Esa convivencia imprescindible
Galápago | Santa Cruz, Galápagos, 2023 | Foto: Daniel Wagner

Esa convivencia imprescindible

La sustentabilidad planetaria y la evolución saludable de nuestra Humanidad no son viables si no reinscribimos nuestra existencia en la coexistencia respetuosa con la biosfera que nos da vida. Aquí refuerzo lo ya planteado por muchos a partir de una experiencia transformacional, que resignificó todo mi entendimiento racional al respecto.

“Repitámoslo: la toma de conciencia de la comunidad de destino compartido terrestre debería ser el acontecimiento clave de nuestro siglo.” –Edgar Morin

We are all created as beings, as unique entities deserving mutual respect and consideration”, me retribuyó una pastora protestante con la que conversaba durante una expedición en la paradisíaca isla Isabela, cuando le conté que estaba concentrado en escribir sobre la desbordante vivencia de convivencia en la que me encuentro en este momento. Me pareció muy oportuno comenzar este artículo con su expresión original, ya que la primera acepción inglesa para la palabra convivencia es coexistence, y sobre eso quiero explayarme aquí: sobre una convivencia imprescindible (utilizaré los términos convivencia y coexistencia como sinónimos).

Me encuentro en un viaje personal necesario y buscado, que tiene como correlato algunos viajes exteriores que apuntalan la necesidad de contemplación, descubrimiento y toma decisiones vitales y empresarias relevantes. Mis queridas Ana Victoria Chaves y Vilma Svara sugirieron por chat que tal vez esta sea mi Ítaka

Grata coincidencia que el canal que une a la isla Baltra con la Isla Santa Cruz se llame Itabaca, porque en este momento en particular me encuentro finalizando una travesía por el fascinante archipiélago de las Islas Galápagos, junto y gracias a mi querido amigo Daniel Wagner

Ha sido una andanza intensa de experiencias naturales diversas y homogénea camaradería. Compartimos todos los días, los mismos hostales, muy buenas charlas y, ante todo, la afinidad que sentimos por las aventuras, la naturaleza y las imágenes (nos trajimos todo el equipo de imágenes, buceo y trekking a cuestas). 

También nos unen muchas diferencias y hacía más de treinta años que no viajamos juntos. Es decir, esta aventura conllevaba el riesgo de desencontrarnos o desconocernos durante el trayecto, algo que sorteamos gracias a la intención compartida de pasarla muy bien y desde el respeto a nuestras individualidades, ya sea que uno de nosotros tuviera ganas de escribir, no quisiera salir a bucear o pudiera brindar una clínica sobre vuelo de drones en la Estación Científica Darwin.

Inclusive nos dimos el gusto de jugar con filmaciones espontáneas de cada experiencia, como un guiño en el que honramos la memoria de naturalistas cuyas historias marcaron nuestras vidas, como Darwin, Cousteau, Chinery, Rodriguez de la Fuente, Irwin o Attemborough. Acá uno de esos videos, en este caso, in memoriam del querible Steve Irwin:

Hasta aquí me referí a dos niveles de la convivencia con los que estamos más o menos familiarizados: encontrarse y convivir con uno mismo, y con el otro. Una distinción necesaria, aunque engañosa a veces desde la perspectiva de la construcción de nuestra mismidad. Porque sabemos que una buena convivencia con nuestros congéneres forja una mejor identidad personal y contribuye de manera directa al bienestar. Somos con y en los otros. 

Como decía, nada nuevo hasta aquí, sin por ello minimizar que estos dos planos son una tarea para toda la vida, sobre todo si queremos vivirla bien, y en tiempos de grietas y paranoias globales, como el reciente asesinato a quemarropa de Fernando Villavicencio, aquí en Ecuador. 

Convivencia es sinónimo de coexistencia, aunque esta última pide respeto, para mí, con mayor hondura y nitidez.

Pero quiero concentrarme en este artículo en una convivencia diferente, tremendamente importante, pero desconsiderada, tratada de manera superficial o con un extremismo inútil. Me refiero a la convivencia entre los humanos y los otros animales en su estado natural. Es la coexistencia que considero imprescindible para poder pensar un futuro posible para las generaciones por venir y dar ese tan profanado “salto de consciencia” que la sustentabilidad planetaria nos demanda de manera urgente.

Porque la pregunta que me hago hace tiempo es quiénes son esos “otros” necesarios para una saludable construcción de nuestra humanidad en tanto seres biológico-culturales. Es decir, siendo que somos tan solo animales con un lenguaje reflexivo (en su sentido recursivo). Sí, siento expresarlo tan crudamente, pero eso es lo que somos: un primate que se puede nombrar a sí mismo de mil maneras. Nada más ni nada menos. Estoy en la tierra en la que Darwin comenzó a conectar los puntos de su teoría evolutiva y eso me habilita a referirme a la esencia de lo que somos sin que nadie –que haya ingresado a la modernidad– se ofenda.

Es la autoconciencia, fruto de un hiato evolutivo, la que nos separó de la naturaleza. Ella misma puede ayudarnos a reintegrarnos, si la ejercemos con una sensibilidad y alcance mayores.

