De tu armario a una aldea africana
El problema
La industria textil es una de las más perjudiciales para el medio ambiente a nivel global debido a la cantidad de recursos naturales que utiliza y los residuos y emisiones que genera. Según los informes de la ONU, este sector es responsable del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero y del 20% de la producción de aguas residuales en el mundo entero. Además, cada año, se generan alrededor de medio millón de toneladas de microfibras, las cuales terminan en los océanos y causan daños a la biodiversidad marina.
El principal culpable de este problema es el modelo de producción y consumo de la moda rápida o fast fashion, el cual se enfoca en ofrecer prendas baratas y de moda que se renuevan de manera constante y se desechan con facilidad. De acuerdo con información de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), cada ciudadano europeo compra alrededor de 6 kg de ropa, 3 kg de calzado y 6 kg de textiles para el hogar al año. Sin embargo, no utilizamos el 21% de esta ropa y desechamos casi la mitad de lo que compramos antes de que termine el año. La mayoría de estas prendas terminan en vertederos o incineradoras, contribuyendo de manera negativa a la contaminación del aire, suelo y agua.
Algunas soluciones
En respuesta a esta situación, cada vez surgen más iniciativas que buscan minimizar el impacto ambiental de la industria textil y promover un consumo más responsable y consciente. La moda sostenible se enfoca en diseñar y producir prendas utilizando materiales ecológicos, reciclados o de origen vegetal. Además, busca minimizar el uso de agua, energía y químicos, al mismo tiempo que respeta los derechos humanos y animales. Algunas marcas líderes en este sentido incluyen Ecozap, H&M y Pangaia, quienes utilizan tejidos innovadores como VEGEA y FLWRDWN. El primero es un cuero vegetal hecho con residuos de la industria del vino, mientras que el segundo es un relleno para prendas acolchadas fabricado con flores silvestres.
Por otro lado, la ropa usada ofrece una forma efectiva de reutilizar prendas que han sido utilizadas previamente. Comprar, intercambiar o donar ropa de segunda mano alarga su vida útil, evitando así la generación de nuevos residuos y permitiendo ahorrar dinero. Boutique, ferias y bazares especializados en prendas de segunda mano, así como plataformas en línea como ThredUP o Wallapop, son excelentes opciones para encontrar ropa usada de calidad y a buen precio.
Finalmente, reparar o personalizar las prendas que ya se tienen es una opción ingeniosa para adaptarlas a las necesidades o gustos personales. Este enfoque permite darle una segunda vida a la ropa, evitar el desperdicio y expresar la creatividad. Se puede acudir a servicios profesionales de costura o aprender las habilidades necesarias para hacerlo uno mismo a través de tutoriales, cursos o talleres.
De lo que nadie habla
La industria textil oculta una oscura realidad que urge conocer y denunciar. Un viaje intrincado y poco sostenible es el que emprende nuestra ropa desde nuestros armarios hasta llegar a las aldeas africanas, dejando a su paso graves consecuencias ambientales y sociales.
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El destino final de la ropa donada a organizaciones humanitarias o depositada en contenedores de reciclaje es incierto. Aunque una parte se comercializa, la mayoría queda sin vender. Estas prendas abandonadas son adquiridas por mayoristas traperos, quienes pagan unos 400 euros por tonelada recogida en tiendas y 200 euros por lo recolectado en bancos de ropa.
Los mayoristas encargados del comercio de prendas también se encargan de su clasificación. Dividen las prendas en categorías según la temporada para facilitar su exportación a países con climas apropiados. No obstante, una parte del material se destina al reciclaje, que podría ser usado para fabricar colchones y otros materiales aislantes. En algunos casos, los mayoristas realizan la clasificación en los países de destino porque resulta más económico. Sin embargo, este tipo de práctica aumenta el fraude en la clasificación y acaba vendiéndose como ropa de segunda mano toneladas de basura textil inútil.
La ropa reutilizable en mejores condiciones se exporta, en general, a Europa del Este, donde se comercializa en tiendas. El resto se empaca en fardos y se dirige, principalmente, a países africanos en barcos mercantes.
Los importadores africanos adquieren los cargamentos de ropa y posteriormente se las venden a vendedores locales. Estos minoristas acuden a grandes mercados, como el de Kantamanto, en Acra, Ghana, para tratar de vender la mayor cantidad de ropa usada recibida. Las prendas sobrantes o en malas condiciones son enviadas a aldeas donde aún pueden ser vendidas o se utilizan para confeccionar trapos. De lo contrario, son descartadas en vertederos a donde pueden contaminar el mar con frecuencia.
Estos vertederos crean verdaderas montañas de telas, que en su mayoría son sintéticas, con alturas que superan los cien metros y que, expuestas al sol, terminan pudriéndose.
Los desechos de estas montañas suelen desmoronarse en el Golfo de Guinea, obstruyendo las redes de los pescadores y contaminando las aguas, lo que, a su vez, afecta al ecosistema y deteriora las fuentes naturales de producción alimenticia de la economía local.
Otros cargamentos viajan desde Europa a Nigeria, Pakistán... La exportación de residuos textiles —defienden algunos— tiene sus pros y sus contras: quienes la defienden hablan de los empleos que genera —30.000 personas viven de la venta de estas prendas solo en el mercado de Kantamanto— y subrayan que provee de vestimenta a gente con pocos recursos. Quienes la critican afirman que esta exportación de la ropa usada frena la industria textil de los países menos desarrollados y que, además, contamina mucho. Ruanda, de hecho, se ha negado a la importación de residuos textiles.
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