El Olfato, centro de las emociones.
Así mismo, el olfato es el único que no tiene mediación en su llegada al cerebro. Hay un nervio óptico, un nervio auditivo, nervios gustativos y táctiles que conducen los estímulos a las células nerviosas, pero el bulbo olfatorio está en contacto directo con las neuronas, a tal punto de que muchos lo consideran una prolongación del cerebro. Las moléculas olorosas ingresan por la nariz y toman contacto con la humedad del mucus y así pueden ser recepcionadas por los cilios de las células olfatorias, una especie de minúsculos pelos. Inmediatamente, en fracciones de segundos, hay un proceso de identificación y de conexión con el sistema límbico*, la sede de las emociones. Este es el motivo por el cual todo aroma es evocador, ninguno es indiferente. Tal vez la lavanda nos trae a la memoria la abuela que de niño nos mimaba y el alcanfor los tristes días de una enfermedad infantil.
Pero aquí no termina la influencia de los olores, sino que el sistema límbico se conecta por una parte con el hipotálamo y por la otra con la corteza cerebral. En el hipotálamo está el centro de regulación del sistema hormonal, desde donde se influye muchísimas funciones, por ejemplo la relajación o la estimulación del organismo, y por supuesto, el deseo sexual.