Chicken Little vs Bob Marley
Foto: San Pablo del Campo, Barcelona. Autor: propia.

Chicken Little vs Bob Marley

Esta pandemia nos ha enseñado, una vez más, que la mejor manera de estar informados es contrastando por nuestra cuenta la información que recibimos.

Admito que estoy más del lado Bob Marley del espectro: no pensé que la epidemia iba a ser así de fuerte—asumí que sería similar a la gripe aviar o a la gripe porcina. En mi defensa, desde enero—fecha en la que me mudé temporalmente a un nuevo país para estudiar un máster—estoy muy desconectado de cualquier tipo de noticia. En mi contra, los argumentos científicos son abrumadores, y el haber "pensado" de una u otra manera basado puramente en mi experiencia previa es un acto de soberbia y, francamente, estupidez. No soy epidemiólogo, peor biólogo o médico.

Pero del otro lado del espectro, los "chicken little" que gritan a diestra y siniestra que el mundo se va a terminar por no usar una mascarilla al aire libre, tampoco lo tienen muy claro. Y es que es mejor extremar medidas, en estos casos, que no hacerlo; finalmente usar una mascarilla en la calle no te hará daño...

El problema es que la línea anterior es absolutamente falsa—la misma soberbia de la ignorancia aplicada en sentido opuesto—y puede llevar a afectar a la población más importante en estos momentos: el personal médico. Extremar medidas puede evitar que contraigamos el virus temporalmente, pero como se vio alrededor del mundo, puede también provocar acaparamiento de equipo vital para el personal que está en la primera línea de batalla, más expuesto al contagio. Todo va bien hasta que tenemos una emergencia no relacionado con el Coronavirus y quien nos atiende es un médico sobre-trabajado y potencialmente contagiado—esto si encontramos una cama de hospital. Mientras tanto cajas enteras llenas de mascarillas guardadas en armarios de individuos varios.

La clase política no ayuda, tampoco, aunque hay rayos de esperanza. Escuché una entrevista reciente al presidente Francés Emmanuel Macron en donde admitía haber estado equivocado y por ende demorar decisiones críticas, o incluso, tomar decisiones incorrectas. Liderar no es un trabajo fácil: el peso de la responsabilidad cuelga sobre la cabeza de un líder como la espada de Damocles. Pero por esta misma razón es preferible tener al mando a una persona humilde, dispuesta a aceptar su humanidad y reconocer sus errores pronto para rotar el timón y corregir el curso una vez divisadas las rocas; cuando el agua está filtrando a babor y estribor es demasiado tarde.

En contraste, previo a la Primera y Segunda Guerra mundial en donde la mayoría de regiones eran reinos o imperios, la decisión de un líder ignorante, desconectado de su pueblo, podía generar bastante más dolor. El Zar Nicolás II cayó estrepitosamente a pesar de tener el amor de su gente cuando fue coronado porque seguía viviendo en un mundo de oligarcas y campesinos, pastores y rebaño.

La actitud y respuesta de muchos líderes en la presente oleada de nacionalistas y autócratas se asimila a la del Zar. La diferencia clave es que todos tenemos, en orden de importancia, un megáfono y un altavoz en nuestros bolsillos—ojalá el orden fuera al revés.

Dentro de la profunda ignorancia o, peor, desinformación que se ha esparcido como napalm, no está demás analizar la historia para ver el vaso medio lleno. Y es que no, no soy ni epidemiólogo, peor biólogo o médico, pero puedo escuchar a los tres casi en tiempo real y crear un criterio sólido a partir de su conocimiento. "Hoy todos somos periodistas", decía alguien. Entonces, hoy más que nunca, conviene separar al grano de la cizaña y evitar así esparcir desinformación entre nuestros conocidos, esparciendo más bien buenas prácticas y esperanza.

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