El efecto Pigmalión
Este efecto, que recibe su nombre por el rey de Chipre que en la mitología griega se enamoró de la estatua que él mismo había creado, describe el resultado que tienen unas expectativas sobrevaloradas sobre el objeto de las mismas.
Rosenthal y Jacobson realizaron en los años sesenta un estudio con los niños de primero a sexto de primaria de una escuela de primaria de California. Se les dijo a los profesores de esos niños que la prueba que estaban haciendo a sus alumnos era indicativa del potencial de la capacidad intelectual de los niños. Los que mejores resultados obtuviesen en esos test mostrarían supuestamente importantes avances a lo largo del siguiente curso escolar. En realidad, era una prueba falsa que solo medía algunas aptitudes no verbales, nada que ver con el cociente intelectual.
La mayor dedicación y el aumento de las expectativas de los profesores sobre los alumnos que ellos consideraban superdotados hizo que estos avanzasen intelectualmente más que el resto. Tan solo ocho meses después de la prueba el grupo que obtuvo mejores resultados, especialmente aquellos que estaban en los primeros cursos, mejoraron su puntuación en los test de inteligencia. Había una asociación entre el rendimiento de los alumnos y las expectativas del profesor.
Sucede lo mismo cuando se gestionan equipos de trabajo. A veces nos formamos ideas preconcebidas, reales o no, sobre un compañero de trabajo. Quizás influidos por un comentario positivo de otro jefe de proyectos. Quizás por la buena imagen que ha dado su currículum, quién sabe por qué, pero el hecho es que se tienen buenas expectativas sobre su comportamiento. Se le dedica más atención, se aprecian más sus ideas y se acogen mejor sus inquietudes. Este compañero se sentirá más valorado y probablemente trabajará más y mejor.
¿Y al revés? El efecto contrario también funciona. Si a un niño le dices desde pequeño “¡Qué malo eres! ¡Qué mal te portas!”. Lo hará así toda su vida porque es lo que se espera de él. Él es malo e inquieto y así lo sentirá. Los psicólogos están llenos de adultos que acuden con sentimientos de culpa porque sienten que son “malos”.
También nos formamos imágenes negativas de compañeros con los que se ha trabajado anteriormente y no salió bien o quizás porque provienen de un proyecto que resultó un sonoro fracaso. Las expectativas serán bajas con respecto a ellos. Tenderemos a hacer menos caso de sus opiniones y revisando su trabajo seremos más escépticos o críticos con lo entregado. Bajará su moral y sus ganas de aportar ¿Por qué lo iban a hacer? No se les hace caso y se sienten decepcionados. Recuerde que si se les trata como si fuesen unos profesionales chapuceros esto se convertirá en una profecía autocumplida. Además de lo mal que los haremos sentir.
¿No se puede cambiar esto y tratar a todos sin hacer prejuicios, esperando lo mejor de ellos? Es el mejor equipo que tenemos y si los tratamos con buen ánimo probablemente también ellos hagan su mejor trabajo.
Agradezca el esfuerzo, felicite cuando algo haya salido bien, no se guarde los comentarios positivos, hágalos sentir partícipes de los éxitos. Evite también hacer hincapié en los errores, céntrese en las posibilidades de mejora, no busque culpables y los tendrá a su lado cuando el error sea suyo.
Haga esto con moderación y sin aspavientos, si no es realmente sincero no servirá de nada, solo generará rechazo. Repítalo de forma constante y manténgalo también, si puede, en las crisis más fuertes, cuando todo parece que se va a ir al traste. Es ahí cuando realmente va a consolidar el crédito ganado o perderlo de golpe si no ha podido mantener la coherencia.
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