EL CONFINAMIENTO FORZOSO DEL CONDE DE MONTECRISTO

EL CONFINAMIENTO FORZOSO DEL CONDE DE MONTECRISTO

Que el mundo pare no tiene por qué tener efectos devastadores para sus pobladores. Siempre y cuando no estemos refiriéndonos a términos económicos, detenernos sin más y dedicar un tiempo valioso a hacer inventario de lo que somos, de lo que tenemos y de lo que carecemos, ayuda a tomar consciencia de uno mismo. A ese respecto rezaba en el templo de Apolo en Delfos: “Conócete a ti mismo”

Repasando mi balance personal, en el “debe” de mi cuenta aparecía El Conde de Montecristo, la obra maestra de Alejandro Dumas, así que dediqué buena parte del tiempo del parón forzoso a sumergirme en sus más de mil páginas. Como es obvio, mis expectativas se vieron superadas con esta novela pero, además, la obra me ha dejado un sinfín de reflexiones y aprendizajes que voy a tratar de exponer en este texto.

Fue fácil familiarizarse desde un primer momento con el protagonista, Edmundo Dantés. Este joven marinero tan pronto ve cómo sus esfuerzos le son recompensados –ascendiendo a capitán del navío que tripulaba y casándose con su bella amada– como, de inmediato, todo ello le es arrebatado –siendo detenido y cautivo por unas acusaciones interesadas y traicionado por un peón del sistema judicial que estaba más al servicio de su propio provecho que de la justicia universal–. Dantés sin ser oído, sin defensa en juicio ninguna, es hecho preso a perpetuidad en la fortaleza de If donde de los hombres que allí entraban nada más se sabía.

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En nuestro contexto, marzo del año 2020, todos fuimos condenados a un confinamiento indefinido sin tener constancia de si alguien nos había defendido en ese pleito, sin derecho a ser escuchados y desconociendo por cuánto tiempo y en qué condiciones sería nuestra reclusión. Quien más quien menos tendría una fecha señalada en ese periodo que resultó truncada por algo sobre lo que no se tenía ningún control. De modo que podemos entender qué pasaba por la cabeza del protagonista de la obra en esos momentos.

Los primeros días de ese presidio Edmundo se fió de la palabra del hombre que tenía que enjuiciar los hechos por los que había sido acusado así como que la justicia de los hombres y de Dios se impondría para sacarlo de esa prisión. Mientras confiaba en que todo saldría bien, usó el comienzo de su reclusión para meditar, tomar consciencia de lo afortunado que se sentía por haber sido premiado con el amor correspondido de la mujer a la que adoraba, la promoción en el trabajo que le apasionaba y el afecto del padre que lo había criado.

Sin embargo, nuestro personaje, impregnado por las limitaciones propias de la especie humana, con el pasar de los días se iría haciendo más vulnerable y su mente comenzaría a jugarle malas pasadas. Las emociones se impusieron a su fuerza de voluntad haciéndole perder la fe y también las formas ante los guardias de la prisión. Se produjo en su interior una guerra interna cuyas no pocas batallas ganó la locura a la consciencia.

Resulta curioso cómo, pese a tratar siempre de hacer las cosas bien, unos días el ánimo acompaña para generar un clima optimista y otros, en cambio, pese a no haber acaecido nada novedoso, el ánimo decae ante el mínimo estímulo y uno se hunde en un mar de desesperanza y melancolía.

Como ocurre en estas lides, es difícil derrotar a alguien que no se rinde. Esa guerra es a largo plazo y al no desistir Edmundo en su lucha por no perder la cordura, supo ver en determinadas señales, pistas y oportunidades para cambiar su porvenir. “La oportunidad es una puerta a infinitas posibilidades” afirmaba Pítaco de Mitilene, uno de los siete sabios de Grecia. Así Dantés asumió que nada bueno podía ocurrirle que no dependiera de él por lo que, sin esperar nada de nadie, tomó el control y emprendió la acción.

Ese actuar lo llevó a dar con el abate Faria, un erudito anciano también recluso en la fortaleza que llevaba mucho más tiempo ahí que él y que había decidido escapar de la prisión con la única ayuda de su astucia, ingenio y obstinación. Los dos infortunados no solo acordaron colaborar para escapar sino que también el abate se comprometió a transmitir a su compañero toda la sabiduría y conocimiento que poseía, encontrando en el joven a un discípulo hambriento por instruirse y culturizarse. “Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro”

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Invertir tiempo en formación no es tiempo desperdiciado. La reclusión en nuestros hogares sirvió a muchos espíritus inquietos para ilustrarse y mejorar sus aptitudes. Por suerte, las nuevas tecnologías han permitido que cada uno pueda aprender a distancia, desde casa y eligiendo los profesores a la carta. La búsqueda de la mejora continua puede tener efectos exponenciales cuando la ayuda proviene de las personas adecuadas. Nunca nadie consiguió algo extraordinario solo. Quizá pocos tengan un vecino de celda como el abate Faria pero, por suerte, los mejores maestros están totalmente a disposición en los libros.

Cerca de alcanzar su propósito en la fuga, el anciano cayó enfermo. La primera determinación de Edmundo fue no abandonar a su compañero y, pese al estado en el que se encontraba el moribundo, intentó por todos los medios ayudarlo para que escaparan juntos. El abate pedía a su compañero que siguiera sin él pero era tal el sentimiento de gratitud que sentía hacia su maestro que apuró hasta el final las opciones de huir juntos. “La gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino la madre de todas las demás” que decía Ciceron. Finalmente el abate Faria no pudo sobrevivir y falleció.

Este nuevo revés no hizo rendirse a Dantés, quien con estoica determinación, tuvo la suficiente serenidad para detenerse a pensar e indagar si esta nueva situación le ofrecía alguna oportunidad. Fue así como trazó un nuevo plan sirviéndose del infortunio padecido por la pérdida de su maestro para escapar definitivamente de su encierro.

Tal y como halló Victor Frankl, padre de la logoterapia y sobreviviente en un campo de concentración del holocausto nazi: “Entre el estímulo y la respuesta, el hombre tiene la libertad interior de elegir”. Precisamente, que nuestro protagonista tuviera la suficiente capacidad para no reaccionar a sus emociones iniciales sucumbiendo a la desesperación, le propició un tiempo valioso para gozar del control de su voluntad y tomar una decisión proactiva que lo puso en disposición de lograr su meta.

Aunque lo descrito constituye solo el principio de la obra El Conde de Montecristo, esta parte nos deja una serie de enseñanzas válidas para afrontar cualquier contrariedad que nos surja en la vida. La novela continúa y Edmundo Dantés tendrá que lidiar con nuevos desafíos, el primero de ellos cómo afrontar la nueva libertad adquirida: solo y en la mar. Sirvan estas líneas para adelantar qué presidió su actuar:

“Seamos prudentes. Acostumbrados a la adversidad, no nos dejemos llevar de un desengaño, o de lo contrario para nada serviría lo que hasta ahora he sufrido. El corazón se lacera cuando después de haberse explayado desmesuradamente en la esperanza, fundada en vagos motivos, se reconcentra al aspecto de la fría realidad.”

 

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