El enchufismo puede acabar con una buena selección de talento.
La crisis y el paro alientan una 'rehabilitación' social del amiguismo para conseguir trabajo. Pero hoy el enchufe tiene un coste en reputación que no tenía antes de la recesión, cuando en España se aceptaba con resignación el desembarco en la oficina o en la fábrica del "típico inútil" recomendado.
La crisis arrecia, el paro apremia y la tentación es grande. El hijo ha terminado sus estudios universitarios, busca trabajo y no lo encuentra. Pasa el tiempo, y no aparece nada. Llegados a este punto, ¿por qué no recurrir a ese amigo de la familia, directivo en una gran empresa? ¿O llamar a ese pariente que tiene trato habitual con el Ayuntamiento del lugar? Hablando en plata, ¿por qué no intentar enchufar al muchacho? Aunque la familia en cuestión deteste a priori ese ancestral mecanismo, los tiempos son los que son; el desempleo juvenil supera el 40%, y la percepción de que hay que arreglárselas como sea para lograr una colocación se cuela en la mentalidad de la ciudadanía.
La picaresca sigue existiendo en España, como en otros países; no tenemos la exclusiva de ningún vicio. Desgraciadamente, la recesión y el desempleo actuales incrementan en todos los niveles y grupos de edad este tipo de conducta. Lo peor no es que se cometa esta conducta, siempre inmoral y a menudo ilegal, sino que se haga la vista gorda, se la comprenda, y hasta se la defienda en ciertos foros y ambientes.
Atención: es importante distinguir entre el enchufe y el contacto profesional, este último no sólo legítimo sino claramente recomendable. El contacto profesional es una persona que conoce, aprecia y comprende las capacidades profesionales de otra persona. Hay una historia pasada entre ellos; no es estrictamente necesario que hayan trabajado juntos, pero existe entre ambos una relación de confianza.
Ahí está la clave de la diferencia: para quien recomienda, existe un coste de reputación si el recomendado no está luego a la altura. El prestigio de esa persona que es para otra un contacto profesional puede quedar en entredicho. La eficiencia del networking presupone la existencia de costes de reputación; si no los hay, el sistema no funciona.
En la práctica, pues, recomendar sin garantías supone ahora un coste social que quizá no tenía en decenios anteriores, cuando en España se aceptaba con resignación el desembarco en la oficina o en la fábrica del "típico inútil" recomendado, que era hijo, sobrino o nieto de gente de posibles.
Más aclaraciones: la red de contactos está formada por cualquier persona que en un momento dado te puede ayudar a identificar un puesto de trabajo, y que te ayuda a crecer y a ampliar tus conocimientos sobre tu ámbito laboral.
"¿Qué hay de lo mío?", vuelve a oírse de modo insistente. Empresarios y profesionales liberales que predican meritocracia en público, no vacilan en colocar a sus retoños en empresas y despachos de sus amigos. El recurso al enchufe puede estar experimentando una rehabilitación social pues muchas familias consideran que la actual situación es de emergencia y lo justifica.
En contextos de crisis, irrumpe la verdadera naturaleza del ser humano, se ponen de manifiesto sus principios y sus convicciones. No todo vale en la vida laboral, ni tampoco en la actividad profesional. eso sería nocivo porque en tiempos de crisis necesitamos profesionales competentes que respondan a las expectativas del cliente, y que las generaciones futuras vean que tienen espacio en la sociedad, que lo que cuenta es el trabajo tenaz y persistente en el tiempo.
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Pero esta crisis puede alentar malas prácticas. Claramente, en un contexto económico donde el trabajo se ha puesto tan difícil, la gente pierde los tabúes, pero no es así como se resuelve el paro juvenil; sería un círculo vicioso.
Lamentablemente, el enchufe lleva siglos entre nosotros. La recomendación ha existido toda la vida; el enchufismo no será destruido nunca, forma parte de la condición humana. Un modo de combatirlo en la búsqueda de empleo serían las agencias privadas de colocación, tarea en principio asignada al Instituto Nacional de Empleo.
Pero está claro que el Inem no realiza eficazmente esa función. Ahora, el instituto se concentra en sus otras dos funciones: llevar la estadística de las personas que se quedan sin trabajo, y pagar el subsidio de desempleo. Se reclama al Inem que obre como agencia de colocación, que desvele la reserva de talento almacenada en su base de datos para que circule.
Muchos enchufados (por un pariente, un padrino político, o un conocido, que quizá a su vez debe un favor) se consuelan con el argumento de que poseen la competencia profesional adecuada al puesto. Raramente se plantean que alguien, con iguales o superiores merecimientos, ha quedado eliminado de la competición. Eso crea un desequilibrio sistémico en la persona afectada, la que ha sido excluida de modo injusto, pero también en quien se ha beneficiado, que si es persona sensible se da cuenta de que ha incurrido en una mala práctica, y además sabe que puede ser defenestrada si se marcha su protector.
Más aún, puede ser que el enchufado demuestre sus habilidades y capacidades y se gane autoridad a través de su práctica profesional, pero el empujón inicial fue claramente injustificado.