EL TIEMPO DE TRABAJO Y EL TELETRABAJO
Seguro que últimamente, todos vosotros habéis estado en alguna conversación en la que ha aparecido el tema del teletrabajo, con sus partidarios y detractores, con frases como “el teletrabajo ha venido para quedarse, o “el trabajo hibrido es la mejor opción”.
Antes de posicionarme que lo haré más adelante, me gustaría repasar un poco la historia.
Si nos remontamos a inicio del siglo XX, en la mayoría de las localidades, las grandes empresas, en especial de minería, siderurgia y textiles, primero, y, más adelante, de infraestructuras, como las de ferrocarriles, y de construcción y explotación de centrales hidroeléctricas realizaron una política de construcción de viviendas para sus trabajadores en lugares próximos a las instalaciones productivas que poseían.
Son numerosos los ejemplos de esta tipología a medio camino entre el paternalismo patronal y la inversión inmobiliaria, en forma de casas de renta o inquilinato que realizaban algunos empresarios propietarios de industrias próximas a las viviendas.
En el primer tercio de siglo XX la Ley de Casas Baratas favoreció la construcción de estas viviendas para trabajadores de empresas industriales y de servicios, las cuales o bien las promovieron directamente o bien estimularon y apoyaron la creación de cooperativas de sus empleados para construir este tipo de alojamientos. Cabe señalar en este sentido la cooperativa de casas baratas de los empleados de Tranvías de Barcelona, que recibió el apoyo de la propia sociedad de transporte.
Las disposiciones dictadas tales como la Ley de 17 de julio de 1946 que obligaban a las empresas a destinar recursos para construir casas para sus trabajadores contribuyeron a extender este tipo de actividad constructora de vivienda para obreros.
Algunos ejemplos son bastante conocidos, especialmente por su tamaño e interés arquitectónico, como las viviendas de la Seat en Barcelona, o Pirelli de Vilanova y la Geltrú. En concreto en la Seat, para vivir en las casas era necesario pagar un alquiler. Todos los que vivían allí deberían trabajar en la industria, incluso mujeres e hijos. Es importante acordarse de que era una época distinta, en la que el trabajo infantil todavía no era condenado, eran los principios de los derechos humanos.
Fue en las grandes zonas industriales y mineras del Norte de España donde este tipo de construcciones alcanzaron una mayor extensión. En Gijón, UNINSA edificó dos mil viviendas en acceso a la propiedad a partir de 1966. En Valladolid la empresa FASA construyó 418 viviendas para sus empleados, así como las promociones de las empresas vinculadas al sector automovilístico (FACSA y FAMESA) con un total de 72 y 144 viviendas todas ellas en el barrio obrero de las delicias. Otros ejemplos son la cervecera Damm, la Seda de Barcelona en el Prat, la Sociedad general de Aguas de Barcelona, FECSA, o incluso también de entidades bancarias como Banca Garriga Nogués.
Con el desarrollo de la sociedad y en especial de las ciudades y de sus infraestructuras de transporte este tipo de viviendas fueron perdiendo sus particularidades. Las escuelas se tornaron públicas, las áreas deportivas, privatizadas y las instalaciones médicas, la cooperativa, la iglesia y el cine fueron desactivados.
La sociedad evoluciona y empiezan a aflorar los grandes edificios corporativos, los centros de poder de las empresas pasan de las fábricas a dichas sedes sociales en los centros de las ciudades o en las afueras buscando metros cuadrados más baratos, todo ello impulsado por el sector servicios.
Estas oficinas poco a poco se van diseñando para ofrecer mayor confort y servicios a sus empleados, ejemplos son la ciudad financiera del Banco Santander o el caso del Distrito Telefónica. Y bien conocido es el caso de las oficinas de Google donde toboganes, futbolines y salas de descanso nos llevaban a casi convertir las oficinas en nuestro hogar.
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En definitiva, como a mi me gusta llamarlo, un nuevo taylorismo con el objetivo de una mayor productividad.
