Cuento de sofá para los días de andar por casa

En mitad de esta situación tan extraña, con el estado de alarma recién de declarado hace un par de días, y sin poder salir a la calle, salvo para temas de extrema necesidad, aburrida de dar vueltas por la casa… de rumiar pensamientos negativos… decidió sentarse en el sofá.

Se descalzó, dobló las piernas y se quedó allí, pensativa. Su perro le miraba desde abajo, con la misma cara de estupor que tenía desde hace unos días: parece que pudiera leerle el pensamiento, con esos ojos redondos y marrones, casi negros, y esa trufa húmeda… es como si quisiera decirle algo. Ella no sabía si el perro entendía la situación, pero parecía como si el animal fuera capaz de entender lo que estaba pasando y de guardar la calma.

Blanca dio un par de palmadas en el sofá, como indicándole que subiera con ella. Y el Jack Russell, de un salto se colocó a su lado. Se recostó en seguida patas arriba como pidiéndole que le hiciera cosquillas en la tripa. A lo que ella accedió…

De repente recordó cómo solía jugar con sus hermanos en el sofá de la casa de sus padres. En ocasiones, jugaban a hacer “guerras de pies”. A ver quién ganaba en una suerte de pulso con las piernas. El juego consistía en tumbarse en el sofá dos de los hermanos y juntar las palmas de los pies. La verdad es que el sofá era bastante largo, o ellos eran muy pequeños por aquel entonces… Una vez juntas las palmas de los pies, y con las rodillas flexionadas en ángulo de noventa grados, contaban 1, 2, 3… y comenzaban a hacer fuerza con las piernas hasta ver quién era más fuerte y ganaba el pulso… lógicamente, salvo que apareciera antes alguno de sus padres y les pidiera parar ese juego tan salvaje y comportarse más civilizadamente.

Otro juego habitual era imaginar que el sofá era un barco. En ocasiones un barco a la deriva, de náufragos… Los tres hermanos iban a la deriva en su barco-sofá… y los cojines, lanzados aleatoriamente al suelo, se convertían en peligrosos tiburones. Siempre había alguna misión que hacer… recuperar unos víveres, salvar a otro naufrago, llegar a una isla… Nunca consiguieron desenganchar las cortinas, que hubieran sido unas velas estupendas para ayudarles a llegar a la isla… pero aún sin esas velas, era toda una aventura.

Se decidió por el barco, ya que el pulso de pies con el Jack Russell iba a ser muy complicado. Sus cortas patitas y su predilección por los mimos continuos no lo iban a facilitar…

Así que le dijo: “Joe, vamos a jugar a los barcos… tú y yo somos náufragos y tenemos que sobrevivir…  esta vez sí podremos usar las cortinas (sin descolgarlas…) que nos quedan cerca del sofá y serán nuestras velas. Los cojines pasarán a ser los tiburones. Y tus juguetes, pasarán a ser nuestros víveres…

El perro seguía mirando con cierto estupor… giraba la cabeza hacia el lado derecho, y luego hacia el lado izquierdo, como tratando de comprenderla… pero parece que decidió seguirle el juego.

Blanca comenzó a remar usando el palo de la mopa y conectaron el robot aspirador que comenzó a merodear alrededor suyo, chocándose con todos los cojines. Con lo que se dotaba de un mayor realismo a la escena de los tiburones.

Ese robot aspirador lo habían comprado hace un par de semanas en un comercio online. La publicidad prometía que era prácticamente insonoro y que no molestaba a las mascotas. Pero Joe tenía mucho recelo desde que el aparato entró en la casa. Le perseguía y a veces le ladraba. No entendía la fascinación de sus dueños por el aparato. A él le parecía una especie de perro-robot tonto y sin alma. Pero se ve que habían decidido ponerle una competencia en casa… y estaba pendiente de entender el objetivo.

Siguieron remando hasta acercarse a una isla, a la bahía de una isla, en realidad. Parece que por fin iban a ser capaces de tomar tierra. El robot-aspirador se había atascado con las pelusas de la alfombra y se había vuelto a la base, por lo que el peligro de los tiburones había cesado. Los cojines tampoco parecían muy agresivos, así que decidieron darles por pececillos y tortugas.

Según iban entrando en la bahía, descubrieron la entrada a lo que parecía una laguna, con agua dulce, pero conectada con el mar… Blanca siguió remando, y Joe decidió echarse la siesta en la improvisada barcaza, aprovechando un rayo de luz que entraba entre las velas y que caía en el sitio preciso para que él pudiera tomar el sol…  Poco a poco fueron adentrándose en unos caminos más estrechos, rodeados de vegetación, cada vez más abundante, y árboles sumergidos en el agua. Esto debían ser los manglares que el marido de Blanca quería visitar en vacaciones. Pero ella y Joe habían llegado antes desde su sofá. Ella siguió remando, mientras se adentraban, sigilosamente, en estas cuevas de árboles sumergidos en el agua. Joe se desperezó y decidió ir a la proa para controlar dónde estaban. Hundió su hocico en el agua y lo sacó rápidamente, sorprendido.

