Déjame contarte una historia
Anoche tuve una conversación con un poeta que me explicó su versión del mundo. El dice que vive en la felicidad de la imaginación. Aunque suena un poco utópico, hace total sentido su pensar, su sentir y sus palabras al hablar. Quizás se nos haga difícil comprender su visión pero hay un cierto romanticismo en lo que expresa. Ahora bien, déjame contarte una historia.
Hace exactamente una década atrás, tuve justamente la misma conversación, pero el poeta en esta historia era yo. Conversé con un niño que hablaba del amor entre versos y rimas. Fue en ese intercambio de palabras casi coherentes que entendí que su corazón era puro, inocente y virgen. Hablaba con tanto ahínco del amor, que dejo de hablar y comenzó a plasmar sus pensamientos en blanco y negro. Sin embargo, solo los compartía en su diario.
Por años, continuó esta práctica y siguió su imaginación por todos los caminos que el amor lo llevaba, hasta que un día sin anunciarlo, paró de hacerlo. Aquí comenzó una triste y trágica etapa para el joven escritor, que no entendía el porqué de lo sucedido.
Sin inspiración, sin musa y con poco que decir, continuó una travesía entre el denso bosque de los sentimientos. A eso que le llaman amor, lo empezó a percibir y contemplar de una manera totalmente diferente. Dice que hasta los besos sabían diferentes y que ya no encontraba las palabras para describir algo que era tan humano. Fue así como reenfocó su visión y comenzó a buscar el amor, en la felicidad de su imaginación. En ese mundo poco conocido, le dio sentido a lo que sentía y a lo que dejo de sentir.
Mientras tanto, un vaivén de sentimientos encontrados dio lugar a explorar otras áreas de su alma. A pesar de que el amor no era el usual romanticismo de película como expresaban sus poemas, todavía existía ese algo que lo conmovía. Ese algo que vive dentro de todos nosotros, que nos llena de esperanzas, que nos hace sonreír sin razón y que es mucho más grande que el mismo amor.
Hoy me pregunto: ¿qué hay más allá del amor?