DISTINCIÓN ENTRE LA VIDA ORGÁNICA Y LA VIDA SOCIAL

DISTINCIÓN ENTRE LA VIDA ORGÁNICA Y LA VIDA SOCIAL


Organicismo social y enfrentamiento cultural

    Las tendencias hacia la vida de los organismos individuales son coincidentes en todos sus órganos, aparatos y sistemas. Por ello el todo es más que la suma de sus partes. De hecho cada parte del organismo colabora mediante la homeostasis en el buen funcionamiento del conjunto y por ello sus elementos sienten la necesidad imperiosa de cooperar. Es más, existe para la reducción de costes energéticos y adaptativos una coordinación en la búsqueda de ese equilibrio indispensable. También todo el organismo se estructura y especializa en determinadas funciones que sirven para responder a los estímulos procedentes del exterior. Los fenómenos de la vida funcionan así, organizados frente al medio, valga como ejemplo en el ser humano la colaboración de aparatos y sistemas como el óseo, muscular, sanguíneo, nervioso, digestivo, etc.

   Sin embargo, mientras en lo biológico su actuación es unidireccional; en lo cultural, la rebelión, la sedición, la traición o felonía -como dicen ahora los políticos- es un elemento que ha estado y está más presente de lo que nosotros quisiéramos. La creación de imágenes en el ser humano, la interrelación de conceptos, la rememoración de los mismos, el lenguaje, la creación y los juegos cooperativos impulsaron al sapiens a integrarse en comunidades asociativas, desde la familia nuclear, los clanes, las bandas, hasta las tribus con cierta complejidad  que, junto a los mitos culturales, sirvieron para crear una identidad social. Aun así, la intimidad de los más allegados, muchas veces reunidos ante el fuego cuando cae el día, ha dado origen a lo que se llama resistencia al cambio e involucra a los sistemas para producir ira. Las recientes tecnologías se cuelan también en esa dispersión de ideas, creencias y valores. Con ello se observa que lo propio de las grandes poblaciones humanas sea la disensión, los choques con otras culturas e incluso la resistencia a poner en práctica cualquier tipo de consenso. Así, mientras la evolución biológica se sustenta en un equilibrio genético, la evolución cultural genera la discusión y el enfrentamiento. La globalización es sólo un espejismo de lo que parece ser.

    Hace unos días una joven subió a Linkedln un proverbio Sioux: “Que mis enemigos sean fuertes y bravos, para que yo no sienta remordimientos al derrotarlos”. Una frase que es fiel expresión del respeto de esta cultura a otros pueblos, lejos de la competitividad fácil y avasalladora de los grupos civilizados de aquella época y de hoy. Curiosamente, un personaje “salvaje” en la historia de EE. UU., el Jefe Seattle, respondió a una carta al Presidente de Washington, cuando este envió una misiva para comprar sus tierras. Uno de los fragmentos más conmovedores de este hombre, nos aproxima de manera vital al abrazo unitario entre hombre y naturaleza: “¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia de un piel roja… ¿Qué les importa a su pueblo la vida animal cuando matan bisontes desde un tren en marcha por mera diversión…?”

    Pero, ¿qué es realmente el organicismo? Y ¿Vale el organicismo como doctrina social? La teoría organicista es una postura filosófica en la que se considera al Estado como un organismo vivo que está por encima de los individuos y donde cada uno tiene una función que cumplir para que sea posible la vida del conjunto. Este contenido como “deber ser” suena muy bien a nuestros oídos, pero lo que resulta de la imposición del Estado como algo que termina convirtiéndose en una realidad independiente y que se impone a los individuos tal y como pregonaba Hobbes en su Leviathan, es un abuso al modo de ser y pensar en la existencia de cada individuo y de las comunidades pequeñas unidas por lazos fraternales o de cohesión social.

    Para los organicistas la estructura de la sociedad se organiza y funciona como un organismo vivo, biológico, de naturaleza superior, con entidad y existencia propias. Pero nada de esto se ajusta a las investigaciones actuales como afirman John Gray, Damasio y Harari entre otros. ¿Dónde están las debilidades de esta teoría? En contra del organicismo como escuela sociológica, la sociedad humana es una forma superior de organización cultural y, por tanto, para ella no es pertinente aplicar las leyes de la biología.

