El día que ETA intentó repetir el atentado de Carrero contra Aznar Informes internos de la banda explican la forma con la que planearon minuciosamen

Cuando a ETA le había funcionado un método criminal con el que perpetrar sus sanguinarios atentados, tarde o temprano lo repetía. Y así ocurrió el 19 de abril de 1995, la semana que viene se cumplen 28 años, cuando intentó asesinar al entonces presidente del Partido Popular, José María Aznar, en la calle Silva de Madrid, al hacer estallar un coche bomba al paso del automóvil oficial. El vehículo llevaba inhibidores de frecuencia, lo que hacía imposible la activación del artefacto por medio de telemando (como había ocurrido meses antes en el atentado de la Plaza de Ramales contra el teniente general Veguillas) por lo que se acordaron del sistema utilizado en 1973 para asesinar al entonces presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, su escolta y su chófer. Tan sencillo como complicado, como se demostró en ambas ocasiones. 

En el caso de Carrero, en lo que ETA denominó «Operación Ogro», una célula formada por tres etarras del “comando Txikia”, Jesús Zugarramurdi, Kiskur; José Miguel Beñarán Ordeñana, “Argala” ; y Javier Larreategi, “Atxulo”, habían colocado, bajo el pavimento, una potente carga explosiva unida a un cable que fue activada por “Argala”, que se hacía pasar por operario de electricidad o telefonía y estaba subido a una escalera en la esquina de la calle Claudio Coello con Diego de León. Para asegurarse la efectividad, habían pintado una marca negra en la pared posterior de la iglesia de los Jesuitas con el fin de que la onda expansiva alcanzara de pleno al coche oficial, como así ocurrió con los efectos letales ya conocidos. 

En el caso del atentado de Aznar, la acción criminal presentaba una serie de dificultades añadidas, que son explicadas en documentos internos de ETA, que ha conocido LA RAZÓN, y que, de alguna manera, permitieron que el presidente del PP saliera prácticamente ileso, aunque en la acción criminal falleció una mujer, Margarita González, de 73 años, a la que le cayó el muro de su casa encima en la calle Silva. 

Lo primero que hay que hacer al hablar del atentado de Aznar, es contextualizar el asunto. 

En ETA y su entramado mandaban los que tenían las armas y el dinero, punto. Pero dentro del principio del centralismo democrático de las organizaciones marxistas leninistas (las decisiones de los jefes se obedecen porque son los más preparados y los que tienen más información), como era ETA, tras tomar la decisión de extender los atentados más allá de los uniformados a otros objetivos de la sociedad, plantearon un falso debate interno para que su gente fuera socializando lo que iba a suceder. 

Probablemente, la idea primigenia surgió tras la publicación, en uno de sus panfletos, llamado “Barne Bulletina”, de la aportación de un preso que consideraba que la estrategia que seguía la banda no era la correcta y que había que matar políticos. Venía a decir que hasta que los políticos no vieran metido en una caja de pino a uno de los suyos y no a los habituales uniformados, no se avendrían a negociar con ETA la independencia (sabían de sobra que no se les iba a dar) y lo que más les interesaba a ellos el acercamiento a cárceles vascas como paso previo a una nueva amnistía, algo que haan conseguido ahora. Hablaba, en términos duros, de caja de pino, lágrimas de cocodrilo. 

Fuera este u otro el origen, lo cierto es que el “aparato político” de ETA encargo a Herri Batasuna la elaboración de la ponencia “Oldartzen” (agresor o agresión en euskera), en la que se hablaba de que había que “socializar el sufrimiento” y extender los atentados a diversos sectores sociales, no sólo los uniformados, como los políticos. Ya estaba dado el primer paso. Simultáneamente, la Coordinadora Abertzale Socialista (KAS), que agrupaba a todo el enramado etarra, incluida la propia banda y HB, elaboró un documento titulado 'Txinaurriak' (hormigas), en el que se proponía que se empezar a matar a los periodistas. 

El falso debate ya se había realizado y no tardaron en pasar a la acción. El 23 de enero de 1995 era asesinado en San Sebastián Gregorio Ordóñez, presidente del PP de Guipúzcoa y teniente de alcalde de la ciudad, en una dinámica de terror que afectó no sólo al PP, sino también al PSOE y UPN. Días después del atentado La dirección de ETA, concedió una entrevista a “Euskaldunon Egunakaria” en la que aseguraba que, con la muerte de Gregorio Ordóñez, pretendía "atentar contra los políticos responsables de la prolongación del conflicto" en Euskadi. Y advertía que "los políticos profesionales han entendido que las consecuencias de la prolongación del contencioso afectarán a todos". Avisaban de lo que se avecinaba, el atentado de Aznar, que casi con toda probabilidad preparaba el “comando Madrid. 

Los terroristas de esta célula ya estaban manos a la obra, con el “manual” utilizado contra Carrero en 1973: accionar la carga explosiva mediante un cable eléctrico enchufado a los detonadores de la bomba; para detonarlo, bastaba con unir los dos polos, cerrar el circuito y que se produjera la deflagración. Para analizar lo que ocurrió, resulta necesario referirse a los citados documentos internos que ha conocido este periódico. 

Venían a decir, entre otras cosas, lo siguiente: 

--al no poder trabajar de una manera habitual (mando a distancia) se nos plantearon varios problemas que se resumen en dos: discreción y referencias (para activar la bomba). 

