¿Existen personas, jefes o empresas que enferman?
A lo largo de la existencia, vivimos experiencias y situaciones en todos los contextos, con diferentes resultados e intensidades; así mismo, interactuamos con personas diversas que generan distintas percepciones y emociones. Estos encuentros y vivencias tienen impactos en la vida de cada persona, unos maravillosos, de disfrute y bienestar, otros que pasan inadvertidos y algunos resultan ser aprendizajes, a veces retadores, otros molestos, e incluso dolorosos.
Durante el momento en que lo experimentamos, puede no ser tan sencillo identificarlo; no es tan claro qué o cuál aspecto es desagradable, qué es eso que te incomoda, que te desenergiza o te roba la paz; pero, con el paso del tiempo o al tomar distancia, te das cuenta que esa persona, situación, estilo, estructura, modo de trabajo o empresa, estaba generando un malestar que, en algunos casos, coincide con la presencia de síntomas o enfermedades.
Mencionar palabras como síntoma o enfermedad podría parecer una exageración o asociarse a casos extremos. Sin embargo, y desafortunadamente, no lo son. Son cada vez más frecuentes los casos en los que, luego de los mencionados exámenes médicos cuyos resultados no informan sobre algo que vaya mal desde lo biológico, por lo que, por supuesto, surgen interrogantes como ¿qué será lo que me pasa? ¿por qué me está pasando o estoy sintiendo eso? Pero también existen aquellos casos en los que aparecen manifestaciones y diagnósticos clínicos que hasta poco antes del acontecimiento en cuestión no existían, ¿es una coincidencia?, ¿qué relación existe?, ¿existe una predisposición?
Seguramente todos hemos escuchado de alguien que ha tenido experiencias difíciles, que las ha somatizado –presentando dolores de cabeza, de cuello, de espalda, estomacales; dificultades para dormir, disminución o aumento del apetito, gripa, erupciones de piel, en fin, cantidad de dolencias– y que estos síntomas pudieran tener nombre, y en algunos casos apellido. Esto, sin dejar de lado la convicción que tengo acerca de que cada persona es responsable de aquello que decide vivir, cargar y asumir en su vida, pero es que muchas veces no es tan sencillo darse cuenta y tomar la decisión de salir corriendo, de evitar, de poner un límite, bien porque se siente que no es para tanto o que es posible manejarlo, y hay casos en los que el miedo y la necesidad asumen el control de la situación. Y, bueno, lo demás es historia.
Encontrarse con personas que viven su vida haciendo de ella un lío constante, o encontrando problemas para cada solución, o que son víctimas de la vida y las circunstancias, o que nada parece funcionarles, y que en muchos casos transpiran agresión, es bastante común en diferentes contextos, y aunque en muchos casos no tienen la intención consciente de dañar, sí lo hacen y de forma sistemática.
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Así mismo, es común encontrarse con jefes que, pese a sus años de experiencia, formación en liderazgo y buenas intenciones, ante un mal día, o por las exigencias del negocio, y esto mezclado con poco autoconocimiento, con bastante ligereza dejan de lado su humanidad y pierden de vista la humanidad de los otros (casi siempre de sus coequiperos) y desde esta condición se relacionan, de modo que sus formas de comunicar –que incluye aquellas situaciones de mutismo con expresión corporal de enfado, justamente cuando se está a la espera de que diga algo– y a veces su sola presencia, generan un ambiente de tensión, desconfianza, frustración, impotencia, miedo.
Y si tales formas de ser existen en las organizaciones, es porque estas, de forma implícita, las toleran y a veces las estimulan, siendo prácticas que van en contra del empleado y en lo que puede convertirse en un estado permanente de despido silencioso. Todo ello, claro está, a pesar del humanismo manifiesto en la declaración de su cultura, donde se suele reiterar la importancia y cuidado de las personas.
De manera pues que sí, existen personas, jefes y organizaciones que enferman, pero esto no se resuelve con señalar o culpabilizar, pues estaríamos haciendo más de lo mismo. Somos todos responsables y propongo, entonces, trabajar en nosotros mismos, cuidarnos, conocer nuestras posibilidades, límites, alcances e identificar nuestra red de apoyo. Así mismo, cuidar a los demás, ser más empáticos y compasivos, ser apoyo para otros, reconocer cuando nos equivocamos y, de ser posible, enmendar, aprender para evitar volver a caer en lo mismo, y ser coherentes como personas y organizaciones entre lo que se decimos y lo que hacemos.
Simplificando el desenlace, me aventuro a afirmar que a todos nos vendría bastante bien empezar a ser un poquito introspectivos, evaluar críticamente nuestras actitudes hacia los demás y, por qué no, intentar mejorar un poco.