Desarrollar la vocación para liberar el potencial de la niñez
El camino que escojamos para afirmar nuestra identidad puede alejarnos del propósito primigenio de nuestra vida o bien puede ser el canal por el cual podamos correr para expresar a los demás el para qué fuimos diseñados. ¿Cuándo traicionamos nuestra identidad y cuándo liberamos nuestro potencial? ¿Cómo podemos ayudarnos, y ayudar a otros, a ser la mejor versión de nosotros mismos? A continuación comparto unas ideas que brindan insumos para responder estas preguntas.
Lo primero que deberíamos desterrar cuando queremos desarrollar nuestra vocación es el deseo de construirla a partir de parámetros externos. Lla vida que deseamos vivir no necesariamente es la vida que vive en nosotros. Vocación viene del vocablo latín voz; desarrollar la vocación no es una meta que perseguir sino más un llamado que escuchar, que muchas veces es apagado por estándares a los que aspiramos llegar en el deseo de parecernos al resto. Esto cambia las preguntas que nos hacemos y que debemos hacer; debemos dejar de preguntarnos “¿Qué debo hacer con mi vida?” por “¿Quién soy?”. Esta pregunta, como dice Douglas Steere, nos llevará a otra: “¿para quienes soy?”. Encontrar la vocación no es una meta que cumplir sino un regalo que recibir. Descubrir este regalo nos llevará al lugar donde, al decir de Frederick Buechner, nuestra mayor alegría se junta con la mayor necesidad del mundo.
Dios está más interesado que nosotros en que descubramos nuestra vocación; de hecho, él ya nos dio lo que necesitamos para correr tras ella. Cuando motivados por el amor, expresemos nuestra vocación en otros, estaremos dando a conocer el obrar de Dios en el mundo por medio de nosotros. Por eso San Ireneo dice que la gloria de Dios es que el hombre esté enteramente vivo. Quienes iniciaron movimientos relevantes, dice Parker J Palmer, empezaron con una decisión: No volver a vivir dividido. Es decir, no actuar externamente de manera que contradiga la verdad que ellos sienten y creen internamente. Por eso la voluntad tiene mucho que ver con lo que desea nuestra alma.
Desgraciadamente, como diría Palmer, “puede tomar mucho tiempo ser la persona que uno siempre ha sido”. Podemos estar quemados queriendo dar algo que no tenemos, haciendo promesas que no podemos cumplir solo porque queremos interpretar el papel de otro. También podemos mistificar a quienes siguieron los deseos de su corazón y lograron grandes cosas, y decir diciendo que “esto solo es para los elegidos”, solo para justificar nuestra apatía por revelar nuestro corazón al mundo. Querer vivir los valores de otro no es una virtud; puede ser un ejercicio de menosprecio a lo que realmente somos.
No hay nada más consecuente que una semilla; en ella está la historia futura de un bosque si es que sabemos esperar, cultivar y hacerla florecer. La vocación es un llamado del interior para liberarse en el exterior. Cuando honramos nuestro propio diseño, aceptamos nuestras limitaciones y descubrimos nuestras fortalezas, y volcamos nuestra vocación en otros, estamos liberando nuestro potencial. Pero cuando negamos nuestro potencial o malversamos nuestros recursos canalizando nuestra vocación en nosotros mismos o para algo que nos autodestruye, nos hacemos daño y traicionamos nuestro diseño primigenio.
De nosotros depende que nuestro diseño se eche a perder y acelere nuestra destrucción o sentir la alegría de sabernos un regalo de Dios para el mundo, sintiéndonos plenamente vivos al ir dejando un legado y construir abundancia en comunidad.