Dos focos de un mismo problema

Dos focos de un mismo problema

¿Cuál es la razón de fondo para que la Comunidad Judía de Chile reclame que el Gobierno no debería recibir a Irán en visita oficial?, y ¿cuál es el interés de Chile en esta nación tan alejada y aislada de la sociedad occidental?

Hoy llega la delegación del Gobierno de Irán de visita oficial a Chile encabezada por su canciller Mohammad Javad Zarif, polémica en los medios de comunicación chilenos ayer luego de que la Comunidad Judía (a la que pertenezco) denunciara esta visita, que al parecer pretendía pasar inadvertida.

Al respecto, cabe analizar dos focos de un mismo problema: por una parte, ¿cuál es la razón de fondo para que la Comunidad Judía de Chile reclame que el Gobierno no debería recibirlos en razón de una visita oficial de un Estado reconocido por el mundo internacional?, y por la otra parte, ¿cuál es el interés de Chile en esta nación tan alejada de nuestra geografía y aislada de la sociedad occidental?

La respuesta a la primera interrogante parece simple: la Comunidad Judía de Chile reclama que Irán viola sistemáticamente los Derechos Humanos de sus ciudadanos, pone en riesgo la seguridad internacional al apoyar a líderes de movimientos terroristas como ISIS o Al Qaeda, y que su presidente, Hassan Rouhani --al igual que todos los que han ostentado dicho puesto desde el triunfo de la Revolución Islámica en 1979-- explícitamente dice que Israel debería ser borrado del mapa. Todos ellos son miedos y denuncias válidas.

La respuesta a la segunda pregunta es un poco más complicada: el interés de Chile en Irán va más allá de un diálogo diplomático. Irán cortó relaciones bilaterales con ese país en 1980, momento en que el embajador tuvo que volver a Santiago, y 15 días después la embajada persa fue cerrada. No fue sino hasta la vuelta a la democracia en Chile en 1990, que se retomaron las conversaciones y se restablecieron relaciones diplomáticas a través de la delegación chilena ante las Naciones Unidas, en Nueva York.

En este sentido, Chile recibe a la delegación iraní como a cualquier otra. A Chile, más allá de la idea política del gobierno de turno, le interesa establecer relaciones comerciales con la mayor cantidad de actores internacionales posibles, lo que después del levantamiento del bloqueo internacional de EEUU a Irán en enero pasado no se ve tan alejado de aquella política.

Irán representa un buen mercado emergente para nuestro país: la industria petrolera y química es un punto sobre el que no podemos discutir, dados los recursos naturales con que contamos en este rincón del planeta y las necesidades a corto plazo que se nos presentan en aquella material. A cambio, las inversiones financieras y los productos intermedios que Chile puede vender en Medio Oriente podrían encontrar un buen nicho en esa nación.

Por su parte, la imagen que proyecta Chile al dialogar con Irán utilizando los mismos espacios y herramientas que ofrece la sociedad internacional, es destacable. Cuando la presidenta recibe al canciller iraní en La Moneda, no está forzosamente diciendo que apoya su política interna (no tendría por qué hacerlo, después de todo es norma básica del Derecho Internacional no inmiscuirse en los asuntos internos de las naciones independientes), sino que el mensaje que entrega es uno de diálogo pacífico con un país que, a pesar de que sus leyes y política interna sea completamente discutible, busca la manera de sumarse a las conversaciones con el resto de los países. Irán no ha renunciado a su membresía en la ONU, ni en la Organización Mundial del Trabajo, ni a la OMS. Y a pesar de que cuenta con un estatus de observador en la OMC, no se puede pasar por alto de manera tan fácil los casi 80 millones de personas que componen dicho mercado, o lo casi 13 mil dólares de PIB per capita que registra el FMI.

Entonces surge la siguiente duda: ¿por qué reclamar por esta visita y su consecuente avance en relaciones internacionales con Irán, y oponerse también al diálogo de Chile con Venezuela --donde sus ciudadanos están a punto de comenzar a morir de hambre--, Rusia --cuyas leyes anti homosexuales son completamente reprochables--, Francia --con su ley anti burka que bordea lo discriminatorio hacia el derecho, y el respeto, de practicar la religión que a cualquier persona se le plazca--, o por qué Chile acepta tener una embajada de Arabia Saudita, de Siria, de Palestina, o de los Emiratos Árabes Unidos en Santiago, si ninguno de ellos superan a Irán en materia de Derechos Humanos?, ¿por qué no cortamos relaciones también con China, con Cuba, o con Turquía?

El foco sobre lo que debemos pensar no es sobre el país que nos visita, ni sobre el vínculo político que se podría entender de aquello, sino más bien tenemos que asumir que Chile también juega un rol fundamental en el plano internacional al educar a otras naciones sobre cómo se juega el papel de un país dentro de este sistema. Al recibir al canciller Javad en La Moneda, la presidenta lo que hace es también reconocer el esfuerzo que Irán hace al respetar las diferencias culturales que existen entre Chile e Irán y a su vez invitarlo a seguir un diálogo de paz y consenso a través de los conductos regulares.

Es en ese punto donde discrepo con la posición radical de la Comunidad Judía de Chile: ¿por qué no darle la oportunidad a nuestro país para que se transforme en un ejemplo de diálogo con un país constantemente en el escrutinio mundial, y de paso dejar que la diplomacia vuelva a tomar su rumbo clásico? Sin obviar, naturalmente, las violaciones a los Derechos Humanos en que Irán incurre.

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