Suicidio colectivo
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar.
Este poema, atribuido a Bertolt Brecht (aunque realmente creado por el pastor protestante alemán Martin Niemöllerno), me parece que es un resumen perfecto de la condición humana, más aun en esta época que nos ha tocado vivir y en la ubicación geográfica dentro del planeta que hemos tenido la suerte de nacer.
A nuestro alrededor, no solo el más cercano, están sucediendo una serie de acontecimientos históricos, que se recordarán en los libros (o no) y que nuestros nietos y bisnietos (si logramos salir en la que nos estamos metiendo) estudiarán, como nosotros estudiamos las dos guerras mundiales, el crack económico de 1920, etc.
Pero nosotros, en este mundo hiperconectado, con un bombardeo continuo de noticias, nos preocupamos más de quién pasa a la siguiente fase de cualquier concurso televisivo, quién es el siguiente fichaje de nuestro equipo de fútbol o qué película está nominada a los premios Oscar.
Que sí, que todo eso está muy bien, fenomenal, nos evade de nuestra rutina diaria de casa trabajo, trabajo casa, pero ¿a costa de qué?
Lo que verdaderamente debería importarnos, las noticias importantes que deberíamos seguir día tras día, salen en las noticias 2 minutos y a otra cosa.
Se actualiza el número de muertos y heridos en las guerras, las manifestaciones y huelgas porque la gente no puede mantenerse con lo que les pagan o con lo que producen, los países que siguen con hambrunas generalizadas, las miles de hectáreas que se le roban al planeta para cultivar donde no se debe o para instalar placas y molinos donde se debe cultivar.
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El calentamiento continuo del planeta que nos va a llevar (no nos puede llevar, nos va a llevar seguro) a un cambio drástico en nuestra forma de vida; la inoperancia de nuestra clase política, a cualquier nivel, primada por las grandes corporaciones y los lobbies empresariales de toda índole; el mantra de crecer, crecer, crecer a costa de todos y de todo...
Todo esto está pasando, todo esto está ocurriendo, todo esto nos afecta y no solo a nosotros, si no sobre todo a los que nos van a suceder, a nuestros hijos, a nuestros nietos.
Y lo sabemos y no hacemos nada. Nos echamos las manos a la cabeza, durante esos dos minutos televisivos, comentamos con los cercanos qué mal está el mundo y cómo está cambiando el tiempo, posteamos y publicamos miles de artículos como este, se crean grandes debates para que cada uno barra para su casa y mil cosas más que no afectan un ápice los objetivos de quienes realmente han diseñado el plan económico social mundial en el que nos vemos inmersos.
Ya no está de moda sublevarse, ya no está de moda tomar las calles, sin permisos de por medio, claro. Es más, está penado por quienes no les interesa que lo hagas.
No es apología de la violencia, ni mucho menos, lo que estoy diciendo (el ejemplo de Ghandi lo deja claro), es un deseo y una llamada para que reaccionemos, para que demos, figuradamente, un puñetazo en la mesa y digamos hasta aquí, porque literalmente nos va la vida en ello.
Puede haber cien maneras de hacerlo, solo hay que empezar a creernos que se puede hacer y, después, ponerse manos a la obra, para detener este suicidio colectivo que estamos cometiendo.