Al adentrarse en los manglares… comenzaron a escuchar a las aves como enloquecidas. Algunas con un pico muy largo, corvo, estaban agazapadas entre las ramas de estos árboles anfibios y se dedicaban a pescar. Otras se acicalaban sobre las ramas de los árboles. El perro decidió ladrar a un martín pescador enano que estaba picoteando como en búsqueda de insectos o peces pequeños. De todas formas… ¿Sería un martín pescador? La verdad es que Blanca no sabía mucho de aves. Le gustaban mucho, pero nunca las había estudiado.

Bajaron un poco el ritmo, cansados de tanto remar. Y decidieron orillar la barca a lado de unas raíces. Mirando al fondo de la laguna, parece que los cojines se habían convertido ahora en unas medusas pegadas al fondo. Parecían medusas de esas que tienen muchas bolitas. Las había blancas y parece que más pardas, como moradas. Levantó una con el remo-mopa para verla un poco más cerca. Joe comenzó a ladrar a la medusa. Todo este hábitat le era completamente novedoso.

Con el sobresalto y los ladridos de Joe, se cayó la mochila con víveres sobre el robot-aspirador, que despertó de su letargo y comenzó a emitir el mensaje “error seventeen” acompañado de una luz verde intermitente… para pasar luego a moverse por su cuenta en la laguna, en torno a ellos. El peligro les acechaba ahora en forma de cocodrilo, o caimán… la verdad es que Blanca no lo tenía claro. Como en el caso de las aves, le hubiera encantado estudiar algo relacionado con la fauna, pero se dio cuenta ya muy tarde, cuando había terminado administración y dirección de empresas. Ahora llevaba 7 años en una consultora, y la verdad es que no tenía claro qué animal era el que les acechaba.

Decidieron dar un par de toques con la mopa-remo al cocodrilo-caimán-robot, y se paró. Probablemente a consecuencia del “error seventeen”. Pero esta vez no volvió a la base, se quedó en el sitio, inmóvil. Así que dieron el peligro por superado, para regocijo de Joe, que en realidad, nunca tuvo aprecio por el aparato.    

En vista de que todo estaba más calmado… decidieron recuperar la mochila que se había caído hace un rato valiéndose de la mopa-remo, y sacar algunos víveres para coger fuerzas antes de seguir remando. Esas galletitas saladas fueron una idea fantástica. Joe estaba encantado también con la aventura, pues iba a librarse de comer pienso. En los manglares colombianos no hay pienso… Después del almuerzo, los dos cayeron rendidos en la barca. Y como el sol ahora les acariciaba, y el viento entre las cortinas-velas era tan agradable, se quedaron dormidos.

¡Plas! Un ruido algo estrepitoso les despierta, y se encuentran a Juan –el marido de Blanca- volviendo de la compra (de lo poco que se podía comprar estos días, y solamente en caso de urgencia). Juan llegaba pertrechado con guantes de goma, gel antiséptico y las bolsas, y entrando a lavarse las manos lo primero… Sobresaltados, se quedan mirándole perplejos. Juan, sin saberlo, estaba de pie en mitad de la laguna, con unos guantes de goma y un par de bolsas de plástico. Y sin darse cuenta, no solo estaba ridículo, sino que además se estaba empapando los pantalones, y corría el riesgo de que le picaran las medusas que habitan al fondo de la laguna…

Juan, igual de perplejo que ellos, se lava las manos y vuelve para decirles: “¿Se puede saber qué hacéis?... tenéis todo tirado, y las cortinas están medio fuera de la ventana, con el viento. Blanca, ¿Estás bien?”            

Blanca permanece otro minuto callada, mirando a Juan. Joe le ladra, como diciendo “Que te estás mojando los pies, anda ven al barco que hay galletitas saladas…

Por fin, Blanca se decide a hablar, y le responde: “Nada, estábamos jugando en nuestro barco. Pero ahora que te veo con esos guantes, y los cascos de la moto ahí puestos, creo que vamos a jugar a los astronautas. Porque los manglares nos han encantado.”


Bernardo C.

Senior Legal Expert - Payment Systems Development Group Consultant at World Bank Group

4 años

Me encantó! ☺️

Lola Pajaron

Compliance Vice President. Compliance & Conduct Banco Santander | Coaching de vida e Inteligencia Emocional

4 años

Me ha encantado, Gloria!!

Bernardo C.

Senior Legal Expert - Payment Systems Development Group Consultant at World Bank Group

4 años

👏👏👏👏👏👏👏

Roberto Rodríguez

Business Experience BX en UNIR - La Universidad en Internet

4 años

Bravo! A seguir buscando el faro que nos guíe

Eugenia Navarro

Consultora independiente, área de estrategia

4 años

Buenísimo Gloria, un ejercicio de imaginación ! Yo jugaba con mis hijos a esos pulsos de pies!

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