“Disrupción”, narrativas y oportunidades TIC
Columna publicada originalmente en Consumo Cuidado
Cuando en el ámbito de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) se presenta un nuevo producto o servicio, es común que se anuncie como un elemento “disruptivo” para acentuar su carácter de novedad. Sin embargo, aceptar este término sin mayor cuestionamiento genera distorsiones sobre las oportunidades para el uso de la tecnología para ayudar a resolver problemas productivos o sociales.
Después de todo, este calificativo depende de que exista evidencia que respalde la disrupción al mercado o en la sociedad, y no sólo de que se presente como tal a través de una campaña de marketing. En otras palabras, una novedad no es disruptiva en automático.
La “Innovación Disruptiva” definida por Clayton Christensen es más bien una idea acerca de un proceso, y no una propiedad inherente a la novedad. De acuerdo con este profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, en este proceso un producto o servicio atiende un mercado o nicho de consumidores ignorado por compañías establecidas y es comúnmente una aplicación más simplificada o menos costosa de tecnología existente.
Debido a que se atienden mercados más segmentados y en ocasiones menos lucrativos, las empresas incumbentes no siempre generan una respuesta directa, dando espacio para la emergencia de nuevos jugadores que pueden luego desplazarlas. Un ejemplo común de este fenómeno fue el desarrollo de computadoras personales en un momento en donde se fabricaban equipos para el sector empresarial.
Otras visiones más críticas como la de Karl Ulrich hablan de indicadores como la adopción de este nuevo producto o servicio por una proporción sustancial del mercado y la incapacidad para responder y replicar, propiciando así a la “extinción” de empresas que son incapaces de mantenerse competitivas.
Así, la “disrupción” se presenta más bien como una narrativa en el ámbito de los negocios cuyo análisis puede complementarse con evidencia como la evolución de su participación de mercado, el margen de sus ingresos o su efecto en la diversidad de competidores. Aceptar esta narración sin sustento empírico y repetirla puede ayudar a las campañas de marketing o relaciones públicas de las empresas, pero tiene el potencial de generar una visión distorsionada.
En el ámbito de las TIC, por ejemplo, un servicio que defina su valor como permitir el acceso a Internet a través de cierta tecnología no es “disruptivo”. En un contexto en donde el acceso a la banda ancha se obtiene por una variedad de medios inalámbricos o cableados, presentar como novedad la “tubería” por donde pasan los datos es una estrategia vulnerable a la respuesta de otros proveedores que pueden desplazar al supuesto disruptor.
Con la emergencia de aplicaciones y servicios sobre Internet (Over-The-Top), la adopción de computación en “nube”, las conexiones móviles y sensores en máquinas y objetos conectados hay espacio para una motivación menos superficial que presentarse como un “disruptor”: la resolución de un problema adaptando tecnología existente.
En otras palabras, la aplicación de tecnología a la resolución de problemáticas es una oportunidad para generar cambio, sea en una Pyme que desea ser más competitiva o un Ayuntamiento que busca una mayor eficiencia en los servicios públicos.
Así, por ejemplo, en México evidencia como el estudio de César Rentería (CIDE) sobre el uso de pagos móviles en comunidades rurales en Oaxaca muestra un área de oportunidad para la inclusión financiera de población que está tradicionalmente marginada, pero que no por ello no puede beneficiarse de acceso a servicios financieros.
La proliferación de aplicaciones para “ciudades inteligentes” o Smart Cities también presenta una oportunidad en México, como el desarrollo urbanístico Ciudad Creativa Digital en Guadalajara, en donde no sólo es importante el hardware sino las soluciones para seguridad informática del proyecto y las herramientas para realizar análisis de rendimiento.
Al final de la ruta, los términos derivados de los “gurús” de los negocios y los best sellers pueden resultar llamativos, pero considerarlos dogmas puede generar narrativas distorsionadas. Es cierto que hay tecnologías de las que parten cambios de gran magnitud, como la imprenta o el ferrocarril, pero es su uso en el diseño de nuevas soluciones para viejos problemas las que catalizan dicho impacto.
Así, antes de hacer las proverbiales “cuentas de la lechera” al contemplar cómo una idea puede ser “disruptiva”, es esencial definir primero el problema y después el tipo de herramientas de las que se puede echar mano o, por qué no, el tipo de conocimiento o capacitación que se requiere para obtener un mejor resultado.