El diálogo se da en colisión
David Bohm, físico y pensador, decía:
“El diálogo no es serio si sólo se ponen palabras y no se pone en él toda el alma y todo el cuerpo, si no hay disponibilidad, entrega o donación. Si no se abre a la verdad del otro y es capaz de responder heme aquí”.
Desde esta idea parte David Bohm para entender el diálogo como un proceso multifacético que trasciende, también aquí, las nociones típicas al uso sobre la charla y el intercambio de comunicación. Según Bohm, el diálogo es entonces un proceso, un hecho complejo, “una forma de compartir, de convivir, de cuidar y de dar, no sólo la palabra, sino de dar-se” y como tal proceso nace en el pensamiento de la persona. Asimismo, en la generación de pensamiento, a su vez proceso complejo, la persona separa las cosas que en realidad no se hallan separadas para poder entenderlas mejor. Por lo tanto, la construcción de pensamiento lleva a la persona a percibir el mundo fragmentado; esta percepción permite que las personas generemos una realidad propia –que es la que guía nuestras palabras– frente a la colectiva, social que se puede construir.
Esta idea es la que trabaja Otto Scharmer a través de la Teoría U cuando habla del viaje que nos lleva a construir el “futuro emergente” desde el EGO de la persona hasta el ECO de la comunidad. Otto Scharmer y Katrin Käufer afirman en este sentido que “transformar la calidad de la conversación en un sistema significa transformar la calidad de la relación y del pensamiento; es decir, la calidad de los resultados del mañana”.
La percepción fragmentada de la realidad es la base que sustenta el diálogo, es el pensamiento que emerge en el proceso de diálogo inicial y precisamente es el que hace que afloren los bloqueos al diálogo, puesto que las percepciones de las personas sobre una misma realidad siempre serán fragmentadas y, en consecuencia, podrán chocar con otras percepciones también fragmentadas. Pero si nos centramos en el fluir de sentidos que los filósofos apuntaban, encontramos sentido a la complejidad que entraña el diálogo más allá de un mero intercambio de información o de pareceres o de realidades percibidas de manera parcial y subjetiva.
Y este fluir de de sentidos llega cuando el propio grupo comienza a entrar en una nueva dinámica de relación abierta a todos los participantes y a todos los temas, independientemente del grado de relación existente entre los participantes. Entonces es cuando hemos comenzado a explorar las posibilidades de este tipo de diálogo –como flujo libre de significado– y entonces resulta evidente su capacidad para transformar no sólo las relaciones existentes entre las personas, sino también la naturaleza de la consciencia que posibilita esas relaciones.
Para Bohm este es el momento en el que emergen los componentes del diálogo que nos ayudan a aproximarnos a su complejidad:
- el significado compartido,
- la naturaleza del pensamiento colectivo,
- la magnitud de la fragmentación,
- la función de la conciencia,
- el contexto microcultural,
- la investigación no directiva,
- la comunidad impersonal y
- la paradoja del observador y lo observado.
Complejo, sin duda, pero no por eso inabordable. Tal vez una de las claves para “entrar” en este campo sea la consciencia, la consciencia del diálogo, de nuestros diálogos y de los diálogos de los demás, la consciencia de nuestros pensamientos, de nuestras valores y de las palabras les acompañan. Desde esa toma de conciencia podemos analizar los elementos que inciden en la dinámica del diálogo, el diálogo en la organización, en la sociedad. ¿Cómo se despliega? Observemos.
Observemos las creencias básicas que subyacen en nuestros pensamientos y que determinan el proceso de comunicación. Estas también habitan en la organización y en la interacción que se da entre las personas que en ella conviven. Y aquí Bohm no nos transmite mucha esperanza porque reconoce que ninguna persona está dispuesta a renunciar a sus creencias o a sus valores. El cambio llegará, sugiere entonces, cuando los pensamientos individuales cedan espacio a los pensamientos colectivos y a cómo se construyen los pensamientos mismos que nos hacen tener esas creencias fundamentales que defendemos con uñas y dientes en un proceso de diálogo. Parece entonces que para este autor, el contraste del pensamiento del individuo con el grupo, el proceso grupal, es el motor que activa el diálogo verdadero y transformador. Algo parecido nos sugiere también Zymunt Bauman.
«Para poder actuar de manera inteligente cuando sea necesario tenemos que compartir nuestra conciencia y ser capaces de pensar en conjunto. Si nos damos cuenta de lo que sucede en el diálogo de un grupo comprenderemos la esencia de lo que ocurre en nuestra sociedad. Y esto es algo que no podemos apreciar a solas ni tampoco en el contexto de diálogo con otra persona»
La reflexión de Bohm nos lleva a la hermenéutica y al reconocimiento de la persona y del acto conversacional desde el que se construye el espacio común a través del diálogo.
Podemos concluir subrayando la importancia de la actitud y habilidades de la persona para poder poner en práctica las mismas en el hecho del diálogo porque, como dice Moratalla, en nuestra sociedad, no es que exista una urgencia del diálogo que mejore nuestra convivencia, sino que existe una urgencia de la capacitación para el diálogo como tarea prioritaria.
Este artículo fue publicado por primera vez en el blog de FuntsProject.