Confieso que te deseo, pero no quiero estar contigo


Eres un sueño de carne y hueso. Naciste entre los versos de Neruda, los risos dorados de Helena y las curvas despampanantes de Marilyn Monroe. Eres una especie en su propia liga, que vino al mundo para hipnotizarnos y a poner en entredicho a nuestros corazones.

Al igual que tú, hay un centenar de doncellas que nosotros los hombres contemplamos su belleza y deseamos su cuerpo, aunque sea solo en nuestra imaginación. Si eres de ese puñado de mujeres casi perfectas, te voy a contar un secreto. Todos deseamos estar entre tus brazos, mirar de cerca tus ojos, acariciar tu piel y susurrarte al oído tu belleza; pero, no te deseamos para siempre.

A mi mujer sí.

A esa que se levanta en las mañanas y llena el cuarto de imperfección, a la que me pelea sin razón, a la que su cuerpo cambia con los años, a esa que su voz es música para el corazón; con ella, para siempre. Ese para siempre no será tan pulcro como las fotos que subes al ciberespacio y sin duda conllevará poner toda mi energía para hacerlo real pero sé que al final, valdrá la pena.

Sin embargo, no pararé de desearte con la fibra más profunda de mí ser, pero cuando apague el monitor –en ese mismo instante- pasarás a ser lo que siempre fuiste, ese fragmento de ficción creado por una sociedad de plástico, maquillaje y photoshop. Mientras más te continúe deseando, más apreciaré a esa mujer real y única que tengo a mi lado.

Día tras día, miro a mi alrededor para ver esa figura femenina que su belleza solo depende del amor que hemos creado, su brillo transciende la luces de las cámaras y su mirada es el puro reflejo de nuestra relación.

Al final, confieso que prefiero el amor de la que me completa y no de una imagen incompleta.


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