Intervención mínima
En el ámbito del derecho penal existe un principio denominado principio de intervención mínima, también conocido como principio de ultima ratio. En base a este principio jurídico básico se quiere salvaguardar la libertad y protección de las personas en el sentido que el derecho penal sólo debe ser aplicado cuando no haya más remedio, es decir, cuando no exista otro medio de protección menos invasivo. Se quiere así reservar la imposición de las sanciones penales a aquellas infracciones más graves por lo que el código penal debe ser aplicado siempre como último recurso, es decir, cuando no existan otras medidas menos gravosas para contener las conductas lesivas de las personas.
Este principio de intervención o injerencia mínima también puede aplicarse a los objetivos más vitales de cualquier persona. Se suele decir que las personas buscamos sobre todo la felicidad y hacemos cualquier cosa para conseguirla. Pero la felicidad no es algo que pueda conquistarse o conseguirse sino algo que debe seguirse como un objetivo aunque sin pretender apropiarse de ella.
La razón principal por el cual la felicidad es un mito más que una realidad es que las personas confunden la felicidad con los deseos, con el placer o con la acumulación de cosas materiales. La principal razón por la cual la felicidad no puede atesorarse o apropiarse viene del hecho mismo que el universo no está concebido para satisfacer nuestras necesidades sino que son las personas las que deben adaptarse al mismo y aprender a darle sentido a sus vidas.
Pero durante eones las personas tratan de controlar, dominar, dirigir, manejar e intervenir en las situaciones y circunstancias de sus vidas a base de lucha y manipulación para conseguir sus objetivos más deseados creyendo que cuanto más empeño, dedicación, esfuerzo e, incluso, enfrentamiento y hostilidad empleen más rápido y con mayor seguridad obtendrán aquello que creen les llevará a la felicidad o a cumplir sus objetivos vitales.
Pero no siempre más lucha y esfuerzo son sinónimo de éxito. Que hay que emplear tiempo y dedicación para conseguir objetivos es obvio, pero no siempre es aconsejable llevarlo hasta sus últimas consecuencias cuando para ello uno tiene que perder su equilibrio, su paz y su poder personal. La semilla del descontento de las personas viene cuando se apegan y luchan denodadamente por un nuevo objetivo o deseo que creen que les va a proporcionar la ansiada felicidad, aún a costa de sufrir estrés, angustia o pérdida de bienestar personal.
No se trata de renunciar a los objetivos, sino de renunciar a la lucha y apego por conseguirlos. Se trata de pasar a la acción sin necesidad de intervenir. Acción por omisión, dejar de hacer para que se haga. No se trata de claudicar porque el objetivo a conseguir sea inalcanzable o conlleve mucha dedicación, sino de dejar de apegarse al interés ciego por el resultado. Apegarse demasiado a los resultados es la base de la desconfianza, miedo e inseguridad en la consecución de los mismos. Más que apego por el resultado u objetivo hay que pensar en términos de compromiso sin compulsión, sin coerción por el resultado.
El hombre que no necesita nada, lo recibe todo (proverbio francés).
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El escritor y líder espiritual indio Jiddu Krishnamurti decía Mi secreto es que no me importa lo que pase. Era su manera de entender que la mayor parte de las cosas llegan cuando dejas de desearlas e intervenir con vehemencia para conseguirlas. La incertidumbre es lo que más abunda en el mundo pero las personas buscan la certidumbre, la seguridad y el control. Intervenir siempre y en todo es como tratar de eliminar la incertidumbre, esencia de la que está hecha principalmente nuestra realidad. La búsqueda de la seguridad es pura ilusión, es apego a lo conocido. Las personas quieren saber y anticipar soluciones a todos sus problemas, y la intervención mínima a veces es precisamente todo lo contrario: dejar de controlar y esperar que las soluciones vengan espontáneamente a disipar los problemas.
Decía Alan Watts que existe una teoría del esfuerzo invertido que resumía de la siguiente manera “Si no sabes nadar y te caes al agua e intentas mantenerte a flote desesperadamente y lleno de angustia, con todo el miedo natural que tienes de no saber nadar, cuanto más te menees y más te sacudas, más te hundirás y más deprisa. La teoría del esfuerzo invertido consiste sencillamente en relajarte, en pensar que si estás tranquilo y llenas los pulmones de aire, esto te hará flotar y no te ahogarás”.
El principio de intervención mínima que expongo en estas líneas se enfoca más en tratar de ser para dejar que ocurra. Se trata de servir con denuedo a la causa (enfocarse en los objetivos deseados) pero librarnos de la compulsión y control por conseguirlos. Servir a la intención e imaginación de los resultados deseados y esperar, sin manipular, forzar ni controlar, a que estos se materialicen. Menos es más, si de lo que se trata es de perder el equilibrio mental e incluso la salud por conseguir un determinado resultado. La intervención mínima supone avanzar de forma silente sin necesidad de responder a la incertidumbre con programas de temor o control de toda situación.
Cuando las cosas anheladas ya no se desean, llegan. Cuando las cosas temidas ya no se temen, se alejan (Lao-Tse)
El principio de intervención mínima se manifiesta en nuestra realidad cotidiana en infinidad de ocasiones, como cuando nos vemos atrapados en un atasco de tráfico e irritados tratamos de sortear los coches porque llegamos tarde a una cita, cuando desvelados nos esforzamos inútilmente en conciliar el sueño o cuando indignados queremos llamar la atención para que nos sirvan con premura en cualquier establecimiento. A veces, en todas esas situaciones desafiantes, al liberarse de la irritación por el tráfico, dejar de luchar contra el desvelo nocturno o abandonar la indignación para ser atendidos, es cuando de forma sorpresiva todas esas situaciones estresantes pasan a fluir con total naturalidad.
La felicidad tan anhelada por todos se manifiesta gracias al principio de intervención mínima porque la felicidad es siempre escurridiza, porque cuánto más tratas de buscarla y conservarla con más facilidad nos esquiva. La felicidad se encuentra cuando las personas sienten paz interior, bienestar personal o como decía Mihaly Csikszentmihalyi cuando las personas están en estado de flujo, es decir, cuando se involucran en aquellas cosas que desean y les agradan independientemente del resultado que obtengan por ello.
Director de ventas en Editorial Teide
5 mesesCompletament d'acord, Franc. Gràcies per explicar-ho tan bé.