¿Es suficiente la vinculación respetuosa entre seres humanos para el desarrollo de una mentalidad que nos ayude a evolucionar como Humanidad? Creo que no. Cada vez tengo mayor convicción de que la convivencia que nos hace un mejor animal humano es la vinculación sentida con otras especies animales, a cuyas mentes y emociones nuestra ciencia recién se esta asomando.

Al mismo tiempo, tanto la mitología de nuestros antecesores como la ciencia moderna ya saben lo suficiente sobre la interdependencia de la biosfera de nuestro Hogar-Planeta-Tierra… un sistema complejo, integrado y frágil que nos incluye, y del cual depende nuestra subsistencia como especie

Somos en la coexistencia con el ecosistema planetario, aunque esta es una condición ontológica que debemos reconquistar, precisamente, empleando mejor las capacidades mentales más altas del Homo Sapiens.

La vinculación respetuosa entre los seres humanos es insuficiente para que nuestra humanidad evolucione.

Aclaro al lector que no he consumido ninguna sustancia fuerte en este viaje, más que una cerveza por día y algunas tazas de exquisito café. Entonces, ¿a qué me refiero y desde dónde afirmo mi renovada convicción?

Recorriendo las islas Seymour, Santa Cruz, San Cristóbal e Isabela, entre otras, he vivenciado de manera palmaria un comportamiento que desconocía: los reptiles, las aves, los mamíferos y muchos de los peces con los que interactuamos no se asustan de nuestra presencia, por el simple hecho de que nos consideran otra especie, no depredadora.

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Iguana marina | Isabela, Galápagos, 2023 | Foto: Mariano Barusso

Como muestra esta fotografía, pude acercarme cuidadosamente a ellos a menos de cincuenta centímetros para captar una imagen más dramática con mi gran angular –algo que hice instantáneamente porque la distancia permitida es de dos metros– sin que ninguno de ellos reaccione con temor a mi presencia (con excepción de los rojizos cangrejos zayapa o las hermosas lagartijas de la lava, cuyo un sistema defensivo es hipersensible). 

Incluso, fui atacado furtivamente por un lobo marino alfa mientras estaba abstraído retratando a sus dieciseis hembras y cachorros, confirmando la misma tesis: porque es lo mismo que él hace con los tiburones en el agua o con los machos que compiten por su harem; me trató como una amenaza más a su extensa familia. 

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Uno de nosotros | Santa Cruz, Galápagos, 2023 | Foto: Daniel Wagner

Los animales en estado natural no se asustan de nosotros, de este animal en estado cultural, porque nos perciben como una especie no amenazante cuando los respetamos en su vivir. 

Me emociono profundamente al escribirlo, porque demuestra una coexistencia posible que, admito, consideraba totalmente perdida a esta altura de la historia de destructiva dominación que el Homo Sapiens despliega desde hace más de 75.000 años. Si te ayuda a correlacionar la insignificancia histórica de nuestra especie con las heridas irreparables que venimos generándole a la biosfera, podemos recordar que Karl Sagan ubicó el surgimiento del ser humano en el último segúndo del 31 de diciembre del calendario en el que sintetizó 15.000 millones de años de historia del Cosmos (a partir del Big Bang). En tan solo un segundo hemos generado una destrucción liminar.

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Piquero de patas azules | Seymour Norte, Galápagos, 2023 | Foto: Mariano Barusso

La coexistencia corpórea que vivencié en estas islas no solo integra la intra e interpersonal a las que me referí inicialmente, sino que, las resignifica por completo. Nos retrotrae a la conexión que perdimos con lo natural, nos muestra animales nuevamente y nos enrostra un Homo Sapiens que es capaz de respetar el ecosistema que lo define, el hogar que lo gestó y la multiplicidad de especies que lo precedieron, fertilizando el terroir de su advenimiento. 

Los animales en estado natural no se asustan de nosotros porque nos perciben como una especie diferente, no amenazante.

Es una prueba más de que la opción que tomamos es cultural y no una consecuencia “natural”. Los seres humanos nos asumimos como dueños del planeta y de que tanto lo no humano como otros congéneres son recursos para ser explotados por quiénes posean el poder para hacerlo –es decir, cada uno nosotros, a nuestra escala. Apostamos todo a la cultura y a una idea muy cuestionable de “progreso”, subyugando la natura a un estado de cosa independiente de nuestra identidad.

Aprendí a fuego de mi Maestro Santiago Kovadloff el principio de “Uno todo no”, referido a la lucha incesante que los humanos debemos librar contra nuestra tendencia a la desmesura que, al asimilar lo real a nuestra siempre incompleta palabra, incurre en el intento excesivo de dominación de la realidad. Según me recuerda Santiago, para todo el pensamiento griego, esa desmesura onmipotente era la precondición para la tragedia. Hoy sabemos que el drama que le estamos generando a la biosfera, podría derivar en tragedia… si no es ya una tragedia en sí la biodiversidad que hemos eliminado y las condiciones de malestar que experimentan millones de nuestros congéneres. Al menos yo así lo siento.

