yo quiero a mis padres, pero he dicho cosas horribles. No estoy concentrado. Me da igual sacar el curso. No quiero salir. Quiero estar todo el tiempo en mi cuarto…

Dra. Mª Pilar Berzosa Grande. Psicóloga clínica. (Col:AN-1815) Docente UNIR


Dra. Mª Pilar Berzosa Grande

Directora del Centro psicológico Intelecto. Profesora categoría Ayudante doctor de Facultad Ciencias de la Salud de UNIR Miembro de (AEI+DTF)

6 años

Gracias Ana Isabel! Espero que todo te siga yendo bien. Un abrazo

Excelente artículo! Gracias por compartir, de una alumna agradecida!

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