De sujetos a objetos. ¿El progreso era esto?
‘La tecnología eliminará millones de puestos de trabajo’, ‘La rapidez y el cambio son las señas de nuestros días y hay que adaptarse rápido’, ‘El entorno económico es incierto’, ‘Los mercados son volátiles’…Estas aseveraciones y muchas otras que nos decimos, leemos y escuchamos a diario, que nos rodean y que aceptamos sumisamente, tienen una raíz en común mucho más preocupante que lo que expresan en sí mismas. Cada una de ellas refleja la existencia de entidades informes, incontrolables, indescifrables e incomprensibles que están por encima de nosotros, que dictan nuestra realidad, y delinean nuestro presente y lo que está porvenir. Estamos al servicio de ellas, a su arbitrio. Hemos dejado de ser sujetos protagonistas para convertirnos en objetos pasivos. La nueva sumisión tiene amos que no vemos, que se nos escapan, contra los que parece que no podemos revelarnos. Esa ‘mano invisible’ de la que hablaba Adam Smith, que es ya más que dogma de fe en nuestros tiempos, nos ha convertido en nuevos esclavos de designios que no son divinos, sino que ahora son de mercado, de capital, de tecnologías que desde una atalaya invisible nos hablan y nos dominan.
Esa mano invisible, esos designios no divinos pero extraterrestres, han apagado nuestras consciencias, nos han convertido en autómatas que se dejan llevar como objetos a merced de una marea que viene y va. Y cuanta más tecnología, más subjetividad, más rapidez, más intangibilidad, más incapacidad de comprender y más objetos somos. En un mundo virtualizado y fugaz, es difícil comprender y sin comprender, es difícil ser sujeto.
Los nuevos bienes y las nuevas mercancías somos nosotros, nuestros datos, nuestros historiales de búsqueda, nuestros registros, nuestras suscripciones, nuestros ‘Me gusta’. Como productos que somos, hemos de aportar valor sino queremos quedar desheredados. Debemos ser útiles y ágiles para adaptarnos continuamente a los dictados de esas nuevas divinidades. Solo así conseguiremos sus dádivas empaquetadas y enviadas en forma de consumo incesante e impulsivo.
Pero es el ser humano el que crea sus propios monstruos y sus propias verdades. No hay manos invisibles, las tecnologías no poseen voz ni actúan por sí mismas, los mercados no tienen personalidad ni piensan, ni marcan nuestro destino. Esos monstruos y esas verdades son los verdaderos objetos, no nosotros. Ellos son nuestras creaciones y están a nuestro servicio. Ser nosotros los verdaderos sujetos. Ese es el auténtico progreso.
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