Aunque el registro vivencial de esa coexistencia es incuestionable, se que no todos tenemos ni la posibilidad ni las ganas de experimentarlo. Muchas veces la toma de consciencia requiere de un incentivo, como ocurre también en Galápagos. Aquí las leyes y regulaciones decretadas para conservar saludables los rasgos endémicos de su ecosistema –en tanto Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO desde 1978– se hacen sentir, en cada sitio que visitas y en las mismas ciudades o pueblos en los que debas habitar. Sin dudas no de manera perfecta, pero si con una clara presencia en el comportamiento de los guías, los guardaparques, los divemasters y los ciudadanos en general. Un solo ejemplo: no hay cestos para los residuos en los sitios naturales más reservados, sin embargo, prácticamente no me he encontrado con trazas de plástico.

¿Y la economía? ¿y la infraestructura capitalista? El respeto al ecosistema tiene inclusive un correlato económico directo, porque algunas estimaciones calculan que un tiburón vivo le reporta 5 millones de dólares anuales al Archipiélago (en términos de ingresos totales por la actividad turística), mientras que la absurda venta informal de sus aletas representan 300 dólares fuera del sistema, por única vez y sin futura generación de ingresos recurrentes, en los más de veinte años de vida promedio que alcanza este selacio. 

De esto está intentando ocuparse el campo transdisciplinario de la ecología económica, reconociendo que el capitalismo es el modelo económico infraestructural vigente. Como excede el propósito de este escrito, simplemente quiero referir que desde esta corriente se han desarrollado múltiples soluciones posibles y muchas experiencias éxitosas, aunque son enormes las restricciones que afronta su potencial despliegue, principalmente, por parte de las naciones con mayor responsabilidad en la crisis de ambiental que estamos experimentando (me refiero a China, Estados Unidos, Rusia e India, flagrantes ausentes en la última COP por el Cambio Climático). 

“¿A qué aspiran el poder económico y el político? ¿A terminar con el hombre?”, nos invita a preguntarnos Santiago Kovadloff en su ensayo “El miedo, sus huellas, sus formas”, respondiendo a continuación: “Seguramente, uno y otro dirán que no, pero la conducta de ambos los desmentirá”.

La falta de respeto, la miopía frontal capitalista, la negación y la ignorancia conforman una poción con la que estamos envenenando el futuro de todas las generaciones que nos trascenderán. Actuamos como filicidas, consciente o inconscientemente. Reconozco que me cuesta creer que tendremos el tiempo y la masa crítica para girar en el tránsito a la Ítaka que encontré en este archipiélago único, no obstante, creo que persistir en testimoniar y gestar estas condiciones de coexistencia es un sendero imprescindible.

Félix Rodriguez de la Fuente, quién falleció en el ejercicio de su vocación como naturalista y divulgador –y cuyos documentales disfrute maravillado de niño– nos dejó clara la idea: “Sin embargo, yo no me cansaría de inculcar la filosofía de que animales y hombres formamos parte de una gran familia, de una misma comunidad. No tenemos más que una madre, la Tierra. Somos como la tripulación de una nave sideral de la que, aunque querramos, no podemos escapar”. 

¿Conversaba con Sagan? Seguro que sí, y con la prédica de otros tantos gigantes que dedicaron su vida a mostrarnos la riqueza de nuestro Hogar Azul, para que podamos representarlo como algo radicalmente diferente a la idea de supermercado y basural infinito desde la que nos relacionamos con él.

El poder económico, la falta de respeto, la negación y la ignorancia conforman una poción filicida.

Hay una coexistencia posible. El de Galápagos es un delicado ejemplo. Si podemos recuperarnos como animales y respetar a quienes no son humanos, tal vez podamos tornarnos más Humanos. No necesitamos ser naturalistas ni ambientalistas, solo aventureros sorprendidos por todo lo que habita a junto a nosotros.

Te regalo un último video, para que te dejes llevar por esta pared de vida multiespecie de la misma manera que me dejé guiar allá abajo. Es pura vida, como la que puedes encontrar en un jardín, una plaza o un terreno baldío cercano a tu hogar. Es solo cuestión de ver esa vida, reencontrarte en ella y reconocer que somos hermanos de una misma madre, unidos en una coexistencia imprescindible.


Santa Cruz, Galápagos | 11 de Agosto, 2023 | Imágenes: Daniel Wagner y Mariano Barusso | Todos los derechos reservados © 2308115026020

Valeria Torino

Helping people become better versions of themselves.

1 año

Gracias por compartir tu reflexión en esta gran aventura! La comparto plenamente. Solo hace falta querer conectar con la vida que nos rodea, y que está presente en todos lados. Observar, o mejor dicho, contemplar la naturaleza con renovada curiosidad para tomar consciencia de esta coexistencia que mencionás. Ojala logremos masa critica!

Maravillosa reflexión... y sentimientos Mariano... supera mi capacidad de poder agregar algo más! Abrazoo

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