--la discreción era necesaria en una acción de este tipo. Ni el objetivo ni la contrainformación, ni las personas que vivían en esa zona, se percatasen o, mejor dicho, llegasen a relacionar nuestra actividad con una ekintza (atentado). Es decir, no había que romper la normalidad de la zona y, por lo tanto, nuestra actividad debía dar la sensación de normalidad. 

--Es importante tener esto en cuenta para comprender que el hecho de colocar un cable de 200 metros en una calle se trataba de un hecho, en principio, normal. Por lo tanto, tanto la colocación como la posible recogida tenían que ser rápidas e impersonales; es decir, nos debían ve el menor número de personas posibles. El cable iba entre las ruedas de los coches y el bordillo de la acera. 

--Al llegar a la calle Agastia, giraba y se enrollaba en una farola y tras cruzar la calle llegaba a unos contenedores. Para hacerlo con rapidez, lo hicimos con un carrito con un rodillo. Estos carritos se venden en cualquier hipermercado y están destinados a las mangueras. A la hora de enrollar un cable de las dimensiones, es esencial que el rodillo sea ancho para evitar bucles al extenderse. Y para no ser vistos por la gente, el único secreto era ir temprano. 

--Las dos terminaciones del cable eran bastante problemáticas. A una la colocamos un enchufe de macho normal y la dejamos junto a un contador de luz. Había personas que siguieron el cable hasta ese extremo, pero, al llegar al contador, lo dejaron estar.. El otro extremo era peor, ya que llegaba hasta el coche y como os podéis imaginar. ¿qué hace un cable de 200 metros llegando a un coche? Afortunadamente, nadie se hizo esa pregunta y, si la hizo, lo dejó estar.. De todas formas, hay que decir que lo disimulamos con unas hojas de forma que, si alguien tiraba del cable, no se pudiera ver. Y nadie tiró de él. Otro elemento que nos perturbaba la discreción era que, al estar el cable tendido la gente del lugar lo iba a ver. Además, había cuatro salidas de garajes, de las cuales la primera y la última eran las más delicadas. La primera al estar a unos metros del coche bomba y la última porque en esa casa había un portero, además de ser extraordinariamente cotilla, se conocía cada palmo de acera. De hecho, siguió el cable hasta el contador de la luz. 

--A pesar de todas estas pegas, jugábamos con una baza a nuestro favor. Hacía muchos años que no se utilizaba este método y la gente no le daría la menor importancia. Y así fue. A todo el mundo le pareció normal ver un cable no identificado en la calle. La propia idiosincrasia de una ciudad grande nos ayudaba en este punto. 

--como anécdota, al día siguiente de la ekintza, se dio la orden de que se comunicara a las patrullas y a la Policía de avisar de cualquier cable sospechosos. Se bloqueó la centralita al cuarto de hora de hacer efectiva la orden. 

A diferencia de lo ocurrido en el atentado de Carrero, los etarras no tenían una referencia exacta y tuvieron que activar la bomba a la vista; lo hicieron una décima de segundos antes de sus intenciones. La bomba alcanzó la zona del motor y Aznar salvó la vida. 

Si se analiza el documento etarra, se deduce cómo los miembros del “comando” jugaron a su favor con un factor común en nuestras ciudades: la gran cantidad de obras, cables tendidos, cajas eléctricas, etcétera. La calle Silva, con la presencia de un centro hospitalario por el que pasan todos los días cientos de personas, no es de las menos transitadas de Madrid; y, sobre todo, como ellos mismo subrayan, utilizaron un método no muy habitual en ETA desde que disponían de telemandos para accionar a distancia las bombas. 

Después, los etarras (se desconoce quiénes fueron, ya que este atentado es uno de tantos cuya autoría no está aún aclarada, huyeron en un Fiat Uno con matrícula falsa de La Coruña, a cuyo volante les esperaba un tercer terrorista. El “comando” dejó abandonado este automóvil en un descampado de la calle de Mauricio Lejendre, cerca de la estación de Chamartín. El vehículo, provisto de un artefacto incendiario de tres o cuatro kilos de explosivos, se autodestruyó alrededor de las nueve de la mañana, con lo que quedaron borradas las huellas de los terroristas. 

ETA le tenía muchas ganas a Aznar y le intentó asesinar en otras tres ocasiones cuando ya era presiente del Gobierno y viajaba a Guipúzcoa en avión oficial. 

Estaban convencidos que con Aznar cualquier negociación era poco menos que imposible, aunque es verdad que hubo una “toma de temperatura” en Suiza, sin más historia, porque los interlocutores que mandó el presidente se dieron cuenta de la cerrazón el maximalismo de los terroristas. La propia ETA, en una entrevista en Gara (2009) lo confesaba. Aseguraban que planearon atentar con misiles, en tres ocasiones: «ETA no tiene costumbre de dar informaciones públicas sobre sus planes de acción. En este caso, no hace falta la palabra de ETA para desmentir al Ministerio de Interior. Ahí está lo que han afirmado los peritos y expertos en armas del Ejército francés: los misiles para derribar aviones arrebatados a ETA fueron activados en tres intentos de atentado contra José María Aznar, cuando era presidente del Estado español. Por desgracia, las acciones no cumplieron su objetivo». 

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