    Desde la perspectiva biologista, los individuos son como las células de un organismo que, siempre en relación con la vida de este, cumplen funciones diferentes pero en beneficio de la unidad del organismo. Habría que distinguir entre el modelo organicista y mecanicista. Mientras el mecanicismo se aborda desde las relaciones causa-efecto, el organicismo observa las múltiples interacciones entre las partes y el todo. Esta concepción orgánica de la sociedad dominó gran parte de la Edad Media, y se superó con el surgimiento del individualismo procedente de la institucionalización del contrato social (Locke, Rousseau), una parte del derecho privado que justifica la fundación del Estado y el propio sistema liberal burgués. Así, resurge al inicio del siglo XIX, envuelto en el ambiente de la Revolución francesa y, aún hoy es la posición dominante del liberalismo en el mundo. Es lo que se llama la democracia inorgánica de a cada persona un voto.

   No muy lejos seguimos recordando qué fueron las leyes orgánicas franquistas, empeñadas en priorizar órganos como la familia, los municipios y los sindicatos verticales y el rechazo a la democracia liberal por su peligrosidad excluyente. Más aún los órganos tradicionales estuvieron presentes en los derechos a los fueros, la religión y las tradiciones que tienen el origen remoto en la oposición al Conde Duque de Olivares en 1640 en el motín de “Els Segadors” y luego en “La guerra de Sucesión española”, en el corredor próximo a los Pirineos, favorables al pretendiente al trono, Carlos de Augsburgo y que, detenida la guerra por el acceso al reinado de este al Imperio Germánico, el borbón Felipe V quedo definitivamente como rey de España. Pero esta situación foral quedó enquistada como reivindicación hasta las llamadas “guerras carlistas” del siglo XIX en favor de los privilegios de los órganos forales, con levantamientos populares y ejércitos propios como los de Cabrera en Cataluña y Zumalacárregui en el País Vasco. Su lema, rescatado por los requetés fue el de Dios, patria y Rey.

   Sabemos que ya desde el empirismo inglés de la Ilustración, Berkeley plantea la necesidad de que los filósofos comiencen a desembarazarse de explicaciones especulativas y sobrenaturales. En efecto, en su obra “De Motu” se consideraron precedentes intuitivos a través de analogías que nos recuerdan la física de Newton, sobre cómo la fuerza moral y psicológica que atrae y une las personas es una semejanza a la atracción física entre los cuerpos del mundo material. Todo esto hoy desmentido en cuanto a las distintas explicaciones entre evolución biológica y evolución cultural. Con la Ilustración francesa se dio un paso más y se trataron de buscar explicaciones diversas en relación con la evolución como aspectos discontinuos que explican las diferencias entre naturaleza y cultura. En el caso de Turgot, saca a relucir sus teorías sobre el progreso y el conflicto, así como Condorcet a la hora de establecer leyes naturales de la evolución y la idea de progreso en el espíritu humano.

    Un paso atrás fue el originado por Spencer, un claro defensor del organicismo, haciendo una interpretación de la evolución como continuidad en la capacidad orgánica y natural con el mismo esquema para las especies vivas que para la cultura del hombre. Fue el primero en hacer suya la teoría evolutiva interpretando las ideas de Darwin como “darwinismo social”, creyendo también que en la sociedad cabía la lucha por la vida y la supervivencia de los más aptos. De hecho el funcionalismo creía en las raíces positivistas donde se recuperan estas metáforas del todo y las partes presentes en Spencer, Comte y Durkheim. La sociedad para funcionar debe priorizar la cooperación, sin que deba reducirse a la mera suma de individuos. Ahora bien, mientras una serie de filósofos trabajaron a fondo por el “statu quo” (dejar las cosas como están) en las que destacaron funcionalistas como Durkheim, Pareto, Weber y Talcott Parsons, con un posicionamiento propio de la sociedad tradicional en la creencia de que las clases sociales crearían esa armonía para que funcionase el todo. En efecto, ven preferible el equilibrio para lograr la paz social y la cohesión. Las clases sociales están llamadas a colaborar para esa armonía. Sin embargo, se daba la contradicción entre lo que debía ser el ideal de remar todos en una misma dirección con el liberalismo individualista de la libertad y la libre iniciativa económica. Por ello, ante las miserables condiciones de vida de los trabajadores, en el polo opuesto nacería la revolución marxista que pregonaba el enfrentamiento y que serviría para advertir que sólo con el cambio y la toma de conciencia social podría producirse la revolución socialista. Todo ello con el ideal supremo de que sólo el proletariado se convertiría en el único protagonista de la historia. Pero, ojo, ante el dinero, el comunismo radical de la antigua URSS también se diluyó como un azucarillo.

Marcelino Díaz Rodríguez


En Santa Cruz de Tenerife, a 8 de marzo de 2019.


Marcelino Díaz Rodríguez

Nivel medio en Inglés en Babel

5 años

Gracias también a Alfonso y Eric. Abrazos.

Marcelino Díaz Rodríguez

Nivel medio en Inglés en Babel

5 años

Muchas gracias, Guayarmina.

Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Otros usuarios han visto

Ver temas