El valor de la anticipación: si Franco Baresi hubiera jugado a la política.
No sé cuántos de los que van leer este artículo son aficionados al fútbol. Ni si quiera sé si entre los que lo sean, tendrán edad y memoria suficiente como para acordarse del que, para mí, fue el mejor jugador que pude admirar en aquellos años ochenta en los que, siendo apenas un adolescente, se forjó mi pasión por este deporte. Hablo de Franco Baresi, un futbolista diferente, especial. Porque no era un talento técnico, ni un portento físico, o mucho menos, un virtuoso estilista. Pero concentraba la esencia que permite a cualquier aficionado a la estrategia (ya sea deportiva, o, como en nuestro caso, política), entender el valor diferencial que hace mejores a los equipos, y que, sobre todo, es la base imprescindible para conseguir resultados, y camino sembrado a la victoria. El valor de la anticipación.
Baresi jugó durante toda su carrera deportiva en el AC Milán, 20 años consecutivos, hasta su retirada, ya con 37 años. En ese tiempo, se convirtió en el bastión de un sistema de juego que basaba su tremenda eficacia en una defensa construida en torno a su posición como líbero. Arrasó en la liga italiana, consiguiendo 6 scudettos; dominó Europa, con 3 Champions; e incluso levantó la Copa del Mundo en el 1982.
De aspecto desgarbado, siempre con la camisola por encima del pantalón, y un pelo ralo clareante que siempre le hizo parecer mayor de lo que era, Baresi estaba siempre por encima de los demás gracias a un sentido innato, una intuición, que le permitía ver las jugadas por delante del resto. Él sabía perfectamente lo que debía suceder dos o tres segundos antes. Se anticipaba. Marcaba el tiempo. Jugaba con él. Y, casi siempre, ganaba.
Desde entonces, siempre aprecié esa capacidad de anticiparse a las situaciones, y llegado, con el tiempo, a mi faceta profesional, en el ámbito de la comunicación, en multitud de ocasiones he podido comprobar que la capacidad de anticipación es clave en cualquier estrategia de comunicación en general, y en política, en particular.
Lo hemos podido observar en los últimos tiempos, tan cambiantes en el campo de juego de la política, tanto en España, como en el resto del mundo. Empezaré por el caso español.
Guste más o menos, se esté de acuerdo o no con sus ideas, el político que mejor ha entendido (o al menos, ha practicado) la virtud de la anticipación ha sido Pablo Iglesias. Desde los momentos originarios en los que se gestó el embrión de lo que hoy en día es la organización política de Podemos, Iglesias fue marcando los acontecimientos, poniendo sobre el tablero los hechos y las palabras que la sociedad en general fue asumiendo como evidentes, sólo por el hecho de que él, y su organización, los iban colocando en situación. El concepto de “casta política” (creo que, incluso, no originalmente suyo), fue una de sus primeras aportaciones comunicativas. Entendieron la necesidad de una sociedad inquieta por una incertidumbre económica rampante de identificar a un nuevo enemigo; el propio juego izquierda-derecha quedó atrás en esos momentos, para generar un sentimiento transversal, novedoso, ilusionante. Entendieron perfectamente que había que satisfacer esa demanda latente de ciudadanos hastiados de un sistema bipartidista, casi turnista, que parecía estar agotado. Anticipándose a esa necesidad, Pablo Iglesias se convirtió en referente de ese malestar, y arrastró una amalgama de votantes transideológicos que sentó las bases para generar una estructura de partido que, de otra forma (con un discurso clásico izquierdas-derechas), hubiera fracasado sin remedio. Se anticipó a la jugada... y triunfó.
En este nuevo escenario, Pablo Iglesias ha ido siempre por delante de su principal rival (que, recuérdese bien, no es tanto el conservador Partido Popular, sino realmente el tradicional Partido Socialista). De esta forma, en todas las cuestiones relevantes para su electorado potencial, Podemos, desde su irrupción en el terreno de juego, se ha anticipado siempre al PSOE: desahucios, corrupción, derechos civiles… Tan es así, que al PSOE no le ha quedado más remedio que suicidarse lentamente, y asumir a remolque todos los elementos del discurso de Pablo Iglesias. Como en la mejor época del Milán de Fabio Baresi, su sentido de la anticipación ha acabado asfixiando al rival, impidiendo construir su propio juego.
En un extremo radicalmente opuesto, hemos visto recientemente otro ejemplo de anticipación política: el caso de Donald Trump. Contra todo pronóstico de los medios más acomodados, supo entender perfectamente el caldo de cultivo de un malestar profundo de una gran parte de la sociedad americana. Una sociedad con un fuerte sentimiento nacional, que había visto empequeñecer su autoestima a base de delegar su tradicional papel de liderazgo en aras de un cierto multiculturalismo difuso. Anticipándose a rivales, prensa y líderes tradicionales de opinión, Trump construyó un discurso que, sin ser novedoso, cogía ese testigo de autoestima nacional, descolocando a sus rivales, internos y externos. El resultado, ya lo conocemos.
Otro de los terrenos donde Trump ha demostrado esta intuición anticipadora: el papel de los medios, y su escalada de descrédito en un contexto de reinvención del modelo: las redes sociales. Ha sido el primer político en lanzar insistentemente el concepto de fake news. Y parece que le está siendo rentable.
Pablo Iglesias y Donald Trump, en sus grandes estrategias, son un claro ejemplo de la eficacia de la anticipación comunicativa. Pero no hace falta elevarse tanto. En nuestro día a día, en cualquier proyecto o táctica de comunicación persuasiva, debemos siempre preguntarnos si estamos anticipando la jugada, o, por el contrario, hay alguien enfrente que nos está marcando el ritmo del partido. Si llegamos tarde, muy probablemente, seremos irrelevantes.
En los años que llevo dedicándome a estrategias de comunicación y marketing, he conocido mucha gente brillante, finos estilistas de la creatividad, talentos de la comunicación... pero muy pocos profesionales con esa capacidad de anticipación. Estoy seguro de que, si Baresi se hubiera dedicado a la comunicación política, hubiera sido uno de ellos.
Artículo publicado en CAREP Magazine nº1