Y de repente aparece la pandemia y nos envía a todos a trabajar a nuestra casa. Los departamentos de RRHH y de Sistemas nos explican las nuevas normas e instalan la tecnología necesaria en nuestro hogares para que el impacto en nuestro trabajo sea mínimo y nos acostumbremos a relacionarnos a través de la red (Teams, Zoom, etc.). Con la pandemia pasamos de “siente tu oficina como tu hogar” a “instala tu oficina en tu hogar”. Se implanta el teletrabajo y lo que todo ello implica. Se acaban los viajes, las comidas de empresa, las salas de reuniones se convierten en virtuales, etc.
Visto ahora con perspectiva podemos decir que gracias a la tecnología pudimos sobrevivir a este gran cambio que por suerte ha sido temporal.
Volvemos pues a la normalidad y eso hace que nos preguntemos, si hemos sido capaces de teletrabajar y organizarnos para ello ¿Por qué no continuar con las ventajas que ello conlleva? Ahorro en desplazamientos, mayor conciliación familiar, menores costes de infraestructuras, etc.
Ante esta pregunta muchas empresas han empezado con el llamado trabajo híbrido, es decir compaginar el trabajo presencial con el teletrabajo, en su mayoría, estableciendo que ciertas jornadas de trabajo se puedan hacer de uno u otro formato.
Como decía al principio voy a dar mi opinión al respecto y empezaré hablando de tecnología. Sin duda esta nos permite hacer muchas cosas que antes eran impensables, pero también hemos de tener en cuenta que no debemos hacer todo aquello que nos permita hacer. La tecnología debe estar al servicio de la persona y no al revés. Como hemos repasado desde la revolución industrial siempre las empresas y los empleados han estado compaginado flexibilidad y trabajo para conseguir una mayor productividad.
Y la llegada del teletrabajo y el trabajo hibrido no es más que otra forma de esta permanente búsqueda del equilibrio. Las cosas no son ni blancas ni negras, no podemos permitirnos jornadas maratonianas en las oficinas, pero tampoco podemos permitir que nuestros hijos lleguen a casa y se les diga “no hagáis ruido que papá o mamá están trabajando”.
En estos últimos tiempos hemos aprendido que el teletrabajo cansa, incluso más que el trabajo en la oficina. sobre todo, porque desaparecen las estructuras temporales. La falta de contactos sociales nos agota.
Hemos de tener en cuenta que el formalismo en las reuniones, las habilidades de presentación, la política del lugar de trabajo y el trato con la gente son competencias para preservar, y la mejor forma de hacerlo es de modo presencial.
Por todo ello cuanto más equilibremos mejor, llenemos nuestras oficinas de un buen ambiente porque cuanto más tiempo estemos con nuestros compañeros, con nuestros jefes o con nuestros equipos mejor, siempre respetando las jornadas de trabajo. Cuanto más cerca estemos de nuestros clientes y proveedores mejor y aprovechemos la tecnología para obtener la flexibilidad necesaria para aquellos momentos donde la conciliación sea necesaria.
Director Regional Zona Este
2 añosExcelente artículo Salvador, no puedo estar más de acuerdo con tu reflexión. Un abrazo
iOS Wrangler, Beeper(an Automattic pager) | CTO & Cofounder @Positipp
2 añosExcelente articulo Salvador, como siempre. Desde mi punto de vista, el teletrabajo también presenta una oportunidad para una nueva perspectiva, sin la cual la empresa en la que trabajo no seria posible. No consiste únicamente en trabajar desde casa, sino de trasbajar asíncronamente, lo que permite crear equipos sin dependencia de usos horarios.
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2 añosInteresante reflexión y perspectiva. Es difícil encontrar el modelo ideal seguramente el hibrido pero siempre asegurando el encuentro físico que favorece el intercambio y la diseminación de la cultura corporativa. Sin llegar a vivir en la empresa como el las colonias industriales de principio del XX claro…
Socio en hêdron HR | Gestión del Cambio Organizacional
2 añosHace unos días una persona al comentarme su nuevo cambio de trabajo me dijo: "me ofrecen treinta días de vacaciones, dos de asuntos propios y un día a la semana de teletrabajo" Este comentario fue el que me animó a escribir estas lineas.