DERECHO A GUARDAR SILENCIO

DERECHO A GUARDAR SILENCIO

El refranero recuerda que “quien calla otorga” para referirse a aquellas personas que ante determinada situación prefieren permanecer callados, entendiéndose así que con su silencio están consintiendo y dando su aprobación tácita a esa situación. Cualquier acusado por la comisión de algún delito tiene reconocido el derecho a guardar silencio frente a los hechos de los que viene siendo acusado. Tiene derecho, por tanto, a callar, a no declarar, a no declarar contra sí mismo ni a declararse culpable. En la vida como en los tribunales las palabras cuentan porque aquello que dices te esclaviza y hasta puede condenarte.

En toda declaración judicial, uno de los criterios más importantes para otorgar cierta virtualidad al testimonio judicial es la verosimilitud. Cuando la declaración es lógica, sin ambigüedades ni contradicciones, y carece de un móvil espurio o vengativo, se suele decir que la declaración es verosímil porque tiene visos de ser verdadera. Obviamente, resulta muy difícil exigir que esa verosimilitud sea absoluta, pero más allá de incoherencias y vaguedades, se exige que la declaración del testimonio sea creíble.

Las palabras que nacen crean dos mundos. El mundo del que las recibe y el del que las pronuncia. Las palabras son pensamientos verbalizados, son impresiones que causan estado. Una vez pronunciadas las palabras devienen firmes y definitivas. Son sentencias que causan un efecto y no tienen enmienda. Las palabras crean la realidad, porque apuntan e incriminan y si emanan de una fuente contaminada fluyen emponzoñadas. Cuando las palabras contienen chismes, cotilleos, quejas, rumores, insidias, indiscreciones y otras nonadas acaban por envenenar la realidad y a las personas involucradas en ella.

Muchas veces validamos las palabras sin someterlas a ningún tipo de examen ni filtro. No se trata de estar fiscalizando palabra a palabra nuestro diálogo o el de los demás, sino de averiguar si las palabras reflejan la verdad o la realidad, si aquello que vamos a decir o escuchamos es cierto, o simplemente se trata sólo de presunciones, hipótesis, especulaciones, mentiras, bulos u opiniones.

Muchas personas van por ahí explicando su vida o la de otros, malgastando el tiempo con comentarios insustanciales, contando los problemas de los demás, emitiendo juicios u opiniones fútiles, urdiendo historias de ficción hasta convertirse en voceros de los demás, sin darse cuenta que malgastan su propio tiempo, su energía, su integridad y su credibilidad.

Lo que difunden muchas personas de lo que piensan, dicen o hacen los demás puede ser inverosímil, negativo, improductivo, sesgado, falso y, sobre todo, irrelevante. Poco o nada puede importar lo que haga la mayoría de las personas porque no son asunto de uno, máxime cuando lo que se difunde de ellas no es edificante, bueno ni amable.

Cualquier opinión, comentario, pensamiento, crítica, impresión o aseveración propia o procedente de terceros es bueno someterlas a cierto control y evitar ser partícipe de un juego mental desagradable y negativo. Los juicios o palabras tóxicas de los demás acaban arrastrando a las personas al lodazal de las medias verdades, las palabras huecas y pensamientos estériles que acaban corrompiendo la realidad y la actitud de las personas.

Una manera de mantener una mente y estado emocional positivo consiste en depurar toda reflexión, manifestación, afirmación u observación que podamos hacer nosotros de los demás o que provengan de terceros, para asegurarnos que aquello que vamos a pensar o decir, o bien a escuchar, tendrá algún tipo de efecto positivo o beneficio. La finalidad de esta depuración, por tanto, está en asegurarse que aquello que vamos a experimentar va a tener algún tipo de provecho y valor para nosotros. Gracias a este saneamiento previo podremos prescindir y descartar toda forma de expresión insana. 

El filósofo Sócrates aplicó este proceso de depuración a través de un sistema ingenioso basado en el triple filtro. Él pensaba que una persona debe hacerse preguntas constantemente, indagar hasta dar con la verdad. Esta prueba del triple filtro consistía en someter toda forma de expresión a una serie de preguntas para averiguar si aquellas palabras o aquella información eran verdaderas, buenas y necesarias. En caso de no superar el triple filtro, la información debía ser descartada. Para explicar el test del triple filtro se recurre a la fábula de Sócrates con uno de sus discípulos.

 Cuenta la historia de que cierto día uno de sus discípulos se acercó a Sócrates y le dijo:

-¿Sabes lo que escuché acerca de un amigo tuyo?

Sócrates le miró y respondió:

-Un momento: antes de decirme aquello que vienes a contarme, quisiera aplicarle un triple filtro a esa información.

-¿Un triple filtro?, respondió sorprendido su discípulo.

-Exacto. Antes de que hables sobre mi amigo sería bueno dedicar unos instantes a filtrar lo que me vas a decir. Y Sócrates prosiguió:

 Primer filtro. El de la verdad:

-El primero de los tres filtros es el filtro de la verdad. Dime ¿Estás absolutamente seguro de que aquello que me vas a decir de mi amigo es verdad?

-No, dijo el discípulo. En realidad solo lo escuché.

-Bien, entonces, realmente no sabes si lo que me vienes a decir es cierto o no lo es.

 Segundo filtro. El de la bondad:

-El segundo filtro es el filtro de la bondad. Dime ¿Es algo bueno eso que vienes a decirme de mi amigo?

-No, todo lo contrario.

-Entonces, -añadió Sócrates- tú vienes a decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Veamos si lo que vienes a decirme pasa el tercer y último filtro.

 Tercer filtro. El de la utilidad:

-Este último filtro es el filtro de la utilidad. Dime ¿Es útil para mí eso que vienes a contarme de mi amigo?

- No, en realidad no lo es.

-Bien, -concluyó Sócrates-. Si lo que vienes a decirme no sabes si es cierto, no es bueno y no me es útil ni necesario, ¿Para qué decírmelo?

  Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo (Ludwig Van Beethoven)

En realidad, ante toda aseveración o forma de expresión o pensamiento, ante todo juicio debemos cuestionar su realidad, su utilidad, su bondad y su certeza. En realidad, muchas de esas afirmaciones, chismes, bulos, quejas, habladurías, rumores o suposiciones, sean propias o ajenas, van a crear un impacto positivo o negativo en nuestro imaginario. ¿Me beneficia a mí o a los demás? ¿Ello va a hacerme mejor persona? ¿Va a mejorar con ello mi estado emocional? ¿Realmente será útil? ¿Puedo probar con evidencias que eso que tengo yo o los demás es cierto? ¿Estoy dispuesto a perder mi poder por ello? ¿De qué manera puede afectarme un determinado mensaje? ¿Qué sería yo sin esa información? 

En la respuesta a todas estas preguntas podemos hallar la manera de liberarnos de todo pensamiento, juicio, observación u opinión que no aporta nada a nuestra salud mental. El trabajo consiste en eliminar todo ese diálogo y toda forma de expresión carentes de autenticidad, amabilidad y utilidad, pero sobre todo en expulsar todo pensamiento desprovisto de amor.

Preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación. Tu conciencia es lo que eres. Tu reputación es lo que otros piensan de ti. Y lo que otros piensan de ti… no es tu problema (Charles Chaplin)

 

 

 

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